El juicio de los siete de Chicago y Quo vadis, Aida ofrecen lecturas que nos permiten acercarnos a la realidad boliviana a través de otros lentes. ¿Mirarnos en el espejo de otrxs nos permitirá salvarnos de nosotrxs mismxs?
En 1995 la pequeña ciudad de Srebrenica, Bosnia, fue escenario de la peor masacre de la historia europea después de la Segunda Guerra Mundial. Ocho mil niños, jóvenes y ancianos fueron acribillados bajo la orden del militar serbio Ratko Mladić.
Quo vadis, Aida cuenta esa historia.
Mladić no es el protagonista de la pelĂcula dirigida por la cineasta Jasmila Ĺ˝banić, pero su figura es clave para entender un conflicto fratricida.
El militar nunca aparece solo. Siempre tiene una corte de subordinados que lo sigue a donde sea que va. Entre ellos, un camarógrafo que documenta el asalto a Srebrenica según los lineamientos de Mladić.
El genocida no delega las tareas comunicacionales. Las controla y dirige de cerca. AsĂ consigue proyectar, en el registro documental del conflicto, una imagen distorsionada de sĂ mismo.
Mladić se representa autoritario, sĂ, pero compasivo y magnánimo. No como un cazador sanguinario que tiene la abyecciĂłn de mirar a su vĂctima a los ojos antes de degollarla.
Manipulación mediática
Durante la Guerra de Bosnia (1992-1995) la manipulaciĂłn mediática, desde ambos bandos, local e internacional, desempeñó un papel crĂtico en la exacerbaciĂłn de los enfrentamientos.
ÂżNo les suena conocido? Durante el estallido postelectoral de 2019 en Bolivia la irresponsabilidad de los medios de comunicaciĂłn permitiĂł la instauraciĂłn de relatos belicosos que no se sustentaban en hechos reales.
Los medios instalaron en la opiniĂłn pĂşblica estigmas con los que todavĂa hoy se justifican matanzas perpetradas por las fuerzas represivas del Estado.
Al igual que lo sucedido con Mladić, la manipulaciĂłn mediática permitiĂł la construcciĂłn de hĂ©roes y liderazgos cuyas acciones tenĂan más bien tintes delincuenciales.
A poco más de un año de esos episodios crĂticos en el paĂs, con un escenario polĂtico menos convulso pero igual de efervescente, el papel de los medios de comunicaciĂłn bolivianos parece seguir siendo el mismo: manipular y convulsionar.
Claro que este es un rol asignado por los “Mladić bolivianos” y sus intereses sectarios.
El negocio de estos personajes de la machocracia boliviana es la confrontaciĂłn extrema.
Un ambiente de polarizaciĂłn desbordado, acentuado por valores clasistas y racistas, es el sustrato ideal para la consolidaciĂłn de su hegemonĂa. No importa el precio.
Hace tiempo que la lucha de ideas en el paĂs está agotada (o en reposo, si se quiere ser más generosxs). La confrontaciĂłn real a la que nos empujan, la que sufrimos la mayorĂa de lxs bolivianxs, tiene a dos Ă©lites azuzando una violencia fratricida.
Fratricidio
En una de las secuencias más complejas y tensas de Quo vadis, Aida, uno de los soldados serbios que forma parte del operativo que concluirá en la masacre saluda a la protagonista. Lo hace entre sonrisas, con cariño y preguntando por sus hijos.
Aida, antes de la guerra, trabajaba como maestra. El soldado habĂa sido alumno suyo. El soldado habĂa sido amigo de los jĂłvenes a los que ahora buscaba para asesinar.
Entonces, ¿qué es lo que sucede luego de que los poderosos nos enfrentan? ¿Cómo te sientas a la mesa junto a quien has insultado, agredido y golpeado?
A estas alturas, el siglo XX tendrĂa que haber dejado muchas enseñanzas. TendrĂa que haber enterrado esa nociĂłn patriarcal de la militancia violenta, doctrinas de dominaciĂłn y otras polĂticas de la muerte.
Es muy probable que las reivindicaciones sociales populares no tengan un curso sosegado y pacĂfico. El poder reacciona, violenta, interviene, manipula, mata. Eso está claro.
Pero una transformaciĂłn social radical tampoco encontrará su concreciĂłn en la disputa por la fuerza de un poder polĂtico corrupto, ambicioso, negligente, que negocia los privilegios de sus Ă©lites sobre cuerpos acribillados.
No hay revoluciĂłn posible en el corazĂłn mismo de la burocracia partidaria y patronal.
PolarizaciĂłn
Para reaccionar, violentar, intervenir, manipular y matar, el poder se vale de mĂşltiples herramientas. El juicio de los siete de Chicago tiene la virtud de poner en evidencia muchos de estos brazos operativos del matonaje institucional casi de manera pedagĂłgica.
En contrapartida, esta pelĂcula, nominada al Oscar en seis categorĂas, tiene tambiĂ©n la virtud de mostrar la diversidad de los movimientos contrahegemĂłnicos.
Porque si el poder tiene una estrategia predilecta para la desarticulaciĂłn de la movilizaciĂłn polĂtica popular y autĂłnoma, es la de reducir el espectro del debate a dos posturas enfrentadas.
