La muralista cruceña participa de la Bienal Latinoamericana de Muralismo y Arte Público en Puerto Tirol, Argentina. Sobre su trayectoria, retos y la necesidad de la formación de artistas con posturas políticas e históricas, conversamos a continuación.
“¿Hace murales por arte o cobra por esto?” le pregunta alguien por WhatsApp y Renate se ríe. “Eso me sobrepasa”, dice. Es la síntesis de lo que sucede en Santa Cruz, de lo que pasa en la relación que existe entre la sociedad y quienes tienen el oficio de artista en Bolivia. Su risa, fuerte y contagiosa, se estrella contra la percepción “común” de que el arte es una categoría a la que no le corresponde un pago: no se lo considera como un trabajo.
Mientras tanto, ella alista un nuevo viaje. Esta vez fue convocada a la primera Bienal Latinoamericana de Muralismo y Arte Público en Puerto Tirol, en el Chaco argentino. Allí, desde el 29 de julio hasta el 6 de agosto, estará plasmando su obra en más paredes de este continente.
Asiste como invitada y será remunerada. Es un espacio que por primera vez es una Bienal, pero ya en ediciones pasadas se dieron encuentros con diferentes actividades que, además, sirvieron de inspiración para que Renate traslade esas experiencias a la capital económica de Bolivia.
Nacida y criada en Santa Cruz, Renate Hollweg a sus 31 años -ocho de ellos dedicados al muralismo- piensa la ciudad de los anillos de formas diferentes. Interpela a su sociedad, a sus compañeros de oficio, a sí misma, con el afán de poder dar un giro en como es comprendido el arte. “A mí lo bello ya me pasa de lado, lo bello es solo una herramienta”, explica. Por su talento y capacidad de gestión fue invitada a México, Perú, Colombia y Argentina, además de haber participado en varios encuentros nacionales.
Pintar y gestionar: hacerle el trabajo al Estado
Todo empezó gracias a una materia en la universidad pública Gabriel René Moreno que era dictada por Lorgio Vaca. “Lo mejor que me pudo pasar en la vida fue empezar con mis primeros murales en el grupo de Arte Público, como anillo al dedo”, asegura. Y es que, a partir de la cantidad de conocimiento e intercambio sobre lo que se genera al hacer este tipo de arte, también engloba todo lo que persigue en la vida: conceptos y contenidos; no solo una voz, sino la historia de más personas que se traducen en lenguaje visual a través de los muros.
Estuvo dos años en esa agrupación, luego empezó su propio proyecto: “Soy hambre”. “Solo quiero producir, tenemos una herramienta propositiva y comunicativa, entonces hay que aprovecharla” reflexiona. Cuando empezó con su propio proyecto llegó también El canto de la selva. “Es mi hijo, tiene dos años”, dice orgullosa.
Le tomó la palabra a muchos vecinos que habían visto sus primeros murales y se lanzó. Este año llegaron a 30 obras tanto en la ciudad capital, como en Chochí. Ante el crecimiento de las preocupaciones medioambientales, este encuentro de muralismo quiere dar el mensaje de que la selva somos todos. “Dejemos de pedir tanto a los demás y empecemos a hacer algo nosotros”, reclama.
El apoyo fue privado casi en su totalidad. El Ministerio de Culturas aportó con el 0,5% del total (unos 100 mil bolivianos) de los gastos que se tuvieron que pagar.
No tuvo apoyo de la Alcaldía ni de la Gobernación de Santa Cruz. Siempre que pensaba que lograban algo en esos espacios, luego les decían que no. “¿Cómo yo, una chica de 31 años, voy a poder hacer más que un municipio? Hay una coraza de gente que está protegiendo la plata que es del pueblo, no de ellos”, denuncia.
“Existe una ley municipal que dice que cada cierta distancia tiene que haber alguna obra de arte, pero no se cumple. ¡Nosotros les estamos haciendo el trabajo!”, concluye.
Como resultado de El canto de la selva se hicieron unos libros para que la obra sea entendida en varias capas, no solo a través de la mirada, sino que también se conozca el trabajo de los artistas y su gestión de la misma. Además, buscan generar un soporte identitario, una recopilación de arte público en Bolivia, ya que es un tema que se discute muy poco y no hay formación al respecto. Quizás por eso sea tan importante tener un registro de este tipo en Santa Cruz, sin tener que ir a La Paz o Potosí, donde sí hay algo de este tipo de material.
“En general la gente en Santa Cruz no está interesada en formarse a nivel académico, en conocer más técnicas, en la historia, en saber que pasó antes”, cuestiona. Eso le preocupa porque lo que personalmente asume como una necesidad, para el resto resulta prescindible. Por eso le importa tanto generar espacios pedagógicos en los cuales tanto la población como los artistas puedan formarse.
También le interesa discutir sobre la urgencia del trabajo digno en el quehacer artístico, que los artistas no sean utilizados para asuntos político partidarios. Que la aspiración no sea tener visibilidad, sino que se les pague por su trabajo, como a cualquier otro trabajador.
Entre el «amor» al arte y la profesionalización
Aunque inició su vida estudiantil en Ingeniería Química, un año después se dio cuenta que quería seguir la pasión que desde niña había encontrado. Le gustaba mucho más pintar que aprender fórmulas. Entonces el 2008 llegó a la carrera de Arte. La capacidad creadora que desde niña la había caracterizado le ayudó a graduarse con excelencia en 2013.
Luego, la diversidad de espectadores la lleva a querer combinar sus creaciones con música, aromas y texturas para hacer obras más inclusivas, para que las diferentes capacidades de percepción no sean un obstáculo.
Es así que pudo haber elegido muchos caminos en este oficio. Por ejemplo, su tesis trató sobre el diseño curricular de la materia de Arte para ser implementado en colegios, no solo como una manualidad o actividades de esparcimiento, sino para que se entienda como un oficio, con teoría y práctica, capaz de convertirse en una salida laboral. “Si vos educas a la gente, la gente puede responder de otras formas”, piensa.
“Yo no he tenido problemas en mi trabajo por ser mujer”, comenta, aunque de inmediato sigue con una lista de cuestionamientos. “Existe la visión de que una mujer pinta florcitas, que sirve para adornar. Nos dan muros más chicos, nos preguntan cómo vamos a subir a los andamios”, explica y asegura que no se las tiene en cuenta, pese a que plantean propuestas a través de la obra. De la misma macera, relata que en los encuentros normalmente hay más hombres que mujeres, pero no se lo toma personal. Es sistemático.
Lo que sí puede tomarse a pecho, es que en sus ocho años de trabajo, recién recibe pagos desde hace tres, ya sea porque la demanda laboral no se publica en los diarios o porque el paradigma dicta que, si es por “amor al arte”, tiene que ser gratis.
Sin embargo, insiste en que su mayor preocupación es la formación constante de los artistas. “Necesitamos comunicar conceptos más complejos, más humanos, con una postura política, histórica, hacerlo serio. Creo que es algo que le está faltando a los muralistas en nuestro país”.