Pedro Lemebel fue un escritor, un cronista, un performer, un marginal. Un artista con todas las letras. Compartimos un recorrido por su obra en los últimos años de dictadura, junto a su amigo Francisco Casas.
Maria Gabriela Flores
Pedro Segundo Mardones Lemebel fue un marica, como él mismo de proclamó, que nunca estuvo conforme con el tiempo y las maneras que le tocó vivir. Protestaba, a través de sus textos y sus muestras performáticas, en contra de la dictadura de Augusto Pinochet, de los espacios artísticos y elitistas, denunciaba los abusos hacia los derechos humanos y reivindicaba con rebeldía la marginalidad a la que se condenaba a las disidencias sexuales.
Todas sus obras pretendían incomodar, exaltaban el deseo carnal, llamaban a protestar y crear. Especialmente su trabajo escénico. Con el poeta Francisco Casas, en 1987, decidieron montar puestas teatrales públicas criticando el esnobismo cultural de las élites chilenas, la violencia político y dictatorial, y la desatención sobre la crisis del VIH/SIDA, que afectaba y estigmatizaba, particularmente a la comunidad LGBTIQ.
El mismo año, con la transgresión a flor de piel, Lemebel y Casas crearon el colectivo Las Yeguas del Apocalipsis. Un tiempo en el que el pinochetismo olisqueaba su fin y, por eso mismo, se ponía más rabioso.
“En algún momento nos juntamos con Francisco Casas a hacer algo en realidad, hacer algo en frente a esta demanda homosexual, frente al SIDA, frente a los derechos humanos (que estaban siendo violados terriblemente en ese momento en mi país). Frente a todo esto se nos ocurrió hacer esta especie de puestas en escena callejeras al comienzo”. Casa de las Américas, La Habana (2006).
«Las Yeguas del Apocalipsis», el nombre era una agresión y un presagio, una obra en sí mismo.
“Allá se hablaba de la plaga del apocalipsis. Entonces, tenía que ver también el nombre ‘yegua’, que de alguna manera es como puerca, que es como perra, que es un nombre peyorativo para con la mujer. Nosotros lo asumimos como una bandera de lucha”, Casa de las Américas, La Habana (2006).
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Sin saber, en ese entonces, que sus intervenciones podían denominarse «performances», las yeguas empezaron a realizarlas, sin contemplaciones.
Su debut fue en la entrega del Premio Nacional de Poesía Pablo Neruda a Raúl Zurita, el 21 de octubre de 1988. En ese contexto, Pedro y Pancho irrumpieron para ponerle una corona de espinas al autor de Purgatorio. A esta obra la llamaron “Una corona de espinas y un cristal roto para el poeta Raúl Zurita”.
Tiempo después, una imagen icónica de la cultura disidente santiaguina: Pedro y Pancho montan un caballo blanco desnudos e ingresan a la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. “Refundación», llamaron a la intervención.
Se dice que esta obra era una representación del conquistador, del militar, que Lemebel y Casas querían erotizar y homosexualizar mostrando sus cuerpos desnudos. El cuerpo como lienzo. Además, Lemebel explicó que hicieron esa presentación porque en el territorio académico chileno los homosexuales estaban ausentes o censurados.
“En ese momento nunca estábamos en la universidad, en carreras como medicina, como ingeniería o derecho ¿Dónde estaban los homosexuales evidentes digo yo? A los que se nos nota, de un avión se nos nota. ¿Dónde estaban? En las peluquerías (…), entonces decidimos abrir, romper este cerco y reinaugurar ese espacio universitario, académico, con nuestros desnutridos cuerpos de yeguas tercermundistas a caballo”. Casa de las Américas, La Habana (2006).
Las yeguas habían tenido tanta repercusión que eran considerados una plaga de fin de siglo por los sectores más conservadores de la sociedad chilena.
Nadie sabía cuando podían aparecer y que iban a hacer en medio de lanzamientos de libros y exposiciones de arte. A pesar de su fama, solo se registraron 21 intervenciones, además que otras no fueron registradas porque se realizaron espontáneamente y sin previo aviso. Optaban por lo efímero, aquello que se descarta, rompiendo con la lógica trascendentalista de la cultura y las artes hegemónicas. Su arte eran cuerpos vivos, no experiencias momificadas.
En muchas de sus obras Lemebel y Casas aparecieron travestidos y las denominaban Pedrita y Panchita. El colectivo trabajó en torno al cuerpo, sus limites y sus representaciones, sus posibilidades expresivas y discursivas.
Las Yeguas del Apocalipsis estuvieron vigentes hasta 1993. El colectivo jamás se inscribió en ninguna tradición artística o literaria o de corriente alguna en aquella época. Sus intervenciones preferían las calles, las plazas, las estaciones de tren.
Los cuerpos travestidos de las yeguas nunca soportaron los ajustados corsés de la aristocrática y conservadora cultura chilena.