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Dos nominadas al Oscar 2021 para repensar la coyuntura política boliviana

Escrito porMijail Miranda
27/03/2021
guardado en Culturas, Destacado
Tiempo de lectura: 7 mins.
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Fotograma de 'Quo vadis, Aida'. Difusión

Fotograma de 'Quo vadis, Aida'. Difusión

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El juicio de los siete de Chicago y Quo vadis, Aida ofrecen lecturas que nos permiten acercarnos a la realidad boliviana a través de otros lentes. ¿Mirarnos en el espejo de otrxs nos permitirá salvarnos de nosotrxs mismxs?

En 1995 la pequeña ciudad de Srebrenica, Bosnia, fue escenario de la peor masacre de la historia europea después de la Segunda Guerra Mundial. Ocho mil niños, jóvenes y ancianos fueron acribillados bajo la orden del militar serbio Ratko Mladić.

Quo vadis, Aida cuenta esa historia.

Mladić no es el protagonista de la película dirigida por la cineasta Jasmila Žbanić, pero su figura es clave para entender un conflicto fratricida.

El militar nunca aparece solo. Siempre tiene una corte de subordinados que lo sigue a donde sea que va. Entre ellos, un camarógrafo que documenta el asalto a Srebrenica según los lineamientos de Mladić.

El genocida no delega las tareas comunicacionales. Las controla y dirige de cerca. Así consigue proyectar, en el registro documental del conflicto, una imagen distorsionada de sí mismo.

Mladić se representa autoritario, sí, pero compasivo y magnánimo. No como un cazador sanguinario que tiene la abyección de mirar a su víctima a los ojos antes de degollarla.

Manipulación mediática

Durante la Guerra de Bosnia (1992-1995) la manipulación mediática, desde ambos bandos, local e internacional, desempeñó un papel crítico en la exacerbación de los enfrentamientos.

¿No les suena conocido? Durante el estallido postelectoral de 2019 en Bolivia la irresponsabilidad de los medios de comunicación permitió la instauración de relatos belicosos que no se sustentaban en hechos reales.

Los medios instalaron en la opinión pública estigmas con los que todavía hoy se justifican matanzas perpetradas por las fuerzas represivas del Estado.

Al igual que lo sucedido con Mladić, la manipulación mediática permitió la construcción de héroes y liderazgos cuyas acciones tenían más bien tintes delincuenciales.

A poco más de un año de esos episodios críticos en el país, con un escenario político menos convulso pero igual de efervescente, el papel de los medios de comunicación bolivianos parece seguir siendo el mismo: manipular y convulsionar.

Claro que este es un rol asignado por los “Mladić bolivianos” y sus intereses sectarios.

El negocio de estos personajes de la machocracia boliviana es la confrontación extrema.

Un ambiente de polarización desbordado, acentuado por valores clasistas y racistas, es el sustrato ideal para la consolidación de su hegemonía. No importa el precio.

Hace tiempo que la lucha de ideas en el país está agotada (o en reposo, si se quiere ser más generosxs). La confrontación real a la que nos empujan, la que sufrimos la mayoría de lxs bolivianxs, tiene a dos élites azuzando una violencia fratricida.

Fratricidio

En una de las secuencias más complejas y tensas de Quo vadis, Aida, uno de los soldados serbios que forma parte del operativo que concluirá en la masacre saluda a la protagonista. Lo hace entre sonrisas, con cariño y preguntando por sus hijos.

Aida, antes de la guerra, trabajaba como maestra. El soldado había sido alumno suyo. El soldado había sido amigo de los jóvenes a los que ahora buscaba para asesinar.

Entonces, ¿qué es lo que sucede luego de que los poderosos nos enfrentan? ¿Cómo te sientas a la mesa junto a quien has insultado, agredido y golpeado?

A estas alturas, el siglo XX tendría que haber dejado muchas enseñanzas. Tendría que haber enterrado esa noción patriarcal de la militancia violenta, doctrinas de dominación y otras políticas de la muerte.

Es muy probable que las reivindicaciones sociales populares no tengan un curso sosegado y pacífico. El poder reacciona, violenta, interviene, manipula, mata. Eso está claro.

Pero una transformación social radical tampoco encontrará su concreción en la disputa por la fuerza de un poder político corrupto, ambicioso, negligente, que negocia los privilegios de sus élites sobre cuerpos acribillados.

No hay revolución posible en el corazón mismo de la burocracia partidaria y patronal.

Polarización

Para reaccionar, violentar, intervenir, manipular y matar, el poder se vale de múltiples herramientas. El juicio de los siete de Chicago tiene la virtud de poner en evidencia muchos de estos brazos operativos del matonaje institucional casi de manera pedagógica.

En contrapartida, esta película, nominada al Oscar en seis categorías, tiene también la virtud de mostrar la diversidad de los movimientos contrahegemónicos.

