“Cuando la sangre llama” es una frase de Wilmer Machaca para referirse a las acciones de la cantante peruana Yarita Lizeth frente a la crisis en su país, comparándolas con el silencio de Renata Flores y otros artistas peruanos que viven y facturan a partir de los indios, pero que resultaron ser indiferentes a las distintas movilizaciones y protestas del Perú profundo, del Perú cholo, del Perú serrano, tristemente calificado de terrorista, de horda, de ignorante.
¿Será porque viven del indio pero ellos no se consideran indios? Y, seguro, con las masacres, se sienten bendecidos de no serlo.
Mientras tanto, una mujer que no necesita visibilizarse como una “antisistema” (que no necesita tatuarse al Che, que seguro nunca ha echado pintura roja a las iglesias, que no se ha puesto un parche anarquista en su chaqueta, que no ha grafiteado ningún monumento ni es vegana) nos ha enseñado más que los miles de “revolucionarios antisistema” que abundan en las clases medias mestizas y blancas.
Cuando se está en crisis, se develan los verdaderos rostros y la “irreverencia política” como moda no sirve para nada.
Nuestra princesa aymara
Esta mujer es Yarita Lizeth Yanarico Quispe, una famosa cantante juliaqueña y aymara. Además, una próspera empresaria con varios negocios (como su hotel tres estrellas en Juliaca).
Estos días se vio a Yarita Lizeth publicando en sus redes su indignación contra las masacres y la violencia de los militares y policías peruanos contra, los que ella llama, sus «hermanos”.
Recientemente hizo una donación de 50,000 soles (13,000 dólares al cambio de enero de 2023) a las familias de las víctimas y a los heridos en Juliaca. También facilitó su bus para que los juliaqueños vayan hasta Lima a la marcha de los Cuatro Suyos y donó víveres para los manifestantes.
A Yarita Lizeth, nuestra princesa aymara, lo que la llama a moverse es su sangre, su procedencia, su condición racial, su rostro. Al identificarse con los rostros indios de los miles de protestantes y víctimas de Puno, Apurímac, Ayacucho, Huancavelica… al llamarles “mi pueblo”, no se siente ajena a ellos.
La crisis en Perú la hizo retornar a lo indio, porque su rostro la delata como aymara y ella no se avergüenza por eso.
A Yarita Lizeth la llama también una condición de clase, de la clase social a la que los indios en Perú deben estar sometidos desde la indiferencia y el racismo de sus gobiernos. Porque alguna vez ella también tuvo que vivir desde la carencia, desde la orfandad y el dolor por haber perdido a un ser querido, su madre, a muy temprana edad.
La llama también el dolor. Ese dolor de alguien que procede y emerge desde el pueblo. De alguien que se siente igual que él, porque nunca se ha desvinculado de ese espacio y de esa condición. Porque Yarita Lizeth sigue asumiéndose como parte.
Bolivia, 2019
Me recuerda cómo, el 2019, los que vivían de los indios bolivianos, a los que les gusta ganar haciendo cine sobre ellos, a los que les gusta ganar haciendo música sobre ellos y desde su cultura, a los/as artistas que dibujan cholas en sus cómics o diseños… no se manifestaron en ningún momento en contra de las masacres y la represión en El Alto y otros lugares del país. Incluyo también a grupos de folklore, chicha y de cumbia, que también callaron.
Tenemos tanto que aprender de Perú y de su gente, que se organizó para repartir víveres a los manifestantes. Mientras que en Bolivia, en 2019, se abrazaba y alimentaba a policías y militares, justificando su accionar.
Mientras que los estudiantes de la Universidad de San Marcos en Lima tomaron sus instalaciones para albergar a los manifestantes que llegaban desde el sur peruano, el 2019 en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) se albergaron a grupos paramilitares racistas y sus dirigentes universitarios no protestaron al respecto. Incluso participaron en las marchas pititas.
Pero cuando llegaron sectores campesinos e indígenas a El Alto, por la marcha de las Wiphalas, ni la UMSA ni la Universidad Pública de El Alto los apoyaron. Tampoco se pronunciaron o tomaron sus universidades desde sus estudiantes o dirigentes para abrirles las puertas. Por eso, los manifestantes tuvieron que alojarse en un colegio en Senkata: sin comida, ni una cama y ni un vaso de agua siquiera.
La autonomía universitaria en Bolivia es sólo para robar, nunca se asume esa condición como un medio político para generar acciones importantes desde la identidad.
Más grande
¿Cuándo se blanqueó tanto La Paz si es un departamento colla? ¿En qué momento dejó de sentirse parte de ese pueblo vulnerado? ¿Cuándo los artistas en Bolivia dejarán de usar a los indios como simple objeto de explotación cultural? ¿En qué momento los artistas indios y los qamiris en Bolivia retornarán a su condición racial e identitaria?
Puede haber cuatro, cien, mil Maroyus en Bolivia, si quieren, pero mientras haya solo una como Yarita Lizeth sería un gran avance.
En 2016 Yarita Lizeth fue criticada por muchos bolivianos por usar vestimentas de la cultura Yampara (del departamento de Chuquisaca). Pero ahora ella demostró ser más grande que este país.