La serranía del Iñao es un rico ecosistema en el Chaco boliviano compartido por tres departamentos. Desde esta reserva natural, algunas comunidades luchan por la preservación de la biodiversidad a través de la cría de abejas.
Su trabajo les ha permitido tener un sustento económico, conservar la vida de abejitas nativas y hacerle frente al avance de la deforestación.
El Chaco boliviano es una región semiárida y semihúmeda que se extiende por parte de los departamentos de Chuquisaca, Tarija y Santa Cruz.
Un total de 263,090 hectáreas de este territorio conforman el Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado (PN-ANMI) Serranía del Iñao. Esto sin contar con el área de amortiguación externa de 778.76 kilómetros cuadrados, destinada a atenuar y moderar las actividades de presión sobre los bosques.
Solo la serranía del Iñao tiene una extensión aún más grande que Malta, Singapur o Dominica, además de otros 25 países.
Entre sus verdes cerros y extensos campos húmedos viven 256 especies de fauna, entre ellas, una cantidad aún indeterminada de tipos de abejas nativas.
Actualmente, los cálculos de distintas investigaciones estiman que existen entre seis a 15 especies de abejas nativas dispersas en esta región chuquisaqueña.
Su variada y vasta vegetación se extiende por el horizonte de cuatro municipios del Chaco y centro de Chuquisaca. Cerca de ella los caminos de asfalto se transforman en tierra y las señales de tránsito ya no alertan nada.
Las abejitas nativas y su aporte a la conservación
Gran parte de la riqueza en biodiversidad del Iñao se conserva gracias a la presencia de las abejas nativas, conocidas como meliponas al pertenecer a la tribu “Meliponini”.
Ellas han polinizado durante siglos las especies locales y han permitido su mantenimiento en el Iñao, el área protegida más joven del país, creada en 2004.
El extenso territorio de esta serranía acoge a más de un millar de especies de flora. Esta cifra podría incrementarse exponencialmente si se realizan más estudios de identificación botánica.
“La crianza de abejas ayuda a preservar el Iñao o cualquier ambiente donde existan ambientes vegetales”, comenta la tesista en biología Gina Zambrana.
Gina explica que cuando las abejas buscan lo necesario para elaborar su miel, polen, néctar, resinas también polinizan la flora. Esto permite que la vegetación se siga reproduciendo y esparciendo.
Gina es parte de un equipo multidisciplinario de investigadoras e investigadores que indagan sobre la meliponicultura (crianza de abejas nativas o meliponas) en el Iñao. Ella participa gracias a un convenio con el Laboratorio de Ecología Química de la Universidad San Francisco Xavier (USFX), coordinado por Carlos Pinto.
La tesista se dedica a estudiar qué tipo de plantas son las que las abejas nativas buscan con mayor frecuencia. Su principal objetivo es identificar las propiedades de su miel.
“Aquí, en el Iñao son especies (vegetales) tan antiguas y tan puras, porque nadie las ha hecho multiplicar por gajitos. Se han reproducido ellas solas, justo por la polinización que han hecho estas abejas nativas, las meliponas, que existen mucho antes que las abejas con aguijón”, detalla Gina.
“No es como en las ciudades, donde de los jardines se sacan gajitos para reproducir en otros lados. Así se debilita la parte genética de las plantas”, remarca la investigadora.
Apicultura y meliponicultura frente al desmonte
En el Iñao viven unas 1,600 familias que congregan a algo más de 9,000 personas dispersas en 42 comunidades. Menos de la mitad (17) recibe agua por cañería y poco más de un cuarto (12) cuenta con saneamiento básico.
Para llegar a los puntos de ingreso a la serranía se debe partir desde los municipios de Monteagudo o Villa Vaca Guzmán, antes llamada Muyupampa.
Las comunidades del lugar, incluyendo a las guaraníes —la tercera nación indígena más grande de Bolivia— se dedican principalmente al cultivo de maíz, papa, además de otros productos. También crían vacas, cerdos y otros animales que les permitan subsistir.
Sin embargo, tanto para sembrar como para criar animales, las familias del lugar deben recurrir al desmonte.
“Cada año hay desmonte, es una mínima superficie. Hacen chaqueos, la mayoría son relimpias, es decir que son chacos que ya estaban dejados (…). Es poco, se trata de minimizar”, informa Guido García, director del PN-ANMI Serranía del Iñao.
Según la autoridad, en promedio, entre cinco a 30 hectáreas de monte primario son deforestadas al año, contemplando desmontes autorizados e ilegales.
García asegura que solo se autorizan desmontes en la zona de área natural de manejo integrado. En zonas categorizadas como parque la deforestación está prohibida.
“Todo es agropecuaria de subsistencia. Son mínimas (las deforestaciones), no hay desmontes de cinco hectáreas en uno”, afirma el director.
Sin embargo, como hay familias que viven dentro de la zona delimitada como parque, muchas de ellas hacen sus parcelas de cultivo. En esos casos, las personas son sancionadas, aunque la actividad sea para subsistencia.
“Lamentablemente la zonificación ha sido mal elaborada en su momento. No se han considerado títulos antiguos y los usos de la tierra desde antes de la creación del área protegida”, complementa.
Fortalecer el trabajo con las abejas
Para García es importante que la crianza de abejas se fortalezca. La apicultura y la meliponicultura no solo evitan la deforestación con el fin de que los insectos tengan alimento suficiente, sino también permiten que las comunidades tengan una fuente de ingresos segura.
