Un clásico contemporáneo y una pieza maestra del cine sudamericano está disponible gracias al coronavirus. ¡Punto para la pandemia! Ok, no. Compartimos una reseñita a esta peli de skaters fantasmas y cumbieros. Al final de la nota te dejamos el enlace al streaming y su contraseña.
Mijail Miranda Zapata
El primer recuerdo que tengo de Raúl Perrone se remonta a mi adolescencia. ¡Qué coincidencia! Entonces seguía con devoción a Bresson y Kusturica, era un fan inocente de ese cine fantasioso, un tanto artificial, descomunal e idealista. Era una devoción ciega e ignorante, como casi todas. Y el argentino apareció así nomás, por casualidad.
En el puesto de mercado donde solía comprar DVD, encontré la versión pirata de Graciadió (1997). Me despertó curiosidad el dejo indie lo-fi de su portada. Verla me produjo incomodidad y descontento. No concluí con los apenas 70 minutos de metraje. Al comentarla con algunos amigos, que habían encontrado la película en el mismo lugar, nos limitamos a decir que era una paja. Eso dijimos.
No pasaba los 17 años, escribía poemitas de mierda y me enamoraba con frecuencia, miraba Los Simpsons siempre. Me pasaba el día en la calle, con los amigos, disfrutábamos ver pasar el tiempo, a veces tomando vino en cartón, a veces fumando marihuana.
Entonces, como dije, aquella película, Graciadió –en la que ahora casi puedo encontrarme recorriendo las calles de Ituzaingó (la localidad bonaerense en la que Perrone filma todas sus cintas)-, me pareció una mierda.
Ya no más. Años después, abrí los ojos. La trilogía noventera del argentino está en mi lista de imprescindibles.
El cine de Perrone es un incisivo retrato adolescente. Si en los filmes del noventa predominaban los planos abiertos, la saturación del color y la oralidad como principios fundamentales -como reflejo cabal de lo que preconfiguraba a las juventudes del cambio de siglo-, en P3ND3JO5 (2013), hay también ese juego premonitorio. Se retrata un ensimismamiento dramático.
Se pasa a planos cerrados, incluso los paisajes y horizontes están siempre sometidos a una suerte de encierro. Es más, el formato elegido es el de 4:3, dejando fuera de juego el imperante widescreen. Se abandonó el color por la monocromía, ya se había visto ese gesto, quizás como transición, en Zapada, una comedia beat (2002). La fotografía, en P3NDEJO5, exalta la introspección y los contrastes, los extremos, esos límites en los que todo se transforma y donde no hay cabida para las tibiezas.
https://www.youtube.com/watch?v=5_AXqBZBLys
Así mismo, los diálogos adquieren otras características. Ya no es la palabra hablada, ya no son los monólogos extraviados, reflexivos, excesivos. Ahora son frases cortas, concisas, nunca pronunciadas, el silencio como principio ontológico.
Telequinesis y telepatía. Cumbiópera profética. Brujería.
La adolescencia puesta frente a nosotros, sobre la textura ruidosa que propone Perrone, es un espacio perdido, un viaje fugaz y sin retorno, es la decadencia, el principio de todo fin, es revelación y desencantamiento, y deja el paladar inundado de saudade. Es la nostalgia eterna, una herida que nunca cierra. El Perro supo retratarla en los 90 y lo hace también ahora, ya en el siglo XXI.
Entonces, Perrone es un gurú adolescente, un cazador voraz y salvaje, inteligente e instintivo, capaz de seducir y acariciar a su presa -sus actores, sus espectadores- momentos antes de devorarle las entrañas. Porque si hay una pulsión violenta en el cine del poeta de Ituzaingó, es aquella que se encuentra en la sensación de algo desgarrándose, del hedor a sangre y sudor, amargo y dulzón, del ardor de una llaga atravesada por dedos fantasmas.
Y son esos espectros los que habitan P3ND3JO5, los que caminan las calles encapuchados, danzan en plazas sobre sus tablas de skate o recorren túneles subterráneos en los que no parece haber ninguna luz hacia el final.