Durante la cuarentena surgieron muchas reflexiones respecto a nuestra relación con la naturaleza. Te compartimos un repaso por los apuntes de Laura Montero, doctora en Historia del Cine y autora de Biblioteca Studio Ghibli: La princesa Mononoke, sobre la que quizá sea la película más ecológica y beligerante de Hayao Miyasaki
La princesa Mononoke nos narra la historia de una guerra eterna. Tratando de proteger a su aldea del ataque de un dios consumido por el odio, el joven príncipe Ashitaka es maldecido con un estigma que acabará con su vida si no hace algo para evitarlo. Entonces emprenderá un viaje que le llevará hasta las tierras del Espíritu del Bosque, la única criatura con el poder para curarle. Para cuando llegue, se verá en mitad de una batalla entre las criaturas que habitan el bosque y las personas de una aldea cercana que talan árboles para una fundición. El progreso del hombre quiere someter a la naturaleza. Y esta se rebelará.
«Con La princesa Mononoke, Miyazaki se aleja del discurso sobre una naturaleza amable con la que tenemos que vivir en simbiosis, como sostenía en Mi vecino Totoro». Aquí, la Madre Tierra no se queda sentada a esperar que la mimemos o destruyamos. Se protege a sí misma con dioses ancestrales y poderosos, y esto crea un diálogo interesantísimo en su propia obra.
«Con La princesa Mononoke se cierra un círculo narrativo que Miyazaki ha ido explorando a lo largo de todas sus películas». Según Montero, «en otras obras se puede entender un mensaje más ecologista en el sentido de que llevan implícito el discurso de que tenemos que cuidar de la naturaleza. Aquí la retrata desde una perspectiva producida por el pesimismo que sentía en esa época. Un discurso que tuvo que cambiar en El viaje de Chihiro porque sintió que necesitaba transmitir otra visión a la juventud. Una que impela al espectador a cuidar de la naturaleza».
La princesa Mononoke, pues, nace de una voluntad artística que trasciende la transmisión de un mensaje o una moral. Su historia reflexiona sobre cómo hemos actuado con el planeta que habitamos sin atisbo de paternalismo, sin obvio discurso sobre su cuidado y respeto. Una visión adulta que deja al espectador libre en su lectura del mismo. Primera clave sobre por qué este film es lo que es.
La mujer que escupe sangre
«Creo que el desarrollo psicológico de los personajes es lo que más me interesa de este film», afirma Montero Plata. Según ella, el estreno de La princesa Mononoke supuso un antes y un después para el espectador occidental, acostumbrado a ver en la animación personajes que cumpliesen meras funciones narrativas, no identidades poliédricas y complejas que hablasen del ser humano. «En occidente estábamos muy acostumbrados a películas de animación como las de Disney en las que mayoritariamente había personajes planos que actuaban motivados por una serie de razones que no terminaba de ser plausibles», explica. Habíamos consumido décadas de villanos que eran malvados porque sí, héroes que solo eran eso y mujeres cuya única función era enamorarse de estos.
«Con la llegada de La princesa Mononoke, el espectador occidental vio que la animación no tenía por qué ser así: se abrió la posibilidad de una galería de personajes absolutamente maravillosos que, vistos desde la óptica de un observador externo, actuaban por motivos discutibles pero con los que podías empatizar y a los que podías comprender». Ashitaka, el héroe de esta oscura epopeya «es ese observador externo que nos permite establecer vínculos con la trama, es la brújula del espectador y aún así también tiene sus defectos», explica la autora. «Aunque desde mi punto de vista los personajes más interesantes son San y Lady Eboshi. Esta segunda es también mi favorita: un personaje de una riqueza de matices y una complejidad que a día de hoy me sigue fascinando».
