Natalia Denise Alonso e Inti Bonomo
Vamos hacia el centro de la tormenta. Sabemos desde hace ya varias décadas que la actividad humana inició un proceso de cambio climático en nuestro planeta, que puede amenazar nuestra calidad de vida. Definir acciones y prioridades en este contexto resulta urgente y hacerlo teniendo en cuenta variables de género, también. Las desigualdades señaladas por el feminismo solo se incrementan en este contexto de crisis ambiental, y conocer su impacto a través de datos puede aclararnos el panorama y orientar líneas de acción.
El cambio climático se produce debido a la emisión por parte de la actividad humana de enormes cantidades de gases de efecto invernadero, gases que se acumulan en la atmósfera absorbiendo el calor irradiado por la tierra, como el dióxido de carbono (CO2) o el metano. Este proceso genera cambios no solo en la temperatura a nivel global sino también en la circulación de vientos, precipitaciones, intensidad y frecuencia de eventos extremos (tormentas, inundaciones, olas de calor y sequías). Este fenómeno se disparó a partir de la Revolución Industrial con la difusión de los combustibles fósiles y se incrementó en las últimas décadas (ver figura 1) debido al ininterrumpido y exponencial crecimiento en su uso, así como otras violentas modificaciones que el hombre está realizando en su medio, como la deforestación.
Analizar el impacto social de este fenómeno a la luz de un enfoque de género revela que es diferenciado, y que la raíz de esta disparidad está en el sistema de organización social de varón proveedor-mujer cuidadora. Al no estar remunerados los trabajos del cuidado, las mujeres quedan más expuestas ante la crisis climática principalmente de dos maneras: por un lado, la feminización de la pobreza las encontrará como grupo especialmente vulnerable, y, por otro, las modificaciones en el clima complicarán las tareas de cuidado -en especial rurales, de contacto directo con los recursos naturales- tradicionalmente asignadas a ellas.
Ellas, las más vulnerables
Como toda crisis, este fenómeno afecta más a quienes menos recursos tienen. Esto es porque tienen menos herramientas disponibles para resistir o adaptarse: ante una epidemia de una enfermedad no tienen el mismo acceso a la salud que las personas adineradas, ante una inundación, sus casas están en las zonas más vulnerables y los materiales de los que están hechas son poco resistentes. Durante un evento meteorológico extremo (como un huracán o una tormenta muy fuerte), la carga de cuidados del hogar hace que sea más difícil que una mujer abandone la zona, pero otras razones como la falta de independencia económica pueden resultar una barrera adicional.
Además, la pobreza está claramente feminizada: mientras que el 12,5% de los hombres de América Latina no tiene ingresos propios, entre las mujeres esa cifra asciende al 29%. Estas diferencias se acentúan más aún en contextos de ruralidad: alrededor del 43% del trabajo agrícola es realizado por mujeres, pero manejan menos del 17% de los establecimientos agrícolas. Entre 2002 y 2014, la pobreza en América Latina disminuyó casi un 16%. Durante el mismo período, sin embargo, subió 11 puntos el índice de feminidad de la pobreza, que refleja el porcentaje de mujeres pobres de 20 a 59 años con respecto a la proporción de hombres pobres de ese mismo rango etario, señala un informe de FARN.
Con el aumento en la intensidad y frecuencia de los eventos climáticos extremos, que se pueden convertir en desastres cuando no hay infraestructura y políticas adecuadas para contenerlos , se vuelve necesario poner el ojo en las investigaciones ya existentes sobre este tipo de fenómenos. Estudios en Estados Unidos y Australia mostraron que después de un desastre natural aumentan las probabilidades de que mujeres y niñas sean víctimas de violencia de género, en especial cuando están viviendo en refugios de emergencia. Un estudio de London School of Economics analizó los desastres naturales ocurridos en 141 países y sus impactos posteriores a lo largo del período 1981-2002, y concluyó que en promedio tienen como víctimas fatales a más mujeres que a varones. En Bangladesh, se demostró que ante el ciclón y las inundaciones producidos en 1991, la tasa de mortalidad fue casi cinco veces mayor para las mujeres que para los varones. En todos los casos, se atribuyen estos resultados a la situación socioeconómica más desfavorable que atraviesan las mujeres en comparación con los varones.
Las tareas tradicionalmente femeninas, en el ojo de la tormenta.
Debido a que tradicionalmente las mujeres tienen asignadas las tareas de abastecimiento y administración de los recursos naturales en los ámbitos rurales, el cambio climático aumentará la carga de trabajo femenino. La recolección diaria de agua segura es un ejemplo claro. Una de las consecuencias del cambio climático es el aumento de la cantidad e intensidad de sequías. La tarea de buscar agua potable asignada a las mujeres y niñas, se está volviendo cada vez más demandante debido a la menor disponibilidad o escasez de este recurso. En México, algunas mujeres caminan durante entre dos y seis horas diarias cargando grandes volúmenes de agua para sus hogares. Tras caminar en la intemperie muchas horas al día quedan expuestas a daños en su salud. El IPCC, organismo de la ONU que estudia el cambio climático, incluye a las mujeres que deben recolectar agua dentro de los grupos con riesgo de aumento de la mortalidad debido a la mayor frecuencia e intensidad de las olas de calor, a cuyos efectos quedan más expuestas debido a las largas caminatas que pocas veces ofrecen algún resguardo .
¿Qué hacemos en este escenario?
El trabajo no remunerado es una de las razones principales de la feminización de la pobreza. El cambio climático exacerba esta carga en las tareas de cuidado al mismo tiempo que las afecta más por ser más pobres. Un círculo vicioso que no va a parar si no lo frenamos. ¿En qué nueva dirección ajustamos las velas? Integrar los diagnósticos en común entre las distintas corrientes feministas y ambientalistas, un proceso que ya ha comenzado en la academia y en otras partes del mundo, parece el rumbo a tomar. Esto se traduciría a la práctica en forma de apoyo recíproco en las movilizaciones y propuestas de políticas públicas con esa línea común. La potencialidad de esta sinergia puede verse plasmada en una estrategia de acción conjunta. Y, en el horizonte, una forma de organización social más justa, más inclusiva, más sustentable y, sencillamente, que sea viable para todas y todos.