En medio de una de las crisis sanitarias más graves que ha enfrentado la humanidad un grupo de personas consiguió sacar de su pueblo a todo el personal médico. Días después los profesionales retornaron en medio de pañuelos blancos, agradecimientos y promesas de mejor atención. Pánico, desinformación y medidas extremas: una fórmula que no debemos repetir.
Esther Mamani
La última vez que visité este hospital se veía reluciente.
En la parte delantera aún conserva una pequeña plazoleta que sirve de sala de espera. Aquí, en 2018, hicieron un fumigado para contener la propagación del dengue. Al año siguiente también, pero para responder a la emergente amenaza del arenavirus. Este año la fumigación corre por cuenta de la pandemia del COVID-19. Bienvenidas a Caranavi, la capital cafetalera del país.
En las últimas semanas, las escenas dramáticas en varios rincones del país -debido a las deficiencias en la gestión de la crisis sanitaria y el sistema de salud nacional- se han propagado y multiplicado casi tan rápido como los contagiados por el nuevo coronavirus. Caranavi es un escenario tropical con unos 14 mil habitantes y durante algunas horas muchos de ellos estuvieron enfrentados y divididos a causa del COVID-19.
Pero esta historia comienza un poco antes.
A mediados de mayo, aparecen dos casos positivos del virus. El primero: un hombre de 39 años que vive en Villa Yara. Frutero de oficio, tenía constante contacto con chóferes, quienes forjaron una alianza entre productores y transportistas para abastecer de alimentos a la sede de Gobierno durante la cuarentena.
El reporte del Servicio Departamental de Salud (SEDES), en la ciudad de La Paz, daba cuenta de que todos los casos en provincias debían ser trasladados al Centro de Aislamiento instalado en un céntrico hotel paceño. Pero estos dos primeros casos despertaron la susceptibilidad de algunos vecinos, sobretodo de quienes viven detrás del hospital de Caranavi. Las sospechas recaen sobre el personal sanitario y la tensión comienza a saturar el ambiente.
El director del hospital de Caranavi me informa por teléfono que, cuando atendieron a ambos infectados, tomaron todos los recaudos necesarios. Los guantes, barbijos, batas, lentes e hisopos fueron comprados por el municipio.
“A veces la población no entiende nuestro trabajo”, lamenta el director.
La lavandería, en la parte trasera del hospital, no tiene conexión con el alcantarillado. Así surgieron los primeros reclamos y fueron creciendo. Todo estallará poco después, cuando algunas personas se enteran que una docena de médicos cumplirá su cuarentena, por haber tenido contacto directo con los casos positivos, en el alojamiento El Faraón.
En El Faraón las ventanas fueron cubiertas con pintura amarilla, las camas con plástico a manera de sábanas. También dejaron un respirador ambulatorio y dos tanques de oxígeno. La municipalidad, me cuentan, atendió en lo que pudo los requerimientos del personal de salud.
El traslado de los galenos al alojamiento fue frustrado rápido. La noche del martes 19 de mayo la confusión y molestia entre los pobladores llegó quizás a su punto más alto. La junta vecinal evitó que el personal de salud ingrese a su alojamiento de cuarentena. De solicitar atención a doctoras y enfermeros, pasaron a pedir que se vayan. «Si no se van les quemamos la casa», se escuchó en un extremo.
De unas 14 mil personas, un pequeño grupo de no más de 100 personas fue capaz de armar un desastre. A fuerza de gritos, abucheos y desinformación acusaron al personal de salud de pretender contagiar al resto con el «maldito virus». Ese que, junto a su precario sistema de salud, podría hacer añicos a la comunidad.
En un vídeo del canal local Tele 15 se muestra un fragmento de lo que pasó esa noche. Cuatro vecinas arengan al resto:
– Nosotros nos cuidamos y otro va a venir a meter ese virus aquí. No, no es posible y es que no tienen que hacernos esas cosas.
– Que vayan por el otro lado si hay una salida.
– Es un problema de las autoridades Como pueden traerlos aquí.
– Que se vayan al cerro a hacer la cuarentena.
El periodista que las graba muestra un pequeño grupo, tienen barbijos y están abrigadas. Algunas hablan al unísono, es difícil distinguir las voces. Todas tienen los rostros iracundos, pero también se las ve asustadas y desesperadas. Todos vivimos la pandemia con miedo. La transmisión dura apenas un par de minutos.
Gracias al Sindicato Médico y de Ramas Afines (SIRMES) puedo comunicarme con las enfermeras Martha y Eloisa (nombres ficticios). Con ellas trato de reconstruir lo que pasaba a unos metros de El Faraón, en el hospital donde estaban de turno.
Ellas sabían que sus colegas pasarían su aislamiento en este alojamiento y habían visto algunas miradas de condena y reclamos esporádicos en las últimas horas. Los atribuían a la falta de información. Nadie imaginó que todo acabaría con la ignominiosa expulsión de sus colegas del pueblo.
