La presidenta dijo que el nuevo COVID-19 nos mira como dios mismo, sin diferencias, toditos iguales. Sin embargo, ¿cuán cierta puede llegar a ser esta afirmación? ¿Qué esta sucediendo en el mundo? ¿La pandemia distingue clases sociales y orígenes? Sí, lo hace.
Pese a que la presidenta del Estado Plurinacional de Bolivia llame a sus ciudadanos orar para frenar el avance de la nueva pandemia y considere que el coronavirus «nos afecta a todos sin diferencias, como somos ante los ojos de dios», lo cierto es que las consecuencias de la enfermedad, en todos sus niveles, sí hacen distinciones. Desde aquella tan conocida y difundida, por la que se sabe que ancianxs, niños y personas con enfermedades crónicas son más susceptibles a complicaciones, hasta aquellas que apenas se discuten entremedio de los anuncios oficiales de cuarentenas y otras medidas restrictivas en una gran cantidad de países.
Se habla mucho de cuidarnos entre todos y de la responsabilidad que cada uno tiene durante esta crisis santaria. Pero, ¿qué se está dejando fuera? Por ejemplo, poco se habla de las personas en situación de calle (que Cosecha Roja visibiliza tan bien en su nota «Sin techo no hay cuarentena»).
Muchas de ellas acarrean problemas de salud crónicos que los hacen mucho más vulnerables al COVID-19, ni hablar de la falta de acceso a servicios básicos que les permitan adoptar medidas de higiene mínima. En Cochabamba, según información de 2018, el 11% de las personas sin techo tiene más de 60 años. Los riesgos, entonces, se multiplican.
No sean m¡erdas por favor.
Este es un excelente momento para repensar el individualismo. pic.twitter.com/zhtPtyMLDw— Puya Raimondi 🌽 (@LilaAndrea86) March 16, 2020
No es lo mismo contar con la liquidez suficiente para ingresar en una posible cuarentena, vaciar medio supermercado y tener una cama bien acolchada, que ni siquiera contar con los recursos suficientes para alimentarse en el día.
En cuanto a la cantidad de ingresos y la forma cómo afecta el coronavirus a ciertos segmentos de la población, aquellos que siempre son más golpeados por cualquier crisis, el panorama se repite no solo en países «en vías de desarrollo», sino que se recrudece en el norte.
Es el caso de Estados Unidos, donde muchas de las medidas de prevención del coronavirus han hecho que miles de personas queden sin salarios o empleos y sin derecho al reclamo. Como medida de contingencia, algunos estados habilitaron bonos por desempleo o, en el caso de los infectados, por «discapacidad temporal».
No obstante, aquellxs trabajadorxs indocumentados quedan excluidxs de cualquier medida de mitigación. El coronavirus, indirectamente, sí distingue orígenes.
En Bolivia, el Ministerio de Trabajo instruyó ciertas «prerrogativas» que favorecen a los empleados en medio de la estrategia de prevención y contención gubernamental. ¿Serán suficientes? En los últimos días las denuncias sobre la exigencia del «pedido de vacaciones obligatoria» y licencias no pagadas han aparecido a cuentagotas. Mas no olvidemos que aún es el principio.
Algo similar sucede en España, con el rubro que se conoce bajo el nombre de manteros, personas que, como en la mayoría de nuestras ciudades, viven del comercio informal y al día. El grueso de los manteros proviene de familias migrantes e indocumentadas, en la mayoría de los casos, que no podrán sostener las medidas de excepción por mucho tiempo sin que su «calidad de vida», precaria de por sí, se vea todavía más deteriorada.
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Desde este sector, ya se han iniciado campañas de solidaridad y contención para lo que pueda venir. Porque la crisis ahora puede estar acaparando toda la atención a nivel sanitario, pero, ¿qué pasará con sus secuelas sociales y económicas?
¿Se ha pensado en este abanico de opciones en Bolivia? ¿Antes de declarar las medidas de restricción, por más pertinentes que sean, se tuvo en mente que un porcentaje inmenso, prácticamente mayoritario, de la población nacional vive por fuera de la economía formal? ¿Cuáles son las perspectivas que ofrecen las autoridades a estos ciudadanes? ¿O es que la prevención solo se basa en la comodidad de cierta clase social que goza con los recursos suficientes para mantenerse hasta que pase la tormenta?
Porque las aristas son inagotables: las juventudes desempleadas, subempleadas y precarizadas, las familias asfixiadas por la violencia bancaria, las personas dedicadas al rubro de servicios y cuidados. ¿Qué le depara el coronavirus a aquellxs que menos tienen, a los invisibilizados de siempre? Todavía no lo sabemos, pero se presiente.
Por este otro riesgo latente, por fuera de nuestros barbijos y los hospitales, en algunos lugares del mundo nacen propuestas que abogan por medidas preventivas enfocadas en la justicia social y otras que nos obligan a replantearnos nuestra relación con la comunidad y la forma en la que nuestro consumo afecta e impacta en la vida de les otres.
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No cierres los ojos ni el corazón, que el «cuidarnos entre todes» no se termine cuando el coronavirus recule, que la vergüenza por nuestro egoísmo en los días de mayor pánico nos enseñe que ese nunca es el camino, que la conciencia social que ha emergido del miedo a la muerte, la enfermedad y lo desconocido permanezca para, al fin, poder soñar con una sociedad menos injusta y excluyente.