Porque si el poder tiene una estrategia predilecta para la desarticulación de la movilización política popular y autónoma, es la de reducir el espectro del debate a dos posturas enfrentadas.

Esta polarización a ultranza, a diferencia de los años 60, hoy se ve reforzada por las dinámicas de la comunicación a través de las redes sociales. Somos más vulnerables a la manipulación y a la fanatización irracional.

En esa radicalización de los antagonismos, los matices son imposibles de ver. Así, las posibilidades de diálogo, concertación y alianzas sólidas en contra de los poderosos se hacen inviables.

Otra vez la manipulación

Precisamente, así es como comienza El juicio de los siete de Chicago. Con un Estado imperialista e intervencionista obligando a sus jóvenes a participar de otra guerra inútil.

Ahí la manipulación mediática opera en dos frentes.

Por un lado, obliga a una mayoría a ponerse «del lado de la patria» y ofrendar su vida a una causa desconocida. Quien se rehúse es un traidor. Por el otro, se criminaliza a las voces disidentes y se busca estrategias para silenciar las interpelaciones al poder.

«Estrategias» es un eufemismo para la desaparición forzada de liderazgos incómodos para el poder. En el caso de la película, esta figura alcanza su punto más abyecto en el asesinato del reverendo Martin Luther King.

En Bolivia, no somos ajenos a estas demostraciones de fuerza, disciplinadoras y ejemplificadoras, armadas principalmente desde el poder político, pero también desde otros frentes.

Antes de la pandemia, esta hegemonía de la violencia y la paranoia encarnaba en personajes funestos como Juan Ramón Quintana, Sacha Llorenti o Carlos Romero.

Durante 2020, con la crisis sanitaria agudizando los abusos, el Gobierno ilegítimo de Arturo Murillo instaló una política persecutoria e intimidatoria a través de todos los canales posibles: institucionales, mediáticos, digitales.

Tal vez creímos que aquella instrumentalización de la Justicia, las fuerzas represivas del Estado y los recursos públicos no podía ser más ruin. Pero, pocos meses después, llegó el Movimiento Al Socialismo (MAS) a demostrarnos que la política siempre puede ser peor.

Luego de unos pocos meses de demagogia preelectoral, el MAS volvió a demostrar que el autoritarismo poco tiene que ver con los colores partidarios, o con «izquierdas» y «derechas», sino con un espíritu inherente a la cosa pública y con una concepción patriarcal de lo político.

«Justicia»

El juicio de los siete de Chicago pone especial énfasis en una de las fuerzas del Estado menos confiables, pero siempre usada como un estandarte moral.

La película dirigida por el guionista y dramaturgo Aaron Sorkin deja muy claro que los montajes políticos en la Justicia, esto aplica a cualquier lugar del mundo, se construyen con gran facilidad y moviendo todos los hilos posibles.

La Justicia instrumentalizada con fines políticos es algo muy común en la historia nacional y, lastimosamente, cada vez más recurrente.

Desde hace meses años escuchamos de causas por sedición, terrorismo y conspiración a diario. Sin embargo, nunca vemos una reparación de la justicia. Los que caen siempre son los eslabones más bajos, mientras los verdaderos responsables de los crímenes negocian cómo se reparte la torta.

¿Cómo se explica sino que los principales responsables del Golpe de 2019 sigan libres, mientras una personaje secundaria y circunstancial es encarcelada? ¿Cómo se explica sino que los culpables de las matanzas de Sacaba y Senkata hayan salido del país sin inconvenientes?

Las víctimas de las represiones y masacres perpetradas por la Policía y el Ejército no pueden ser usadas como fichas de intercambio hasta que su historia deje de servirle al partido.

El horizonte político popular no puede estar cooptado ni direccionado por quienes, desde el monstruo estatal en todos sus niveles, tienen al país tomado por el mango.

¿Qué posibilidades de transformación podemos imaginar si los guardianes del status quo nos imponen una agenda pactada de «revolución»?

Volviendo a Aida

Cuando Ratko Mladic fue enjuiciado por sus crímines de lesa humanidad habían multitudes nacionalistas serbias protestando a su favor en puertas de los juzgados.

El Ejército serbio, cuando estaba completamente esclarecido que Mladic había cometido un genocidio, lo seguía considerando un héroe nacional.

No importa de qué lado de la historia que construyen los poderosos quieras ponerte. Los fundamentalismos en la política son el germen de violencias de todo tipo.

El odio racial, los nacionalismos, el dogmatismo, el «endiosamento» de líderes, son instrumentos del poder para inmovilizarte.

La militancia política debe ampliar tu campo de visión, complejizarlo y enriquecerlo. Si te ciega, si te limita, si te convierte en una repetidora de relatos «oficiales», verdades incuestionables y discursos vanamente incendiarios, frotate los ojos, aclará la vista, te están usando.

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