¡Continuamos creando espacios de encuentro! La tercera sesión de Nido de Cuervos, una iniciativa de la Editorial El Cuervo, que apoyamos desde MUY WASO, para charlar de forma íntima con escritorxs de este sello editorial.
Para calentar motores te dejamos un fragmento de su más reciente publicación, Tres citas impuntuales: tiempo poesía y falta de Soledad Quiroga, Fernando van de Wyngard y Mónica Velásquez, con quienes conversaremos en una nueva entrega de Nido de Cuervos. Inscríbete aquí.
Mónica Velásquez Guzmán
Ante el tiempo, la poesía propone una no-medida, una manera de habitarlo en tanto ritmo, un conjuro por medio de analogías que lo suspenden fuera de la secuencialidad. Y es que, a diferencia de la narración que hace caber en una sucesión significativa cada evento de la cadena, el poema interrumpe todo transcurrir para insertar en la certeza del trayecto la duda del paréntesis.
Así, al mantener una alta plurisemia remite constantemente al paradigma de donde esa palabra fue seleccionada, recuperando para cada elección una serie de opciones; para cada sentido, otros posibles e incluso contradictorios con el que aparece en primer plano. En ese suspenso, a veces llamado instante y a veces no-tiempo, la palabra provoca que entren en juego dos o tres o más medidas para sujetar lo temporal, pero también advierte que se trata de medidas y no del tiempo mismo, que fluye, danzarín, hacia las posibilidades de aparecer: lineal, cíclico, espiralado, flash en otra parte, instante, testigo del transcurrir humano (siempre menor y siempre apurado).
Dos poetas, uno mexicano y otra boliviana, nos permitirán explorar algunas de las variantes en que se ha figurado la aparición/desaparición del tiempo. Al ponerlos en diálogo se amplía la combinatoria posible de conceptos para la temporalidad y, además, se sigue mejor la manera en que la poesía relaciona esas medidas con las que se cree asir algo de la infinitud, una vez lanzados al veloz paso por el mundo. Mientras y más amplio, el tiempo late y, como dice el epígrafe, nos ve pasar.
Muerte sin fin (1939) es un extenso poema de Gorostiza que, con una estructura espejeante (cinco fragmentos seguidos de un poema tradicional, en cada una de las dos partes), juega tres niveles de sentido: vaso-agua; Dios-hombre y Creador-criatura. En los tres se explora la codependencia de los elementos del binomio para existir; así, el agua evita ser un puro derrame sosteniéndose dentro del cristal que la abraza, mientras el vaso cubre su vacío con el líquido vital; el hombre necesita a Dios, que es una prisión pero también una forma que lo contiene en un cuerpo finito y, a su vez, Dios necesita verse mirado y contenedor en la mirada humana.
Finalmente, la creación confirma a su creador en tanto tal, mientras ésta adquiere una forma donde darse. En los tres niveles se reitera la central idea de la forma como imprescindible para ser, para estar entre las cosas visibles del mundo. En medio libro y al final, aparecen dos poemas cuya estructura, más bien remite a la poesía medieval, oral y popular, un romance y una seguidilla, que interrumpen la densidad filosófica con que se juegan los niveles mencionados, para irreverenciar esos sentidos y proponer una ligera intrascendencia; así, en el primero se advierte, retomando el dicho, no ahogarse en un vaso de agua (recipiente que, a esas alturas del poema, ya es mucho más que un vaso), mientras que el segundo remata con el silencio de Dios, flotando sobre las aguas iniciales y con la palabra sangrante en la garganta, para optar luego por el ser humano yéndose con la muerte, esa putilla, al mismísimo diablo del fin.
En principio, entonces, se asiste al tiempo del Dios creando y descreando. Los poemas avanzan en una reescritura del génesis, pero, en un momento dado, a mitad del libro, se retrocede y todo lo creado retorna a su estado de materia latente y potente. El mismo Creador termina flotando balbuceante ante la nada donde ya todo había sido.
Desde ese tejer/destejer de la creación, algunas ideas del tiempo son ya palpables: un infinito se mira en la finitud y ésta sueña su trascendencia que la saque del tiempo, cuyo marco la aprisiona y contiene. Este tiempo de Dios, que por definición es paradójico, pues él está fuera del orden temporal, oscila entre el hacer y el probar su propia potencia: dice, juega, pone en cuestionamiento y desafía a su criatura, la hiere, la marca, luego la deja ir…, instaura y luego, paulatinamente, ve cómo todo se des-significa. Pero vale la pena de- tenerse en un momento clave de la dinámica de este primer tiempo:
Es el tiempo de Dios que aflora un
día que cae, nada más, madura,
ocurre, para tomar por sorpresa
en un estéril repetirse inédito
como el de esas eléctricas palabras
–nunca aprendidas,
siempre nuestras–
que eluden el amor de la memoria
pero que a cada instante nos
sonríen desde sus claros huecos
en nuestras propias frases despobladas.
Es un vaso de tiempo que nos iza
[…]
pero en las zonas ínfimas del
ojo en su nimio saber,
no ocurre nada, no, sólo esta luz
[…] que a través de su nítida
substancia nos permite mirar,
sin verlo a Él, a Dios,
lo que detrás de él anda escondido:
el tintero, la silla, el calendario […]
en el instante mismo en que se empeñan
en el tortuoso afán del universo (1996: 114-5)