Esta polarización a ultranza, a diferencia de los años 60, hoy se ve reforzada por las dinámicas de la comunicación a través de las redes sociales. Somos más vulnerables a la manipulación y a la fanatización irracional.
En esa radicalizaciĂłn de los antagonismos, los matices son imposibles de ver. AsĂ, las posibilidades de diálogo, concertaciĂłn y alianzas sĂłlidas en contra de los poderosos se hacen inviables.
Otra vez la manipulaciĂłn
Precisamente, asĂ es como comienza El juicio de los siete de Chicago. Con un Estado imperialista e intervencionista obligando a sus jĂłvenes a participar de otra guerra inĂştil.
Ahà la manipulación mediática opera en dos frentes.
Por un lado, obliga a una mayorĂa a ponerse «del lado de la patria» y ofrendar su vida a una causa desconocida. Quien se rehĂşse es un traidor. Por el otro, se criminaliza a las voces disidentes y se busca estrategias para silenciar las interpelaciones al poder.
«Estrategias» es un eufemismo para la desapariciĂłn forzada de liderazgos incĂłmodos para el poder. En el caso de la pelĂcula, esta figura alcanza su punto más abyecto en el asesinato del reverendo Martin Luther King.
En Bolivia, no somos ajenos a estas demostraciones de fuerza, disciplinadoras y ejemplificadoras, armadas principalmente desde el poder polĂtico, pero tambiĂ©n desde otros frentes.
Antes de la pandemia, esta hegemonĂa de la violencia y la paranoia encarnaba en personajes funestos como Juan RamĂłn Quintana, Sacha Llorenti o Carlos Romero.
Durante 2020, con la crisis sanitaria agudizando los abusos, el Gobierno ilegĂtimo de Arturo Murillo instalĂł una polĂtica persecutoria e intimidatoria a travĂ©s de todos los canales posibles: institucionales, mediáticos, digitales.
Tal vez creĂmos que aquella instrumentalizaciĂłn de la Justicia, las fuerzas represivas del Estado y los recursos pĂşblicos no podĂa ser más ruin. Pero, pocos meses despuĂ©s, llegĂł el Movimiento Al Socialismo (MAS) a demostrarnos que la polĂtica siempre puede ser peor.
Luego de unos pocos meses de demagogia preelectoral, el MAS volviĂł a demostrar que el autoritarismo poco tiene que ver con los colores partidarios, o con «izquierdas» y «derechas», sino con un espĂritu inherente a la cosa pĂşblica y con una concepciĂłn patriarcal de lo polĂtico.
«Justicia»
El juicio de los siete de Chicago pone especial Ă©nfasis en una de las fuerzas del Estado menos confiables, pero siempre usada como un estandarte moral.
La pelĂcula dirigida por el guionista y dramaturgo Aaron Sorkin deja muy claro que los montajes polĂticos en la Justicia, esto aplica a cualquier lugar del mundo, se construyen con gran facilidad y moviendo todos los hilos posibles.
La Justicia instrumentalizada con fines polĂticos es algo muy comĂşn en la historia nacional y, lastimosamente, cada vez más recurrente.
Desde hace meses años escuchamos de causas por sediciĂłn, terrorismo y conspiraciĂłn a diario. Sin embargo, nunca vemos una reparaciĂłn de la justicia. Los que caen siempre son los eslabones más bajos, mientras los verdaderos responsables de los crĂmenes negocian cĂłmo se reparte la torta.
ÂżCĂłmo se explica sino que los principales responsables del Golpe de 2019 sigan libres, mientras una personaje secundaria y circunstancial es encarcelada? ÂżCĂłmo se explica sino que los culpables de las matanzas de Sacaba y Senkata hayan salido del paĂs sin inconvenientes?
Las vĂctimas de las represiones y masacres perpetradas por la PolicĂa y el EjĂ©rcito no pueden ser usadas como fichas de intercambio hasta que su historia deje de servirle al partido.
El horizonte polĂtico popular no puede estar cooptado ni direccionado por quienes, desde el monstruo estatal en todos sus niveles, tienen al paĂs tomado por el mango.
¿Qué posibilidades de transformación podemos imaginar si los guardianes del status quo nos imponen una agenda pactada de «revolución»?
Volviendo a Aida
Cuando Ratko Mladic fue enjuiciado por sus crĂmines de lesa humanidad habĂan multitudes nacionalistas serbias protestando a su favor en puertas de los juzgados.
El EjĂ©rcito serbio, cuando estaba completamente esclarecido que Mladic habĂa cometido un genocidio, lo seguĂa considerando un hĂ©roe nacional.
No importa de quĂ© lado de la historia que construyen los poderosos quieras ponerte. Los fundamentalismos en la polĂtica son el germen de violencias de todo tipo.
El odio racial, los nacionalismos, el dogmatismo, el «endiosamento» de lĂderes, son instrumentos del poder para inmovilizarte.
La militancia polĂtica debe ampliar tu campo de visiĂłn, complejizarlo y enriquecerlo. Si te ciega, si te limita, si te convierte en una repetidora de relatos «oficiales», verdades incuestionables y discursos vanamente incendiarios, frotate los ojos, aclará la vista, te están usando.