«Hemos acabado con la maternidad como destino. Ahora toca que podamos decidir sobre cómo queremos vivir esa experiencia», dice la autora de Mamá desobediente, Esther Vivas, el más reciente título de la editorial El Cuervo.
Este 5 de octubre, la escritora española y Beiby Vaca, presentarán este libros imprescindible. Para asistir, puedes inscribirte aquí.
Una de las mayores satisfacciones de publicar Mamá desobediente ha sido el feedback que he recibido de tantísimas mujeres que han conectado de un modo u otro con la obra, que se han sentido acompañadas, que han puesto palabras a sus sentimientos, que han encontrado información, que se han reconocido en las experiencias que recoge el libro, que se han conmovido, que han hallado un camino para empezar a curar sus heridas, que se han indignado, que saben que no están solas y que no son las únicas.
Espero que esta edición en Bolivia llegue también a muchas mujeres, sean madres o no, y a muchos hombres, porque la maternidad y la crianza nos implican a todos. En estas páginas, escribo sobre maternidad, a partir de mi propia experiencia como madre y desde una perspectiva feminista, y abordo un amplio abanico de temas, a menudo silenciados, como los problemas de infertilidad, el dolor tras una pérdida gestacional, la violencia obstétrica, la depresión posparto, la imposible conciliación o las dificultades para dar de mamar, entre otras cuestiones. Confío que aquí encontréis respuestas, refugio, sororidad y apoyo.
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Los derechos de las madres y los bebés son a menudo pisoteados. Lo analizo en el libro poniendo énfasis en un tipo de violencia profundamente normalizada, la violencia obstétrica, una expresión más de la violencia de género. En Bolivia, esta es también una realidad. Un 63% de las mujeres que dan a luz en hospitales y clínicas en Bolivia afirman haber sufrido distintas formas de maltrato, como prohibirles estar acompañadas, no informarlas adecuadamente, recibir críticas, burlas y comentarios desagradables o no permitirles moverse libremente durante el trabajo de parto.
Otro ejemplo de la violencia obstétrica que sufren muchas mujeres al dar a luz es el elevado número de cesáreas que se realizan. Entre los años 1996 y 2018, al tiempo que en Bolivia disminuía el número de partos vaginales aumentaba el de cesáreas. En este período, el total de cesáreas en establecimientos de salud creció un 153%, y el promedio nacional de cesáreas en 2017 llegó a superar el 40%, con una cifra más elevada en el sector privado y las cajas de salud e inferior en el público. La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que un porcentaje de cesáreas superior al 10%-15% no está justificado. El uso innecesario de esta práctica tiene consecuencias negativas en la salud física y mental de madres y bebés.
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Unas prácticas que han aumentado en el contexto de pandemia sanitaria con más mujeres a quienes se las ha obligado a parir solas, se les ha inducido el parto sin necesidad, han sido separadas de su criatura nada más nacer o se les ha impedido amamantar a su bebé. Se trata de actuaciones sanitarias que se han dado al margen de la evidencia científica y en contra de las recomendaciones de la OMS. El coronavirus no puede justificar prácticas constitutivas de violencia hacia mujeres y recién nacidos. La violencia obstétrica es una violencia física y verbal que es necesario erradicar.
El auge de la nueva ola feminista es una oportunidad para sacar a la luz pública todas las opresiones, violencias y desigualdades que sufrimos las mujeres, y la maternidad, como analizo en estas páginas, es un campo plagado de discriminaciones. Necesitamos un feminismo que incorpore la maternidad a su agenda. La maternidad entendida como el derecho de las mujeres a decidir sobre nuestro cuerpo, derecho al aborto, derecho a quedarnos embarazadas cuando deseamos, derecho a decidir sobre nuestro embarazo, parto y lactancia, derecho a poder criar y a tener vida propia más allá de la crianza. He aquí esa maternidad feminista y desobediente que tanta falta nos hace.
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