«La politiquería supura carroña y, lastimosamente, en la era digital pareciera que la población en general solo sabe responder a ese estímulo», escribe Valeria Canelas, presentimos, con dolor y rabia: en Bolivia dañar al contrincante político vale más que proteger a una posible víctima de estupro.
Me lo imagino así:
Con la tensión política en Bolivia a tope, alguno de los Ministros, que tan bien se llevan con los de VOX y los del panfleto de Eduardo Inda, Ok Diario, le escribe a ese ser miserable llamado A. Entrambasguas. Y le dice: «A., te voy a pasar unas fotos con las que puedes armar un escándalo. Tú aprovechas para atacar a Podemos, resaltando su vínculo con Bolivia y nosotros desprestigiamos aún más al Evo para mostrar el desvarío moral de aquellos que lo apoyan».
Entrambasaguas, quizá después de acordar el precio, dice que perfecto solo que, al tratarse de fotos de una menor, él no las va a difundir en sus redes porque en España le podría traer graves problemas legales. Así que le dice al ministro que él vaya pasando la voz entre los periodista locales para que le pidan al español las fotos.
Total, en Bolivia importa más el escándalo y la campaña que la protección de una menor de edad, a diferencia de España, donde sería impensable que los medios de comunicación muestren fotos de menores, sin difuminarlas, o difundan sus datos privados, mucho menos ante un posible delito de estupro.
A Entrambasguas todo esto le resulta muy divertido. Le produce un placer malsano saber que puede participar de este juego, en el que la ficha clave y a la vez la más maltratada es una menor de edad, sin afrontar ningún tipo de responsabilidad penal.
«Espectáculos de los países del tercer mundo», piensa, mientras se lanza a publicar tuits en los que afirma tener fotos que demuestran que Evo Morales tuvo un «relación» con una menor de edad. Ya me están amenazando, escribe desde su oficina en España, sabiendo que si hiciera en su país lo que muchos periodistas bolivianos están a punto de hacer, serían las demandas las que lo amenazarían de forma bastante más real que lo que afirma en sus tuits.
Después de lanzar los tuits, su buzón se empieza a llenar de «periodistas» bolivianos pidiéndole la exclusiva que el Ministro les ha comentado.
Y así, las fotos de una menor de edad empiezan a circular masivamente en las redes. También circula su carnet y sus redes sociales. «Corran, antes de que borre fotos!», dicen los carroñeros que pueblan las redes de forma generalizada.
Me la imagino a ella. Miles de mensajes y notificaciones, antes de borrar su cuenta.
Insultos, bromas, insinuaciones, chistes subidos de tono, amenazas.
Me imagino su miedo, la sensación de persecución, el insomnio, la paranoia, el sentir que su vida ya no es su vida, el vértigo, la vergüenza, el sinsentido.
Mientras, las risas y la burlas de los carroñeros resuenan en este palacio de mierda que son las redes sociales.
Pienso en el caso extremo de Daisy Coleman, una menor que, luego de ser violada, fue víctima de un acoso salvaje por parte de su comunidad, especialmente a través de las redes. Hace 4 días, con sólo 23 años, 4 años después de participar en un documental que cuenta su historia y la de otras adolescentes, no pudo aguantar más y se suicidó.
Pienso en lo inconscientes que podemos llegar a ser acerca de los efectos devastadores que a menudo tiene el acoso selectivo en la vida de las personas, muy especial en el caso de las mujeres y las niñas.
Pienso que en las redes sociales muchos asumen cómodamente el rol del maltratador, porque aparentemente hay mayor impunidad.
En la contienda política boliviana, carente de ningún tipo de escrúpulos, lo que menos importa es la vida de la menor. Ella, en tanto ser humano, no existe ni para el Ministro, ni para el pseudoperiodista de Ok Diario, ni para los carroñeros locales, ni para los miembros de los partidos políticos, ni para los usuarios enajenados de las redes que son incapaces de sentir la más mínima empatía.
Todos ellos también están cometiendo violencia machista.
La politiquería funciona así: con base en base intrigas, información confidencial, narrativas funcionales a los intereses políticos de unos cuantos.
La politiquería supura carroña y, lastimosamente, en la era digital pareciera que la población en general solo sabe responder a ese estímulo. Población carroñera que, enajenada con su circo de venganza y de odio, desconoce por completo lo que significa demandar justicia.