¡Uno de los mejores documentales bolivianos de los últimos 20 años está disponible para todxs! ‘El corral y el viento’ de Miguel Hilari se estrenó en 2014 y compartimos una reseña escrita en el mismo año, como para hacerle un preámbulo a su reestreno online. ¿Quieres verla y participar de una charla junto con el director? Te dejamos todos los detalles a continuación.
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Mijail Miranda Zapata
Como para demostrar que nuestro cine, en especial el documental, goza de buena salud (en cuanto propuestas e innovación, no cabe hablar de números o taquilla, por supuesto), en el marco del Festival A Cielo Abierto 2014, se estrenó el primer largometraje del paceño Miguel Hilari.
Ya desde el título, el autor nos plantea una contradicción: El corral y el viento. El encierro y el estancamiento contrapuestos a la libertad y lo transitorio. Opuestos pero, de alguna forma, vinculados por el desencuentro. Un juego de palabras y significados irreconciliables.
Es la mejor forma de sintetizar un filme que, sin ninguna grandilocuencia intelectual o estética, exhala gran complejidad y se hace difícil de asimilar.
Cuando los cuestionamientos, dudas y reflexiones permanecen durante días, semanas, es que estamos ante una gran obra. Y es así, este título se hace importante e imprescindible dentro la filmografía nacional.
En uno de los trailers difundidos durante su promoción, también, y de manera magistral, se exhibe la lógica que marca cada minuto de la cinta. El trabajo de Hilari es tiempo que incomoda, son situaciones que provocan empatía y disgusto, que distorsionan los límites entre la inocencia y el ridículo, lo grotesco y lo sublime, el retrato de la historia y su farsa. En fin, es la suma de las tensiones que se generan entre esas y otras contradicciones.
La premisa en la que se basa el documental es retornar al pueblo (Santiago de Okhola) en el que el abuelo del director fue encerrado en un corral de burros y castigado por exigir que se le enseñase a leer y escribir. Con esta ancla, la obra aborda uno de los temas más recurrentes en el cine boliviano: la migración. Y, como otras películas, también lo hace encarando el regreso al origen, nuestro origen. El corral y el viento es un viaje al centro de la tierra, al propio centro, una odisea. Una travesía que se origina en el encierro y se continúa con el arribo del abuelo a La Paz y concluye con el nieto, formado como cineasta en Chile y España, retornando al distante terruño.
Hay tres o cuatro secuencias iniciales que resultan particularmente atractivas. Dos de ellas se vinculan a esa travesía que emprende Hilari en busca de una memoria casi extinta, de recuerdos que no fueron, de una infancia rural que no existió.
En ambas se observa la cámara enfrentada a la inmensidad, como demarcando el espacio en el que se sitúa la historia, lo inasible: un hombre mayor sobre una pequeña barcaza, de espaldas y a contraluz, una evocación de misterio, Ulises navegando hacia Ítaca, tirando de un hilo sumergido en las profundidades de un lago; unos niños, probablemente primos de Hilari, intentando hacer que su cometa se eleve con el viento, que también alcance el infinito. Los dos intentos, inevitablemente, fracasan.
Esa es la figura por sobre la que se construyen todos los argumentos de la película. Hilos, cordones, cables, vínculos, en plena tensión. Hilari juega con la memoria y los discursos como si se tratará de tensar al extremo un caótico entramado, buscando el sitio preciso en el que todas las hebras se quiebran y, en franca dehiscencia, forman nuevos significados, nuevas distancias, otras memorias, otros olvidos. La mayoría de las secuencias siguen esta lógica.
Como aquella que abre la cinta y revela quizás el conflicto más importante, el de los encuentros y lo incómodos y subrepticiamente traumáticos que pueden resultar. Porque, contrariamente a la aburguesada noción de mestizaje y sincretismo que suele impregnar el discurso oficial, en esta escena, como en otras, se revela el sistemático e imperceptible ejercicio de violencia que se cierne sobre y desde las relaciones humanas.
Hablamos de la imposición de un imaginario por sobre los otros. De la atracción, la desconfianza y las distancias que se generan entre los que son observados y el que, a través de la cámara, intenta asirlo todo, quizás incluso sin comprenderlo.
El novel director es consciente de todas estas dinámicas y las aborda desde una perspectiva crítica y pesimista.
En un gesto mínimo, pero fundamental, deja en claro el lugar que ocupa y su postura. Para referirse a su primer encuentro con el pueblo de sus antepasados, el realizador, de ascendencia aymara, lo hace desde su diario infantil escrito en un idioma extranjero y ya con cierto grado de escepticismo respecto los vínculos que puedan generarse.
«Tal vez con el tiempo logre acercarme más», pensaba el niño del diario. Los años han pasado y la distancia aún es insalvable. Ese quizás haya sido el verdadero génesis de este proyecto.
Ese es el conflicto que ha signado el destino boliviano desde siempre.
Esas son algunas de las reflexiones que se desprenden de una cinta que merece toda la atención crítica y periodística. Más aún considerando que, fuera de su obra, Hilari también es un visionario irreverente. Dice creer en “un cine hecho con poco dinero y gran libertad”.
Es reconfortante saber que entre los nuestros todavía hay quienes piensan el cine más allá de la taquilla.