«Especulación en el mercado del dólar». Ese podría ser el titular de cualquier diario boliviano en estos días. Sin embargo, también se publicó en el diario El Deber en 1979, cuando el país se adentraba en la dramática crisis económica en Bolivia que tomaría toda su forma en los años 80.
Lo llamativo es que ambas crisis tienen síntomas muy parecidos: escasez de divisas, largas filas para conseguir combustible, el incremento de precios en productos básicos, entre otros.
Pese a estar separadas por cuatro décadas, las similitudes de estas crisis no son coincidencia. Bolivia ha estado históricamente atada a ciclos económicos determinados por su “adicción” al extractivismo. Desde la plata colonial, que encontró su máxima expresión en el Cerro Rico de Potosí, hasta el gas natural contemporáneo, pasando por la goma, el estaño, el oro o la agroindustria.
La economía boliviana fue y sigue siendo dependiente de la explotación y exportación de materias primas.
![Recorte del periódico El Deber de la década de los 70 sobre la crisis en Bolivia.](https://muywaso.com/wp-content/uploads/2024/12/crisis-bolivia-economia-extractivismo.jpg)
Esta matriz extractivista, fundamentada en la explotación, el despojo, la depredación y la mercantilización de la vida (humana y no humana), establece las bases de un patrón económico que perdura hasta el presente. Quienes más se han beneficiado de esta matriz han sido las clases dominantes del país y el capital transnacional. Pero, en los momentos de auge, también surge el espejismo de cierto bienestar generalizado.
Una mirada a la historia
En la década de los 70, durante la dictadura de Hugo Banzer Suárez, Bolivia vivió un período de bonanza económica. Pero poco tuvo que ver con la política económica de ese gobierno de facto. En realidad, derivó, principalmente, de los altos precios del estaño que beneficiaron al país pese a su decadente aparato productivo minero.
Junto a ello, la facilidad de acceso a los petrodólares que inundaron el sistema financiero internacional permitió un aumento sustancial de la deuda externa, que se multiplicó por más de cinco entre 1971 y 1985.
La exportación de estaño y el endeudamiento respaldado en esas exportaciones generaron una ilusoria prosperidad económica en gran parte de la sociedad.
De manera similar, entre 2006 y 2014, los altos precios del gas natural en el mercado internacional —además del descubrimiento de grandes pozos gasíferos— permitieron a Bolivia multiplicar por seis sus ingresos por exportaciones de hidrocarburos.
Este período, que coincidió con el ascenso del gobierno del MAS, habilitó un nuevo ciclo de bonanza que duró hasta 2017 y que se deterioró más rápidamente luego de la pandemia.
Crisis económicas en Bolivia y su reflejo en el tiempo
Durante ambos períodos de auge extractivista, el país experimentó incrementos importantes en el consumo y el gasto público, sostenidos principalmente en el aumento significativo de divisas. El gobierno mantuvo un tipo de cambio fijo que era ficticio y que permitía obtener dólares baratos, lo que incentivó un consumo basado en importaciones baratas.
Es decir, esos dólares se utilizaron para satisfacer los intereses de los grandes poderes económicos. Ya sea a través de la construcción de infraestructura ligada a las necesidades del capital o para otorgar créditos a sectores como la agroindustria. En muchos casos, años después, estos préstamos fueron condonados y asumidos por el Estado boliviano.
Con esos dólares la población boliviana también vio mejorar temporalmente sus condiciones de vida, ya sea a través de la adquisición de alimentos baratos provenientes de otros países o importando combustibles que son subvencionados por el Estado.
Sin embargo, cuando los ciclos de precios altos llegan a su fin o se acaban los recursos que podemos exportar, las fragilidades de la estructura económica quedan expuestas. En ambos casos, la caída de los ingresos por exportaciones llevó a una escasez de divisas que desencadenó una serie de problemas económicos.
La crisis económica en Bolivia de los 70 desembocó en una de las hiperinflaciones más altas del mundo, con una tasa anual acumulada del 24,000% a mediados de los 80.
Por su lado, en la crisis actual, que recién comienza, las reservas internacionales han caído dramáticamente, de más de 15,000 millones de dólares hasta cerca de 1,700 millones de dólares. Así es como, poco a poco, vemos aumentar los precios, el desabastecimiento y la incertidumbre.
La trampa del discurso desarrollista
El argumento de que el extractivismo es necesario para el desarrollo económico es una constante en el discurso político boliviano, independientemente de la orientación ideológica de los gobiernos. Este discurso inmediatista presenta la explotación intensiva de recursos naturales como el único camino viable hacia el progreso, el desarrollo y el bienestar, ignorando deliberadamente las implicaciones sociales y ambientales.
Porque si algo queda claro es que los procesos extractivistas no solo no se sostienen una vez que acaban los tiempos de bonanza, sino que suelen generar retrocesos importantes. Si bien algunas élites y capitales transnacionales logran extraer y acumular excedentes significativos en estos ciclos, la población general solo alcanza una mejora temporal en los niveles de ingreso, sustentada en el acceso a bienes y servicios adquiridos con divisas baratas.
Ni qué decir del deterioro ambiental que provoca este modelo: la contaminación de fuentes de agua, la pérdida de biodiversidad, la deforestación y la degradación de suelos son solo algunas de las consecuencias.
Durante el gobierno del MAS, por ejemplo, se intentó justificar la profundización del modelo extractivista argumentando que era un «mal necesario» o un “punto de partida” para cambiar el país. Sin embargo, esta justificación ignora que el extractivismo genera sus propias formas de pobreza y desigualdad y más aún si las consideramos en el largo plazo, creando un círculo vicioso donde los problemas sociales que se pretenden resolver se perpetúan o incluso se agravan.
La evidencia muestra que cuando el punto de partida es el extractivismo, el resultado es más y más extractivismo, en distintas formas —legales e ilegales— y en cada vez más sectores de la economía. Esto es especialmente cierto cuando no se ha intentado siquiera transformar el núcleo del patrón de acumulación capitalista de una sociedad.
¿Alternativas?
Así, la búsqueda de alternativas al extractivismo no es solo una necesidad económica, sino una urgencia existencial. En un contexto global marcado por la crisis climática y el colapso de la biodiversidad, seguir apostando por un modelo basado en la explotación intensiva de recursos naturales es un camino hacia el abismo.
Bolivia necesita otros paradigmas económicos que consideren la vida en todas sus formas como el centro de su actividad.
Este cambio requiere una transformación profunda no solo de nuestras estructuras económicas, sino también de nuestra forma de entender el bienestar. No podemos cuestionar la crisis asumiendo un lugar victimista que reivindique un bienestar económico sostenido en la depredación y en la explotación.
Tampoco es posible reivindicar un modelo económico que deja intacta la estructura de poder capitalista y que nos conmina a acentuar el extractivismo para lograr un “rebalse” de excedente económico que nos permita mejorar temporalmente las condiciones de vida.
Si bien no podemos dejar de considerar el carácter dependiente de nuestra economía, esta dependencia se acentúa si lo que se intenta es seguir un horizonte desarrollista que tiene como referente al bienestar de las sociedades de consumo del norte global.