Históricamente el sistema médico impone prácticas médicas durante el parto, que atentan contra el bienestar físico y emocional de las mujeres. En Bolivia, esto se traduce en una violencia obstétrica sistemática y estructural. Los hospitales fuerzan procedimientos médicos innecesarios o agresivos, invalidando los saberes comunitarios y la experiencia de las parteras y mujeres de las comunidades rurales y periurbanas.
«Tengo miedo» repiten muchas mujeres al entrar al hospital. La violencia obstétrica muestra que el parto es territorio político en disputa.
En 2000, Reyna fue atendida en la Caja Nacional de Potosí. Le practicaron cesárea y su wawa nació sana. Al recibir el alta, le advirtieron: «Cualquier futuro embarazo debe ser por cesárea». Como mujer de una cultura donde las wawas son bendiciones, decidió recurrir a los saberes comunitarios. Confió sus siguientes embarazos a parteras. Hoy tiene cinco wawas, todos nacidos sanos con acompañamiento que siempre le dio confianza.
Despojo de saberes: cuando el sistema médico desplazó a las parteras
En el Renacimiento, los médicos —mayoritariamente varones— se apropiaron de la atención del parto. Esta práctica históricamente pertenecía a mujeres conocedoras de las cuerpas gestantes. Este desplazamiento medicalizó el parto, imponiendo la posición acostada para comodidad del médico. No solo excluyó a las mujeres del espacio, sino que desconectó saberes ancestrales de las cuerpas. (Almaguer González et al., 2015)
Juan (nombre ficticio) espera en el Hospital Bracamonte. Vino desde Pocoata para que atiendan a su pareja. Trae frazadas, ropa y algo de dinero en su aguayo. No le han explicado mucho. Han pasado cuatro horas y no ha visto a su pareja. Aunque no lo expresa, está preocupado: todas sus wawas anteriores nacieron sin problemas en el centro de salud de Pocoata.
El acompañamiento negado como violencia institucional
Le pregunto: «¿Te han atendido bien?» Responde: «Sí, todo tranquilo.» Le pregunto: «¿Te han dejado entrar?» Responde: «No.»
Otra pareja joven también está allí. Su wawa nació prematura y está en incubadora. La madre solo puede verla en horarios establecidos. Su pareja la acompaña y comparte su angustia. Ambos dicen recibir buena atención. Son de la ciudad y tienen economía estable, aunque gastaron más de 8.000 Bs en medicamentos. Tampoco él pudo acompañar durante el nacimiento. Es política del hospital no permitir ingresos en cesáreas.
El valor del acompañamiento comunitario
En los pueblos originarios, el acompañamiento familiar es fundamental durante el parto. La pareja brinda seguridad emocional clave. Guardar la placenta para enterrarla con rituales previene enfermedades, protege contra la brujería y evita el desarraigo. Así la wawa mantendrá la unidad con su comunidad. (Medina & Mayca, 2006)
La partera Valentina Tikona atiende en El Alto con un trato humano esencial. Comienza preguntando: «¿En qué posición te sientes más cómoda?». Para ella, la presencia de la pareja es vital cuando la mujer puja: «Vas a poder, tienes que poder». Atiende en hogares porque sabe que los hospitales no permiten acompañamiento. Explica que el alta hospitalaria a los dos o tres días provoca recaídas graves. También cuida la placenta según tradición. No hacerlo, dice, explica por qué muchos jóvenes «están como están».
Políticas interculturales: avances mínimos
Con Evo Morales en 2006, se implementaron políticas culturales en salud. Alexia Escobar, de la Fundación SIERAR, cuenta que el Hospital Bracamonte incorporó señalética en quechua, calefacción en salas de parto y un facilitador intercultural. Este médico tradicional recibía a familias y explicaba procedimientos. Sin embargo, estas mejoras no fueron suficientes. Siguen las denuncias por maltrato y el hospital tenía la mayor mortalidad intrahospitalaria del país.
En 2023, el director del Hospital informaba: «Tenemos 80-85% de ocupación». Mencionaba que reciben partos sin complicaciones que deberían atenderse en otro nivel. Esto sobrecarga al personal y cuestiona la eficiencia del sistema. (Ruiz, 2023)
Personal médico: el factor silenciado
Un estudio mostró que el agotamiento del personal médico afecta la calidad de atención. Quienes sufren estrés tienen menos compromiso. Quienes mantienen sentido de logro ofrecen mejor atención. En el Hospital Bracamonte, donde los médicos no descansan, mejorar su bienestar podría cambiar radicalmente el servicio. (Salyers et al., 2015)
Hospitales: espacios de inseguridad
Doña Reyna y don Pedro recuerdan con dolor su primer embarazo. En la Caja Nacional de Salud, Reyna fue internada urgentemente. Recibió maltrato. Le practicaron cesárea por los dolores intensos. «Solo lo escuché llorar y lo vi un instante», cuenta. Pasó la noche sola sin ver a su wawa. A pesar del dolor, le exigieron caminar.
