Estrenada en Sundance el 2019 y celebrada en festivales alrededor del mundo, la película dirigida por el colombiano Alejandro Landes (‘Cocalero’, 2007) llega a salas bolivianas durante unos pocos días. Aprovechamos para verla y discutirla.
Mijail Miranda Zapata
Conocido en Bolivia por la dirección de Cocalero (2007), un documental biográfico sobre el expresidente Evo Morales, y también referenciado en la región por Porfirio (2011), un exquisito drama situado en una ciudad amazónica, Alejandro Landes en 2019 dio el gran salto hacia una producción de mayores proporciones con Monos.
Se la vende como una experiencia cinematográfica alucinógena, reveladora y shockeante. Los adjetivos favorables no le han faltado y el realizador colombiano ha sido catalogado como una de las miradas más refrescantes del séptimo arte contemporáneo. Los distribuidores tienen cada vez más habilidades para darnos gato por liebre.
Aunque las premisas de la cinta -adolescentes-niños-soldados-guerrilleros sosteniendo el secuestro de una diplomática en una remota montaña de los Andes, sus conflictos personales y las tensiones de su propia “organización”- llegan a ser cautivantes por escasos momentos, la película se extravía en los excesos formales de su director y la intención de impactar sensorial y emocionalmente al espectador. Como si la historia misma no fuera suficiente o como si no estuviera lo suficientemente robustecida para hacerlo.
En un escenario que se perfila distópico de entrada -resulta escalofriante saber que la realidad es aún más áspera- Landes propone un retrato alegórico, en el peor de los sentidos, del conflicto armado colombiano. Entonces la pantalla se llena de personajes unidimensionales, desprovistos de cualquier hondura, imposibilitados a transformarse: caricaturas de una herida que todavía hoy sangra y supura en Colombia.
Más allá, la estructura misma del relato tiene un carácter reaccionario: los guerrilleros «malos» no tienen el mínimo rastro de humanidad, los sensibles son siempre sometidos y perseguidos, lo tribal se emparenta con la violencia desaforada, lo místico se parangona con lo irracional y salvaje. En resumen: una “doctora” gringa es la heroica víctima de un grupo de marginales primitivos y torpes.
Sorprende que, en una temporada en la que destacaron películas como Les Miserables (Ladj Ly), Bacurau (Kleber Mendonça y Juliano Dornelles) o la mismísima oscariza Parasite (Bong Joon-ho), Landes exhiba un mensaje político ambiguo, más comprometido con el hedoesnobismo cultural global que con la realidad que viven nuestros países.
Quizás ese sea su principal defecto: una mirada chata y floreada sobre la violencia y la guerra, apta para sensibilidades primermundistas. El experimento de Landes, en el fondo, es poco consistente y no deja ver mucho más allá de su pirotecnia cinematográfica.
Uno de los pocos gestos iconoclastas, que resquebraja esa tersura, es el de la “organización rebelde” en la que se resaltan estructuras jerárquicas, militarizadas, sin margen para el desacuerdo. Una paradoja muy patente, desde siempre, en el progresismo latinoamericano.
Algo impregnada de referencias cinéfilas, Monos deviene en una mezcla mal proporcionada de Apocalypse Now, Mad Max Beyond Thunderdome y Oscuro Animal, del también colombiano Felipe Guerrero. En comparación a esta última, pesadillesca e impregnada de verdadero horror, el trabajo de Landes, insistimos, peca de ominoso y rimbombante.
Aún así, el potencial disruptivo de la historia pudo haberse sostenido con éxito, sin embargo, se desvanece entre una fotografía que coquetea lo mismo con el cine de autor que con las teleseries o los spots turísiticos, y una musicalización abrumadora, por momentos demasiado parecida a la de Stranger Things. Todos ellos recursos conocidos para revocar carencias argumentales. ¿Fue Monos pensada tanto para las plataformas de streaming como para la gran pantalla? ¿Es una fórmula a la que debemos acostumbrarnos?
En cualquier caso, Monos fue aclamada por la crítica oficial internacional y se paseó con éxito por una gran cantidad de festivales alrededor del mundo. Su presencia en salas bolivianas es una gran oportunidad para disfrutar otro tipo de cine, por fuera de los cánones del blockbuster. Una buena chance de ver, discutir y eviscerar aquellas obras que nos interpelan de manera más diáfana y directa.