Las escena musical alternativa siempre ha tenido un fuerte tufillo machista. En Argentina, nos cuentan, las mujeres, las lesbianas, las trans, les no binaries, entre otres, le están devolviendo el espíritu rebelde y político al rock. ¿En la Bolivia cómo vamos?
Romina Zanellato
Mañana no es mujer. Mujer es hace rato. Desde siempre. La cantante, poeta, actriz y rockera, Rosario Bléfari, subió a su Facebook una nota que empezó con un “Seguiremos invisibilizadas, si no decimos nada, hasta que se le antoje a alguno. El futuro es mujer proclaman por ahí, diciendo que ya llegará el momento, algún día incierto, donde existirá un rock hecho por mujeres, mientras tanto, hace años, estoy rodeada de mujeres que tocan todos los fines de semana”, dijo, y en los comentarios se armó un glosario de proyectos. Ahora ellas tienen una responsabilidad histórica más grande que la de sólo tocar: hay que conquistar.
Parte de asumirse del lado que pretende igualdad de condiciones está la responsabilidad de transformarlo en acción: mirar, escuchar, valorar, compartir, el trabajo de las colegas, las mujeres, las lesbianas, las trans, les no binaries. “Hasta ahora la historia del rock argentino es la historia del hombre en el rock argentino. Nos dijeron hinchapelotas, nos dijeron de todo”, dijo Marilina Bertoldi hace poco cuando ganó la encuesta del Suplemento «No» de Página/12 a mejor disco de rock del año, y agregó: “Ustedes (los músicos varones) se votaban entre ustedes, y no nos veían como pares. Se dieron cuenta ahora porque les dijimos que somos iguales”. Y el final de esa respuesta es vital para estos tiempos: “este año ganó una lesbiana”.
La identidad como acción política, el verdadero y original espíritu del rock.
Si fuera cierto que el rock está muriendo no es porque las mujeres escrachan a los músicos, es porque se aferran a un orden social que es insostenible, que ya no existe. El 2018 fue un año vertiginoso para el rock y los feminismos. Cada mojón en la historia complejizó el pensamiento preestablecido, y hubo más para cuestionar lo que se creía.
Sólo enumero algunas cosas: el juicio a Cristian Aldana, el final del blog Ya no nos callamos más, las pibas en las vigilias de las votaciones por el derecho al aborto en el Congreso, los relatos de 45 chicas que vivieron situaciones abusivas con Onda Vaga, la organización feminista, colectiva y paciente de la denuncia de Thelma Fardín, lo que los medios hegemónicos le están haciendo, la reacción violentísima de los tipos que se sienten amenazados porque sus privilegios están derrumbándose.
Si hay una estrella de rock con miedo a ser escrachado, a perder lo que construyó, es algo muy menor al lado de convivir con una historia de violencia sexual, con haber sido violentada, o con lo naturalizado del miedo que tenemos en el cuerpo. Y darse cuenta de esto también lleva su tiempo.
Las mujeres, lesbianas, trans, chiques no binaries, están hablando, están produciendo, están grabando, están protagonizando lo nuevo. Sería de necixs no prestar atención. Sería tan poco rocker estar enojado con una rebelión que busca justicia social (en vez de, por ejemplo, no estarlo con quienes lo pretenden impedir). Callarse, enorgullecerse de la no postura política sólo afirma una posición conservadora y neoliberal, mucho más perversa que la tibieza. De esta rebelión saldrá arte, saldrá música, porque ellas y elles -como dice Marilina- estuvieron enojadxs y ahora están preparadxs, tienen algo para decir. Si el rock no habla de esto, si el rock pretende seguir en una ilusión del pasado, ¿qué estamos escuchando?