En los últimos años, cuentan, la tierra se volvió árida y los riachuelos desaparecieron. Cada año, sienten, cae menos lluvia. Aumentan la sequía y las heladas.
Antes, recuerdan las personas con más años, cosechaban cerca de cincuenta variedades de papas nativas. Ahora apenas llegan a tres.
La venta de las cosechas anuales, para muchas familias, es la única fuente de ingresos económicos. Pero los desafíos del cambio climático complican su subsistencia: el dinero de la agricultura no es suficiente para sostenerse.
En esas condiciones, las generaciones más jóvenes en estas comunidades de la región andina, en muchos casos, están obligadas a migrar.
Anastacia Delgado es originaria de la comunidad Luquiapu en el municipio de Tacopaya. Ella recuerda que el año pasado no cosecharon ni una sola papa de la siembra de una parcela. Durante enero de 2024, una helada acabó con toda su producción y sus largas jornadas de esfuerzo.
De su infancia y su juventud, Doña Anastacia recuerda, sobre todo, las prácticas comunitarias y la gran variedad de papas que sembraban.
“Ahora sembramos solo tres variedades: copacabana, waycha y sacambaya”.
Don Eleuterio Santos de 33 años, oriundo de la misma comunidad, migró hace quince años a Brasil, luego a Argentina y después a Chile. Siempre en busca de oportunidades para mejorar sus condiciones económicas.
De su infancia, recuerda algunas prácticas ancestrales que realizaban en su comunidad: como el intercambio de agua para llamar la lluvia.
Conocimientos tradicionales sobre el clima
Doña Anastacia cuenta que son las plantas y los animales quienes dan las señales para saber cómo se comportará el clima y cuándo iniciar actividades agrícolas.
“El zorro llora antes, el álamo y el lajo (algas acuáticas) reverdecen antes de su época”, explica.
Esto significa que las lluvias se adelantarán, y, por tanto, hay que adelantar las siembras de los tubérculos y la quinua.
Cuando las lluvias se retrasaban, la comunidad se reunía a la cabeza de Jilakata (autoridad local) para realizar un acto ritual para la Pachamama. Toda la comunidad se reunía para compartir la kanka (plato especial de eventos comunitarios) y trasladarse hasta una vertiente con poco caudal, interpretando música autóctona, y con hoja de coca y alcohol. De aquella vertiente se sacaba agua y para llevarla a otra más caudalosa y mezclarla. Según los comunarios, así “despertaban las lluvias de inmediato”.
Doña Anastacia aún pronostica las lluvias, el frío, la helada y otros comportamientos del clima.
“Para lluvia llana aparecen hormigas pequeñas con alas y para granizada, vuelan hormigas grandes de color café y negro con alas. Para que vuelva el sol fuerte después de las lluvias, aparece ´pancataya’ (una especie de mariquita) y aparecen promontorios de tierra en los cerros”.
Según doña Anastacia, en la comunidad tienen muchas otras formas para predecir el clima. Por ejemplo, si el cielo se vuelve rojo al anochecer es indicio de frío y helada. Si el waychu (ave) llora es que llegarán vientos fuertes. Cuando el chiwanku (tordo) llora, es época de lluvia.
Aunque en menor proporción, aquellas prácticas persisten en algunas comunidades como Challa Grande, que limita con la comunidad de Luquiapu.
En la siembra, cosecha, arado de tierra y en otras actividades agrícolas realizan el humaraqa, el ayni y la mink´a (trabajo, cooperativo y colaborativo entre vecinos, sin remuneración) sacrificando una oveja o llama como ofrenda a la Pachamama.
“(Ahora) seguimos haciendo pero sin las ofrendas, con la religión (cristiana-católica) cambió todo eso”, comenta don Faustino Ignacio, originario del territorio indígena de Challa Grande.
Doña Anastacia aseguró que ya no realizan ninguna ritualidad a la madre tierra ni existen autoridades originarias para trabajar y cumplir con las responsabilidades ancestrales en la producción.
Por eso, insiste, existen la helada, la sequía y otros factores que afectan a la producción.
Papas nativas versus papas comerciales
Aunque el Banco de Germoplasma de Tubérculos y Raíces del Centro de Innovación Toralapa dice resguardar 2,432 variedades de papas nativas de Bolivia, se estima que solo se cultivan 30 de ellas porque las otras no son comerciales.
En la comunidad de don Faustino, la producción de papas nativas también disminuyó por factores climatológicos.
