La editorial boliviana El Cuervo está dando, en los últimos días, varias buenas nuevas respecto a libros que no pueden faltar en tu biblioteca y que hace mucho desaparecieron de las estanterías en las librerías. Uno de estos títulos es La vida de las cosas, que te presentamos a continuación.
Mijail Miranda Zapata
Álex Ayala, periodista hispano boliviano, porque sí, la patria no admite burocracia, es uno de los referentes en la crónica nacional de los últimos años. Además de ser fundador y director de la revista de periodismo narrativo Pie Izquierdo, publicó Los mercaderes del Che y otras crónicas al ras del suelo (El Cuervo, 2012) y colaboró con importantes suplementos y revistas internacionales.
En Bolivia, además de trabajar en varios medios, el Premio Nacional de Periodismo en 2008 se dedicó a cultivar la crónica de largo aliento, con una mirada, antes que coyuntural y apremiante, periférica y paciente.
Es así que, por ejemplo, en su primer libro supo poner bajo la lupa a uno de los personajes más reconocidos entre los internautas bolivianos: Américo Estévez, “Saxoman”. Y es que en un momento político y económico en el que las convulsiones sociales, que tan bien nos definían, se diluyen en el recuerdo y la modorra cubre nuestras agendas -espabiladas apenas por alguna frasecilla torpe o algún escándalo menor-, parece fundamental agudizar los sentidos y conectar con aquellos personajes anónimos y silenciosos que habitan nuestras calles y hogares como síntomas de lo inminente o pulsaciones del ahora.
A diferencia de Los mercaderes…, un muestrario de gentes, saberes y decires, el segundo libro de Ayala, La vida de las cosas (El Cuervo, 2015), redobla su apuesta por la observación y el detalle y se decanta por narrar objetos -en apariencia inanimados-, recuperando su memoria, vitalidad y trascendencia. Un gesto de rebeldía en un tiempo en el que todo parece nacer con el sello “descartable” bajo el código de barras.
Como menciona el autor en el prólogo, casi tangencialmente, este título ejercita una arqueología de nuestras existencias. Un intento por descifrar, desde nuestras chucherías, las marcas más íntimas de nuestro tiempo, el que pasó, y un gesto, aún poco claro, por supuesto, de lo que vendrá. Hablo en primera persona porque invariablemente nos sentiremos cercanos a alguna de estas historias.
Conceptualmente, Ayala consigue un producto cabal. No en lo que refiere al corpus de los relatos, sino a la forma en la que son presentados. El lector se encuentra frente a una colección, en la plenitud de su significado, de miniaturas, pequeñas piezas de un rompecabezas infinito, objetos intangibles y disímiles, reunidos casi por azar entre las más de 200 páginas de este libro.
Ninguna de las narraciones excede las cuatro páginas y muchas veces son suficientes, por el pulso de Ayala al momento de destilar las circunstancias. En otros casos el recurso juega en contra y la promesa de un universo particular se esfuma con la obligación de responder a la estructura del conjunto.
Son más de 50 crónicas -pequeñitas y risueñas, en general-, las que hacen de La vida de las cosas un libro optimista, de lectura aleatoria, sosegada y entretenida. Un libro que, como bien retrata la portada, crece libremente como un arbusto en el bosque, ofreciéndonos frutos diversos, y que nos alienta a cavilar en las raíces que alimentan “la vida de las cosas”.