En su segundo embarazo, la ambulancia la llevó al Bracamonte. Don Pedro esperó afuera. «Espere aquí nomás», le decían. Escuchó: «A esa que llegó, la haremos cesárea». Sintió que trataban a su pareja como objeto. «No sé de dónde saqué valor… les dije que me la iba a sacar», recuerda. La retiró del hospital, firmando documentos que lo responsabilizaban.
Resistencia: volviendo a saberes propios
En casa, con Reyna aún con dolor, llamaron a una partera. «Vas a estar bien, mamita. No tengas miedo», le dijo. Fue ella quien anunció que tendrían una niña. Ambos coinciden: este trato superó al médico.
Para sus siguientes partos confiaron en parteras. Les ayudaron con masajes, tratamientos tradicionales y apoyo emocional. En el quinto embarazo, intentaron en un centro privado buscando mejor atención. Fue peor. Reyna sufrió un desangrado. «Mi corazón se rompió», confiesa Pedro. Hoy, ella prefiere la medicina tradicional para su salud.
El menosprecio al saber corporal
Muchas mujeres relatan experiencias con personal médico que ignora sus conocimientos. Una compartió: «Yo ya sabía… pero la enfermera dijo: ‘Falta todavía, recién estás en cuatro’. Cuando bajaba las gradas, se reventó la bolsa. La enfermera sorprendida preguntó: ‘¿Cómo? ¡Si recién estabas en cuatro!’. Respondí: ‘Yo le dije, ya estaba cerca'».
Este testimonio muestra la falta de reconocimiento al saber femenino. La academización de la salud es responsabilidad de universidades y del Ministerio, que reproducen visiones occidentales en personal y espacios.
Dos visiones en conflicto
La ruptura entre culturas occidental e indígena impide la convivencia de saberes. La academia ve el parto como acto clínico. La medicina tradicional lo entiende como experiencia espiritual, recíproca y familiar. Estos elementos conectan al nuevo ser con su comunidad.
Esta visión occidental genera trato burocrático, menosprecia saberes de las gestantes y aleja a muchas de los centros de salud. Según Alianza por la Solidaridad, el 63,5% de mujeres en centros bolivianos sufre violencia obstétrica. Los comentarios son alarmantes: «¡Abrí las piernas! ¡Para el marido no tenés miedo!».
Resistencias y puentes posibles
No sorprende que muchas prefieran parir con parteras. Ellas atienden con calor humano, hierbas, coca y palabras sabias. Comprenden que parir es acto cultural y espiritual, fruto de conocimiento heredado por generaciones.
Existen acercamientos entre saberes médicos occidentales e indígenas. El reportaje «¿Por qué las mujeres tienen afinidad hacia los ‘partos interculturales’?» muestra centros que respetan conocimientos tradicionales y decisiones de las gestantes.
Algunos avances incluyen parteras en encuentros médicos, el Registro Único de médicos tradicionales y parteras, y salas de parto interculturales. También hay profesionales que valoran estos saberes resistentes.
Masculinidades en el parto
El activista Nilton Angelo señala que cuando los padres acompañan el parto, se comprometen más con la crianza. Se involucran activamente en derechos reproductivos. Advierte que esto no debe verse como relación de poder o propiedad sobre la mujer o el niño. Hay que cuidar estos dobles discursos.
A pesar del facilitador intercultural en el Bracamonte, nuestro entrevistado no recibió información. Él y su pareja venían de Pocoata y era su primera vez en un hospital. Permaneció en el pasillo, esperando noticias.
La deuda histórica continúa
Nos enseñaron a desconfiar de nuestros saberes. Nos dijeron que solo la medicina moderna era válida. Que nuestras prácticas eran «peligrosas». Detrás de este discurso hay falta de respeto hacia conocimientos que sostuvieron la vida por siglos.
La experiencia de doña Reyna es común. Muchas mujeres indígenas, hablantes de otras lenguas o que confían en saberes comunitarios, reciben indiferencia o violencia. El parto es territorio donde se impone poder y se juega dignidad.
Una salud intercultural real no es un favor. Es deuda histórica del Estado. Mientras no se reconozcan los saberes ancestrales, seguiremos pariendo con miedo.