Tanto doña Anastacia como don Faustino coinciden en que, actualmente, siembran más papas comerciales que nativas. Estas tienen mejor rendimiento en la producción y resisten la helada y la sequía.
En cambio, las variedades nativas son más delicadas frente a las fluctuaciones del clima.
Si bien las papas que siembran son más resistentes, las variedades “wayku o quyllu papas” son más coloridas y contienen más vitaminas, minerales y antioxidantes.
Doña Anastasia explica que la variedad waycha, que siembran ahora, no existía años atrás. Las variedades quyllu eran para su consumo diario. Por otro lado, las variedades luk´i y quyllu se sembraban para la elaboración de chuño, tunta y muraya (papa deshidrata).
Estas últimas podían conservarse «hasta por veinte años» y aseguraban reservas de alimento en épocas de escasez o hambruna.
En el ayllu Majasaya Mujlli, del distrito Challa, el 24% de producción de la papa es destinada para el autoconsumo. La investigación realizada por el Observatorio de Soberanía Alimentaria y Agroecología también indica que el 23% se destina para semilla y el 48% para producir chuño.
Respecto a la comercialización o intercambio, el 2% se destina para la venta, el 1% para trueque y el 2% corresponde a reciprocidad.
La comunidad de Luquiapu, la de Challa Grande y otras comunidades de la región andina basan su economía, en un gran porcentaje, en la venta de productos agrícolas y ganado en los mercados locales. El trueque se practica en menor escala en las ferias de Pongo Kasa y Confital.
Ante la incertidumbre del cultivo como forma de sostener a sus familias, las mujeres de la región potenciaron sus habilidades en el tejido de prendas típicas de la zona. Esta alternativa la practica doña Anastasia desde sus seis años.
¿Una alternativa sostenible frente a la pérdida de papa nativa?
Frente al problema del sostén económico, don Eleuterio Santos planteó forestar todos los espacios disponibles para la plantación de árboles, con el objetivo de lograr el desarrollo económico sostenible en la comunidad. Santos afirmó que solo el 20% del territorio de su comunidad es apto para cultivos agrícolas en parcelas pequeñas. El resto, dice, “se puede aprovechar” para proyectos de forestación.
Según Santos, ante la crisis climática y la escasez de ingresos económicos de la producción agrícola, una alternativa para mejorar las condiciones de vida es la forestación.
Él, durante sus viajes como migrante, vio cómo «cuidan a las plantas» en Chile y el aprovechamiento de las plantas maderables en Brasil. Estas experiencias le hicieron pensar en la posibilidad de promover la forestación de su comunidad.
“En otros pueblos hay sombra. En nuestro pueblo no tenemos ni una sombra para descansar o recrearnos en un bosque”, justifica.
El territorio tiene pajas bravas, algunas plantas medicinales y otros arbustos. No hay bosques ni árboles. «Las plantas atraen lluvia, dan oxígeno, protegen los suelos y, además, se puede aprovechar la madera», insiste Santos.
A finales del 2024 y a principios de este año, con el impulso de Santos, iniciaron con la forestación de 3,600 plantas de pino radiata. Los plantines fueron conseguidos a través del municipio. La meta, explica Santos, es llegar a cuarenta mil plantas en los próximos diez años, aunque eso dependerá de la voluntad de los 20 afiliados de su comunidad.
Luego, planea forestar todo el resto de la comunidad con la misma especie y con plantas nativas. Conseguir las plantas es la tarea pendiente para la comunidad.
Los pinos radiata se adaptan fácilmente a climas como el de la región andina.
Para el aprovechamiento de la madera, se debe realizar la poda y cuidar de los animales explica Jesús Gómez, director de Desarrollo Productivo y Medio Ambiente del municipio de Tacopaya.
Dilemas frente a la crisis climática
Pero este tipo de proyectos, en respuesta a los retos socioeconómicos que plantea la crisis climática, plantean dilemas complejos para las comunidades.
En países como Chile, la forestación con especies como el pino radiata o el eucalipto ha sido cuestionada por sectores ambientalistas.
Especialmente por sus impactos ecológicos. Al ser una especie exótica, dicen los expertos, puede contribuir a «la perdida de suelo, disminución de la disponibilidad de la calidad de agua y escasez de este recurso en las comunidades aledañas».
Sin embargo, estas denuncias surgen en un contexto chileno con una industrial forestal que alienta el monocultivo extensivo, arrasando con la biodiversidad y ecosistemas locales.