Un grupo de vecinos logra su cometido y el personal de salud que debe cumplir su cuarentena no puede ingresar a El Faraón. Afuera del hospital el pánico comienza a contagiarse y se imaginan las peores escenas posibles. Los médicos piden ayuda en el grupo de WhatsApp del SIRMES, su organización sindical.
– Doctor buenas noches, le escribo desde Caranavi para comunicarle que en estos momentos están agrediendo a nuestros compañeros que están alejados por aislamiento por contactos directos, queremos pedirle que nos ayude por favor, gracias.
En la voz agitada y temblorosa de otra mujer se oye:
– Colegas, a ver escúchenme, estamos en el hospital, bajen toditos al alojamiento El Faraón. Dice que les están sacando a las compañeras. Dice que hay bastante gente, vayan a apoyarles por favor, nosotras estamos en el hospital. Urgente, vayan, por favor.
Ni los administrativos del alojamiento, ni los médicos lograron entablar el dialogo con los vecinos que seguían molestos y preocupados. La victoria es suya. El personal de la Alcaldía no llega. Para evitar agresiones, los trabajadores de salud regresan al hospital.
Martha y Eloisa me cuentan que llegaron decepcionados, dolidos.
– Nos han roto el corazón esa noche, pero sabemos que no son todos.
En cuestión de minutos, el SEDES ordenó el repliegue de todos los médicos a la sede de Gobierno. Su director, René Sahonero, envió un comunicado donde se detallaba: “ordenamos el repliegue hasta que se den las garantías del caso”.
A la mañana siguiente, llega la resaca. Todos sabían lo que ocurrió y la gravedad de las consecuencias. Los vecinos que atacaron a los médicos desaparecieron dando lugar a otros dirigentes vecinales, quienes pidieron perdón en puertas del hospital. Era un grupo mucho mayor al de la noche anterior. Ahora, el pedido era otro: «¡quédense!»
En el patiecito del hospital que hace de sala de espera se convoca a una conferencia de prensa. El director del centro médico lee el pronunciamiento del personal de salud. En las imágenes de Tele 15 se lo ve con su uniforme de trabajo. Una bata celeste, los cabellos canos, la voz firme pero acongojada. Lo escuchan todos, es el centro de atención. Se ven varios medios radiales y un par más de televisión.
Mientras el doctor habla se escucha un murmullo que crece: «quédense, quédense». Pero el director confirma el tratamiento frente a la agresión: repliegue de todos los profesionales.
A partir de esta decisión, todos los pacientes internados fueron notificados para retornar a sus domicilios. El video de Tele 15, que dura 18 minutos, muestra a varios periodistas insistiendo para que se reconsidere una medida extrema que dejaba sin atención sanitaria a Caranavi.
Otro grupo de médicas y enfermeras, sentadas al fondo de la imagen, pasan a primer plano cuando empiezan a elevar la voz. En segundos re quiebran en lágrimas. Las cámaras hacen zoom in a sus gestos.
– Hemos trabajado mucho para que nos traten así. Habían 22 sospechosos. ¿Quién creen que les ha atendido? ¿Quién ha lavado sus cuartos? Apenas tenemos 10 camas.
– Estamos estresadas y perdón si alguna vez hemos atendido mal a los pacientes.
– Vayan a ver cómo trabajamos y ahí van a ver si valemos o no la pena.
El médico Florencio Ticona, de la Red de Salud, vía teléfono, me cuenta quem cuando pensaron en el aislamiento, solo querían proteger al resto de la población de Caranavi. Dijo que fallaron los canales de comunicación y que por «ocho vecinos» se iba a perjudicar a toda la población.
Ticona también debía estar en el alojamiento y confiesa que lo peor que escuchó fueron las amenazas de muerte en su contra y la de sus colegas.
Un día después, dos buses parten rumbo a La Paz.
Jhanet Yujra, presidenta de la junta de vecinos de Caranavi, llega con ellos al municipio paceño. En el Centro de Aislamiento de la avenida Arce reciben a los médicos que se replegaron para su vigilancia epidemiológica. Nuevamente un enjambre de medios se arroja sobre uno de los temas de la semana.
– No pueden dejar sin salud a Caranavi. Nosotros no les hemos botado. Queremos que vuelvan- se le oye decír a Jhanet.
Tiene una voz fuerte, el cabello recogido y un cuerpo grueso, firme.
Promete ante todos que hablará con «quien tenga que hacerlo» para el retorno del personal de salud a su municipio. El viernes, sus gestiones, junto a las del SEDES, Gobernación y Alcaldía, dieron buenos resultados.
El retorno queda pactado para el domingo 24 de mayo.
Como en pocas historias del sistema de salud en Bolivia, especialmente durante los últimos meses, esta vez el final es feliz.
Los 88 trabajadores de salud regresaron en medio de pañuelos blancos, agradecimientos y promesas de mejorar la atención a la ciudadanía.