A modo de conmemorar el Día del Periodista Bolivianx, decidimos compartir una crónica del día a día de una obrera de la información. Una de tantas que, más allá de las manos empresariales que manejan la comunicación, ejercen con pasión un oficio precarizado e imprescindible para la sociedad.
Esther Mamani
No hay un punto de comparación: ninguna de las coberturas de prensa se parece a trabajar en pandemia. Día a día, en las calles, las obreras de la información podemos sentir adrenalina: en las movilizaciones más agitadas, con petardos, dinamitas o gasificaciones. Podemos perder el sueño hilando los entretelones de la política y sus protagonistas. Podemos sufrir por ser simples periodistas cuando dramáticas historias de a pie llegan a nuestras cámaras y poco o nada podemos hacer para darles una solución. Pero, la sensación de salir a realizar coberturas cuando el virus está en las calles es nueva: estás en peligro y demasiado cerca de convertirte en la noticia, un nuevo dato que se sumará a las estadísticas del Gobierno.
Adiós rutina
Los periodistas tienen esa mala costumbre de almorzar cada día, por eso alisto todo de prisa y a la calle. Esta máquina llamada canal de televisión gira con total normalidad y se alimenta de las noticias que somos capaces de cubrir. El noticiero del mediodía, el de la noche, los reportes en vivo, y así. No es lo mismo en el sector internacional del noticiero. Los reportes de Asia hablaban de un virus lejano colapsando hospitales del otro lado del mundo.
Sí, al inicio de la pesadilla COVID-19, nosotros también pecamos de escépticos. “China está bien lejos, eso no llegará aquí”, decíamos en febrero varios periodistas, sentados en la puerta del Ministerio de Salud en la ciudad de La Paz.
La sede de Gobierno parece la panacea de la información oficial. Estábamos esperando los autos que nos llevaban de vuelta a los canales de televisión. El Ministro de Salud, en ese entonces, descartó que la enfermedad representará un peligro para Bolivia. Pero, a medida que el virus fue ganando territorio en Europa, también creció nuestra preocupación.
Ya no era una noticia exclusiva del sector internacional en el noticiero.
Todas necesitamos trabajar
Las jornadas laborales, cuando estamos de turno, inician a las seis de la mañana. A las 05:00 de la mañana mi wawa duerme tranquila. Tengo todo listo en el baño para no prender la luz de mi habitación. Mi mochila es un universo paralelo. Libreta, bolígrafos, gafas, barbijo, guantes, unas galletas, unos dulces, el cargador de celular y, en el bolsillo escondido, un poco de plata, por si acaso.
El reporte en vivo se hará desde el mercado Rodríguez. Nos dirigimos al lugar con el compañero de trabajo, en televisión no andamos chullas. Tu cámara, mi micrófono, tu edición, mi relato. Nuestro trabajo. Grover es el camarógrafo.
Una vez que llegamos al lugar vemos caras de pocos amigos. Las comerciantes no están de acuerdo con restringir las ventas por días para evitar estar codo a codo. Para el reporte en vivo la realidad hace de productora. A lo lejos veo un señor pintado de amarillo, es el Subalcalde del macrodistrito Cotahuma y llega a explicar, convencer, tratar de negociar. Tal vez no sabe lo que le espera.
Cuando las caseras ven la cámara se organizan rápido. Todas tienen algo importante que contarme.
—Señorita no podemos dejar que las verduras se pudran, tenemos que vender todos los días.
—Tenemos nuestras patentes.
—Van a sacar completo lo que estamos diciendo.
Eran cinco, quince, al menos treinta. Luego calculo cincuenta y, finalmente, pierdo la cuenta. Estamos rodeadas de ellas porque todas quieren dar su testimonio. Es evidente que están preocupadas y enojadas. Las autoridades de Salud recomendaron evitar aglomeraciones, pero aquí manda la preocupación por el trabajo, por el sustento diario, la superviviencia.
“A vos que te pasen su sueldo” ¿cuál sueldo?