Lady Eboshi es un personaje que se nos presenta, en primera instancia, como una villana que está acabando con la naturaleza y matando a los kamis que la habitan, pero luego se nos va perfilando como algo más: es una persona comprometida con los suyos, que rescata a mujeres de las garras de la prostitución y da cobijo a leprosos rechazados por la sociedad. Montero Plata añade que «Miyazaki dijo de ella que le parecía la mejor metáfora que había hecho del ser humano en el siglo XX: es un personaje que actúa siempre en función de las necesidades inmediatas sin pensar en las consecuencias y sin ninguna previsión de futuro». Lady Eboshi es pura contradicción. Ashitaka también, pues es incapaz de decidir un bando en la contienda entre el humano y el bosque. De la misma forma, San, la princesa que da nombre a la película, la mujer que escupe sangre, se debate entre su respeto y fidelidad a los dioses, y su creciente afecto hacia Ashitaka. Pero, consecuente con sus ideales, se mantendrá en su bando. Ella es la princesa de las bestias, no la que termina en brazos del príncipe.
La herida por cerrar
Una narrativa sin intención moralizante se percibe en el espectador como un objeto de reflexión, no de discurso: las respuestas a las preguntas que plantea La Princesa Mononoke dependen únicamente de ti. Si además, esta historia la protagonizan personajes contradictorios a los que puedes comprender pero con los que no puedes posicionarte, el debate se expresa en sus mejores términos, los que te hacen plantearte qué pasa cuando comprendes por qué te dispara el enemigo.
Pero cuando hablamos de La princesa Mononoke es necesario, además, entender que la madurez de la propuesta se hace a través de interlocutores clave: los personajes femeninos más poderosos de la obra de Miyazaki. De Nausicaä a Nicky pasando por Chihiro, es capital la contribución de la filmografía de Miyazaki a la lectura feminista de la historia del cine de animación. Pero de toda su obra, la visión más madura de la misma se presenta en La princesa Mononoke. Una obra que no se conforma con plantear un debate complejo, sino en elegir que los términos del mismo pongan de relieve lo político del asunto.
«Por encima de que su creación de personajes me parezca fantástica o de que sus capacidad para el retrato de mundos fantásticos sea soberbia, lo más importante que ha legado Miyazaki a la historia de la animación son sus mujeres protagonistas», explica Laura Montero Plata. Algo que, en el caso de la persona de Miyazaki, supone un dilema esencial: «Su cine lo protagonizan mujeres con motivaciones no constreñidas a relaciones amorosas, y eso ha hecho que muchos análisis vean en Miyazaki a alguien feminista. Pero no creo que lo sea. Miyazaki es un hombre de setenta y seis años que creció y vivió en Japón, un país profundamente machista en muchos sentidos, lamentablemente. Y por mucho que él tenga una mente muy abierta sigue siendo un esclavo de sus circunstancias», explica la autora del también imprescindible ensayo El mundo invisible de Hayao Miyazaki.
«Si repasamos su biografía veremos que su mujer, Akemi Ôta, era una animadora brillante a la que conoció en Toei y a la que forzó a renunciar a su carrera porque alguien tenía que encargarse de los niños y no iba a ser él», explica. «No digo que sea un misógino, sino que matizo que se le presuma feminista. Me parece problemático cuando uno analiza su vida y sus declaraciones al respecto. Sin quitarle el valor que la representación de la mujer tiene en su filmografía», reflexiona la doctora en Historia del Cine.
Sea como fuere, La princesa Mononoke prefigura grandes debates del cine contemporáneo. A pesar de que se estrenase en 1997, se la podría considerar la primera gran película de animación del siglo XXI. Se adelantó a la reinterpretación del jidaigeki, drama de época nipón, que luego ofrecerían las narrativas de Bleach, Berserk o Sword of the Stranger. Puso de relieve los flecos del progreso tecnológico desmedido sobre el que luego versarían films como Summer Wars, Steamboy e incluso la Metrópolis de Rintaro. Y lo hizo sin ofrecer una conclusión sobre el mismo, con el objetivo de abrir los ojos de realizadores que caminarían el mismo camino que él.
Muchas películas anidan en nosotros como imágenes sin contexto, decíamos. Sobre un río, una joven chupaba el cuello de un lobo gigantesco, Dios de un mundo que se moría. De repente, la imagen se acercaba a ella y la joven se giraba, mirando directamente al espectador con ojos desafiantes. Ella, el relevo generacional de una nueva era en ciernes. Evidenciada la cuarta pared, la joven escupía sangre. La sangre de un mundo en el que la naturaleza no se sometía a los designios del ser humano. Entonces, expiada la herida, se frotaba la boca con el antebrazo. ¿Y ahora qué, siglo XXI?