Rodrigo Hasbún en LaLibre, Cochabamba, volteó taquilla a una semana del inicio de su taller de cuento. Poco antes de comenzar con las sesiones, conversamos con el escritor cochabambino para compartir lecturas e impresiones sobre el ejercicio de escribir.
El escritor cochabambino dicta desde ayer un taller de cuento en la librería LaLibre. Unos días antes del comienzo de las sesiones, conversamos con él para saber un poco más de las lecturas que le sirven para este tipo de actividades, aquellas que lo apasionan y a las que siempre regresa o la necesidad de generar este tipo de espacios para pensar y trabajar la escritura.
A una semana del inicio de este encuentro literario, que se extenderá a lo largo de un mes, los cupos estaban llenos. Las expectativas de la organización fueron sobrepasadas y alientan a pensar que la experiencia podría repetirse; ojalá pronto.
Con el temple afable y la claridad que lo caracterizan, el autor de las novelas El lugar del cuerpo y Los afectos, comparte con nosotras abiertamente aquellos títulos que merecen ser leídos sin falta. Como no podía ser de otra forma, con base en el compromiso que tenemos por liberar la cultura, les dejamos un enlace a aquellos que se encuentran disponibles en la red.
Sin más preámbulos, les dejamos nuestra breve charla con uno de los cuentistas más excepcionales de la literatura boliviana en el último tiempo.
¿Consideras que el cuento es una buena puerta de entrada a la escritura narrativa o, por el contrario, es un reto mayor?
Las dos cosas al mismo tiempo. Por una parte, el cuento funciona bien en los talleres debido a su extensión, y a que el tiempo que demanda su escritura y su lectura suele ser menor al que demanda una novela. Por otra parte, sin embargo, no es un género menos complejo o exigente. Al contrario, la intensidad y la tensión que lo caracterizan son casi imposibles de lograr.
¿Puedes sugerirnos tres cuentos clave para entender y analizar este género? ¿Por qué detalles en particular los eliges?
Al principio de los talleres me gusta que leamos y discutamos algunos cuentos emblemáticos, y dos a los que suelo recurrir son “No oyes ladrar los perros” de Juan Rulfo y “Reunión” de John Cheever. Tienen menos de tres páginas cada uno y, desde tradiciones y contextos históricos y culturales muy distintos, ambos abordan el desencuentro entre un padre y un hijo. Lo que me gusta en ellos es cuán bien delimitados están (exhiben solo un pequeño trozo de la realidad de los personajes, pero es un trozo emocionalmente significativo, uno que va a dejar una huella en todo lo que venga después), y también cuánto logran explotar sus autores los escasos elementos que componen esas historias mínimas pero decisivas. Con esto quiero decir que el cuento es un género que suele funcionar por sustracción, un género donde menos a menudo es más, y donde importan mucho los límites y todo lo que se deja fuera. En “Reunión” las dos o tres horas que comparten los personajes son las que hacen el cuento. Elegir esas horas específicas, concentrarse en ellas nada más, es uno de los grandes aciertos de Cheever. Y lo mismo sucede en “No oyes ladrar los perros”: ninguno de los miles de días en la vida de los personajes tiene más interés que el día en el que sucede el cuento. El hijo está muriéndose y su padre lo lleva cargado en hombros a un pueblo vecino, donde quizá puedan salvarlo. El diálogo justo, la escritura sensorial y el interesantísimo trabajo con el punto de vista evidencian aún más todo lo que un cuento de tan pocas páginas puede lograr.
¿Más allá de estas recomendaciones, cuál sería tu selección personal? ¿Cuáles son los cuentos favoritos de Rodrigo Hasbún?
Es una lista que se renueva todo el tiempo, pero así a la rápida te menciono algunos cuentos a los que les tengo mucha admiración y cariño, y a los que vuelvo cada tanto (con la excusa de los talleres o sin ella): “Flores nuevas” de Federico Falco, “Travis, B” de Maile Meloy, “Un hombre bueno es difícil de encontrar” de Flannery O’Connor, “Negocios” de Junot Díaz, “Chica” de Jamaica Kincaid, “Los muertos” de James Joyce, “Bienvenido Bob” de Juan Carlos Onetti, “Inmanejable” de Lucia Berlin, “Hasta que la chica murió” de Anne Enright, “Chicos” de Rick Moody, “Últimos atardeceres en la tierra” de Roberto Bolaño… Ojalá al menos unos cuantos estuvieran en línea y pudieran compartir los enlaces. En más de un modo son cuentos ejemplares, bellos de principio a fin.
Los talleres literarios suelen ser un rito de iniciación en algunos países. En Bolivia no tenemos esa tradición. ¿Qué puertas nos abre generar estos espacios de creación, lectura y reflexión? ¿Ves oportunidades de hacerlos más a menudo?
Vivo en Houston hace años, y dirijo allá talleres que se renuevan mes a mes. Una de mis alegrías más grandes en ese ámbito es ver cuánto mejora la escritura de quienes insisten en seguir participando. Ese tipo de taller continuo es al que le tengo más fe, y en ellos se hace más visible el impacto que tiene en tu escritura la posibilidad de contar con una pequeña comunidad de gente con la que compartes un mismo oficio. Para mí los talleres son eso sobre todo: lugares seguros pero desafiantes en los que pones a prueba tu trabajo, en los que te expones a nuevas lecturas y a nuevas formas de leer, en los que compartes entusiasmos y forjas una posición, un estilo, una voz. Todas esas cosas también puedes hacerlas fuera de un taller, por supuesto (y esa ha sido la ruta más usual en Bolivia, donde digamos a diferencia de lo que sucede en Argentina o Chile no hay una tradición evidente de talleres longevos), pero sería estupendo si ese camino adicional también estuviera abierto.