Buenas madrugadas. Volvió el turno en el trabajo, así que voy directo al baño para no prender la luz de mi cuarto. De vuelta al ruedo. El nuevo destino es la plaza Camacho, un escenario común para entrevistas en la ciudad de La Paz. Ahora quisiera tener las manos más grandes. Les cuento porqué.
Con una mano agarro el micrófono y con la otra el celular. El micrófono tiene un cordón umbilical que conecta la cámara de Grover. Con la cuarentena muchas radios han replegado a sus periodistas. No les garantizan transporte, no hay plata. Por esta razón se han formado algunas alianzas de ayuda para enviar audios a los periodistas radiales, sobre todo los que viven en El Alto que, obivamente, no podrán llegar.
En cuestión de segundos tienen el audio. ¡Gracias WhatsApp! Los jefes de mis amigas saben que no consiguen las entrevistas en el lugar si no es con este tipo de ayudas. El otro camino son las llamadas a las fuentes, pero para llamar te tienen que dar un celular con crédito.
“A vos que te pasen su sueldo”, me dice Grover al terminar la entrevista, mientras envuelve el cable de nuestro micrófono. Nos reímos y luego a callar. Ambos sabemos que probablemente no les estén pagando. La Asociación Boliviana de Radiodifusoras (Asbora) advirtió que, de las 300 radios afiliadas, el 90% no estaba generando ingresos. En televisión y prensa escrita el panorama no es mejor.
Off the record
Para otro reporte en vivo pienso en el Director del Servicio Departamental de Salud de La Paz. Antes de llamar, recuerdo que los últimos tres directores no accedían a entrevistas con los medios y menos en vivo. No se puede improvisar cuando no te has preparado.
El nuevo Director acepta y de ahí en más es una de las pocas fuentes que atiende a periodistas a sola llamada. Cuando nos ve llegar cerca de su casa, sonríe. ¿Serán nuestros trajes de seguridad? ¿Lo diferentes que nos vemos? René Sahonero antes de saludar nos revela.
—Tenemos a un periodista sospechoso de COVID-19. Cuídense porque es de calle el joven. No se quiten sus barbijos ni lentes y si pueden, cúbranse el cabello.
Unos días después se confirmaba el primer caso positivo de un colega. En algunos grupos de WhatsApp buscaban conocer el nombre del paciente: periodistas preocupados por sí tuvieron contacto con esta persona y otros cuantos con el morbo a flor de piel.
¿Hay alguien ahí?
Es importante confiar en tu yunta de trabajo y con Grover no necesito guardar mis ganas de jugar un poco. Es feriado y veo a la cuarentena, sigue ahí parada, nos mira y dice: ustedes sí salen, salen a trabajar. Caminábamos por la calle Comercio pensando en el reporte en vivo. Este diez de abril es el más k’aima que he visto en todos mis días de cobertura.
La calle Comercio le debe su nombre a las decenas de mujeres que venden. Negocios de comida rápida, venta de ropa, ópticas, farmacias, oficinas de abogados. Hay de todo, pero esta vez no hay nadie.
—Hola, ¿hay alguien ahí?, ¿alguien me escucha?— grito, mientras me río porque no sé cómo demostrar mi asombro.
Vimos una ciudad congelada donde nada ni nadie se movía. Algunos perros pasaban por nuestro lado, seguramente somos de los pocos humanos que han visto y no nos dejan. Me lamenté por no tener, al menos, un pan en la mochila en ese momento.
Se supone que los reportes en vivo muestran acción, lo urgente: aquí y ahora. Pero hoy la noticia es la inacción. Esa ciudad que nunca imaginamos. Poco a poco el día nace y la cobertura ofrece otros temas. Camarógrafo y periodista seguimos el camino para llegar con nuestra cosecha al canal. La pasión está intacta, pero, además, estamos pensando en nuestras familias. Los medios de comunicación y, sobre todo, las y los obreros de la información no podemos estar en cuarentena.