Por su importancia y su cercanía con la realidad que se viven en las ciudades bolivianas, compartimos una traducción de este texto escrito desde Brasil. Nuestra solidaridad debe propagarse más rápido que el virus. Estamos a tiempo.
Vinicius Lima/UOL
Creo que la primera pregunta a responder cuando tratamos un asunto tan complejo y desconocido como la pandemia de coronavirus o del COVID-19 que vivimos, es el lugar desde dónde hablamos y el lugar desde donde no. Este texto no está escrito por un profesional de la salud, solo se trata de una mirada sobre la población en situación de calle, especialmente en esta época de alerta para nuestra salud.
¿Cómo queda quien siempre fue invisibilizado y excluido de los cuidados, las atenciones, las informaciones y es expuesto a tantas vulnerabilidades?
En mi caso, siendo un joven de clase media y con la salud al día, con un contagio de coronavirus mi única preocupación sería no contagiar a mi abuela y a mis primos pequeños. Tendría una fiebre altísima, tal vez una de las peores, pero conseguiría superar el momento. Eso porque tengo privilegios, tan específicos como un seguro de salud, pero también otros que ni siquiera consideramos. Privilegios como una casa para poder pasar la cuarentena y agua para mi higiene.
Otra actividad que tendría que hacer, de ser contagiado, es pedir un permiso por un periodo en mi trabajo que es junto a la población en situación de calle. Pero, ¿y ellos? ¿Y si quien está en situación de calle se contagia? ¿Qué pasa con quien vive en chozas, en un espacio pequeño, por el que pasan varias otras personas? ¿Qué sucede cuando llueve y todos tienen que agruparse debajo de carpas y toldos? ¿Y aquel que vive en las «escenas de uso» de droga, como Cracolandia, en grandes grupos de personas que comparten tubos? ¿Y aquel que vive entre los desechos, tanto entre los restos de comida como de la ropa de nuestros guardarropas? ¿Cómo saber cuál fue el camino realizado por aquella comida desperdiciada o aquella donación de ropa hasta llegar a quien está en situación de exposición?
Según la aplicación distribuida por el SUS para informarnos sobre la prevención del coronavirus, hay algunos consejos a seguir que me gustaría problematizar y contextualizar respecto de la situación de calle. Más allá de, también, dar algunas sugerencias al poder público y a la sociedad civil, mismas que podríamos tratar con la urgencia que la causa pide.
Lavarse las manos
La orientación principal es el lavado de manos, con agua y con jabón o con alcohol en gel del 70%, el mayor número de veces posible a lo largo del día. Pero la falta de agua siempre fue un problema que vivió el pueblo en situación de calle. No hay agua para beber, para lavarse las manos, ni para lavar la ropa. Ropa que, la mayoría de las veces, es una donación. Alcohol en gel: mucho menos. Algunos establecimientos permiten la entrada de personas en situación de calle para que utilicen el baño, pero son raros. La mayoría los trata con hostilidad. Por eso, tenemos que incentivar a realizar donaciones de agua, jabón y alcohol en gel, tanto por parte de las prefecturas como por parte de la población. Imagine a su empresa, a su familia o a sus amigos haciendo una campaña de donación de alcohol en gel o botellón de agua en las calles. Una cosa simple, pero que haría una diferencia enorme.
Mantenga distancia
Otro consejo que da la aplicación es el de mantener por lo menos dos metros de distancia de quien está tosiendo o estornudando. Gran parte de la población en situación de calle está expuesta a dolencias respiratorias como asma, bronquitis o tuberculosis. Por tanto, no hay mucha opción más que la de convivir en el mismo espacio en las chozas pequeñas, aún con los albergues que tienen camas muy próximas unas de las otras. Cuando llueve, muchos se amontonan en carpas y en toldos.
Cuando caminamos por la calle, vemos a las personas solas y pensamos en la grandeza de la ciudad. No tenemos esa noción, pero en la calle la proximidad, el vivir con otras personas, es una cuestión de protección, principalmente para mujeres, por más que los más próximos estén enfermos.
Tal vez quien fuese diagnosticado con el virus, podría obtener un cuarto en un hotel social o un auxilio de alquiler para poder pasar la cuarentena, concedido por la prefectura. Para la población: quien tenga grandes espacios, como iglesias y galpones y quisiera unirse a esa causa, que haga como el padre Júlio Lancellotti que abrió la Casa de oración del Pueblo de la calle para aislar a las personas en situación de calle que estuviesen con coronavirus. Además de eso, el espacio está abierto para lavar las manos y usar el alcohol en gel.
No compartir los objetos personales
En la calle hay mucha solidaridad entre las personas que están en esa situación. Por eso, por más que exista esa orientación de no compartir objetos de uso personal, hay también una cuestión de necesidad. Si una persona consigue una cacerola, esa cacerola es de ella y de todos y todas quienes conviven con ella, por más que apenas haya un tenedor y un cuchillo. Lo mismo sucede con la ropa que llega de donación y no puede ser lavada, o con cobertores que son compartidos cuando uno ve a otro con frío y sin una manta.
Si estamos realmente preocupados por las vidas de quien está en situación de calle, con la alerta del COVID-19 más vigente que nunca, no podemos tener una mirada prejuiciosa en relación con las drogas. Tenemos que pensar en la reducción de los daños, tanto los que son causados por ellas como los daños causados cuando se comparten las mismas.
Si usted ve a alguien bebiendo y compartiendo la botella, aconseje o consiga algunos vasos plásticos en algún establecimiento. Con el tubo del crack, oriente a no compartir la droga o, incluso, ayúdelos con el uso de pipas resistentes. Hay ONGs que actúan con la reducción de daños que tienen un trabajo de distribución de pipas de silicona en Cracolandia. Trabajos como ese tienen que incentivarse, principalmente en esta época. ¿Por qué la prefectura no hizo una iniciativa como esa?
Es urgente pensar sobre la reducción de daños: de las drogas, del coronavirus y de nuestros preconceptos.
La salud es un derecho de todos
El contagio del coronavirus, así como de otras dolencias, es totalmente democrático. Sin embargo, los medios de prevención y de tratamiento no lo son. En Brasil tenemos un sistema público de salud: SUS. Aun así, en nuestros mismos centros de atención de salud pública existen relatos de descuido o de maltrato con la población en situación de calle.
En momentos como el que estamos viviendo, vemos la fragilidad de nuestros establecimientos. Todo está cerrando: desde campeonatos millonarios de diversos deportes hasta escuelas, iglesias y empresas. El virus no avisa y está tomando a todo el mundo desprevenido. Sin embargo, quien tiene dinero puede cancelar viajes, hacer teletrabajo y pagar un tratamiento. Lo que es público, por otro lado, como el transporte y los centros de salud, continúa lleno.
El virus nos iguala en su contagio, estamos todos expuestos y vulnerables. Ahora es la hora de usar nuestro privilegio para igualarnos en prevención y tratamiento. Necesitamos defender una salud pública de calidad, defender el SUS y la mejora del sistema. Quien pueda, que vaya con otro alcohol en gel o un botellón de agua en la bolsa y lo comparta con alguien en situación de calle. Que use su privilegio para conversar con establecimientos y convencerlos de abrir sus baños. Que use sus redes para informar y concienciar a los otros, pero también hagamos que esa información llegue a las calles.
La diseminación del virus puede ser rápida, pero puede ser menos letal si nosotros conseguimos diseminar con la misma velocidad nuestros privilegios, nuestros recursos, nuestro conocimiento, nuestra influencia, nuestro tiempo, nuestra hospitalidad y nuestra voz.