la llegada de la pandemia
En septiembre de 2020, cuando apenas superábamos los meses más difíciles de la pandemia, Yuly Esmir decidió retornar al Centro Infantil Municipal Flor de Alely.
Llevó consigo cepillos de dientes, dentífricos, jaboncillos y barbijos.
Acompañada de otras tres compañeras, Yuly retomó parte de sus tareas que habían sido interrumpidas con la llegada de la COVID-19 al país y la imposición de una cuarentena estricta.
Durante varias semanas orientó a “sus niños”, como les dice, en cómo prevenir el contagio del nuevo coronavirus a través de una higiene adecuada y el uso correcto del barbijo.
Junto a los pequeños, sus madres y padres también recibieron la orientación de Yuly.
De alguna forma, Yuly sentía que volvía a la normalidad. Atendía a los niños, les preparaba alimentos (con las raciones secas que habían sobrado algunos meses atrás). Cumplía con su labor de educadora y facilitadora.
Excepto por un detalle: durante los casi tres meses que retornó a su trabajo en el centro Flor de Alely, en la zona de Villa Pagador, Yuly no recibió ninguna remuneración.
“Les hemos abierto las puertas. Se les ha dado sus barbijitos, sus cepillitos, se hacían el lavado de manos, hemos comprado alcohol. Las mamás se sentían felices, porque también les hemos dado apoyo escolar”, cuenta entusiasmada Yuly.