“La apicultura ayuda en la conservación. Tenemos que conservar de manera directa el monte, conservar el medioambiente y evitar el desmonte. (Debemos) evitar que la frontera agrícola siga avanzando”, afirma.
Luciana Escobar, también tesista en biología, ingresó a distintos puntos del Iñao para identificar los vínculos de las abejas nativas con las comunidades del lugar.
Según la investigadora, las familias de la zona usan la miel, propóleo y jalea de forma tradicional y por generaciones para tratamientos curativos y consumo propio. La actividad comercial es reciente.
Su trabajo revisará si es que con el paso de los años han cambiado las prácticas relacionadas al aprovechamiento de las abejas nativas y la autoidentificación étnica de las familias.
El trabajo de las abejas para la preservación de las especies de flora del Chaco, el segundo ecosistema forestal más importante de Sudamérica después del Amazonas, también incide en el sostenimiento de la vida humana al garantizar la seguridad alimentaria.
A nivel mundial, se identificó que el 35% de los alimentos dependen de la polinización de estos insectos, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Es decir, que para el abastecimiento suficiente y estable de alimentos, el ser humano necesita de este trabajo de fecundación que realizan las abejas al llevar el polen de una planta a otra.
Miles de abejas se pierden por cada hectárea deforestada
Las abejas meliponas nativas son amenazadas por la presencia de las apis mellifera (las abejas extranjeras “comunes” que son más grandes), la deforestación y el crecimiento de las ciudades.
En la serranía del Iñao el desmonte para zonas destinadas a la agricultura y ganadería (solamente para subsistencia, según autoridades del parque) acaba con más de una decena de colmenas por cada hectárea deforestada.
Solamente en Itapochi, una de las comunidades del Iñao que está cerca del límite entre Chuquisaca y Santa Cruz, se han perdido 93 hectáreas a causa de la deforestación entre 2004 y 2019, más o menos 28 veces la superficie de todo el estadio Hernando Siles, en la ciudad de La Paz.
Itapochi es parte del área natural de manejo integrado de la serranía del Iñao.
Esa superficie de desmonte representa la pérdida de unas mil colmenas.
En 15 años, la deforestación de esta zona ha aumentado de 165,26 hectáreas a 258,62, según un estudio realizado en 2020 por el especialista en cambio global, gestión de riesgos y seguridad alimentaria, Ever Medrano.
“Por cada hectárea deforestada se puede asumir que se perdieron 10,26 nidos (de abejas). Si multiplicamos el número de hectáreas, podemos asumir que es mucho lo que se ha perdido. La deforestación tiene un impacto negativo sobre las poblaciones de abejas silvestres que van a (polinizar) cierto tipo de flores”, comenta Medrano.
Agrotóxicos ponen en riesgo a abejas nativas
En mayo de 2021, una fumigación aérea que se hizo en una zona aledaña a un apiario en Santa Cruz, mató a 46 millones de abejas.
El uso de agroquímicos, según el relato de la familia apicultora damnificada, se hizo a casi cinco kilómetros de las colmenas. Pese a la distancia, los efectos fueron devastadores.
Este es un ejemplo de las catastróficas consecuencias del uso de agrotóxicos sobre la apicultura y la meliponicultura.
En el caso de las abejas que sobreviven a los plaguicidas, existe la probabilidad de que su miel esté contaminada con sustancias no adecuadas para el consumo humano.
En el Iñao los cultivos agrícolas no tienen la magnitud de los campos cruceños. Es por eso que no existen antecedentes similares en la región.
Sin embargo, el uso de agroquímicos, incluso menos nocivos y aplicados con rociadores u otros métodos, también afecta a las abejas de la región.
Las abejas nativas son las más vulnerables
En especial a las nativas, que son las más vulnerables a agresiones externas.
“La miel de las apis es bastante contaminada porque incluso es más resistente a pesticidas, entonces (la abeja) puede colectar” estas sustancias, comenta la bióloga Gina Zambrana.
Gina explica que las abejas nativas, en cambio, son más débiles y no sobreviven si llegan a estar expuestas a estos químicos.
Esto no solo pone en riesgo a las especies de abejas nativas, sino que también podría afectar la salud de las personas que consumen miel, propóleo y otros productos contaminados.
Para apicultoras y meliponicultoras es importante que se controle la actividad agropecuaria cerca de sus zonas de crianza. Además, necesitan que no se contaminen las fuentes de agua circundantes.
“Esas familias se constituyen automáticamente en conservacionistas porque no van a permitir fácilmente el desmonte. O que se tengan que utilizar agroquímicos que sean potenciales para matar a sus abejitas”, comenta Guido García.
En los últimos 20 años, en Bolivia se ha incrementado el uso de todo tipo de agrotóxicos entre un 288% y un 852%, según datos del Instituto de Comercio Exterior.
A esta cifra se suma el comercio ilegal de estos insumos que copa el 14% del mercado boliviano y mueve unos 45 millones de dólares, según se estimó en 2019.
Los incendios forestales y las abejas
A la amenaza de los agrotóxicos se suman los incendios forestales. En los últimos años han afectado a las áreas protegidas del país y, por ende, también a las abejas.
“Se han perdido decenas de cajas apícolas. Unas 40, 20 cajas estaban en el monte y el fuego ha arrasado con todo. Los cajones se han quemado y ha sido una pérdida terrible”, confirma Guido García.
En los últimos años, el Iñao ha reportado varios incendios en su territorio.
En octubre de 2020, cuando el Sernap declaró alerta roja en el parque, se reportó un total de 30.000 hectáreas quemadas en el Iñao y el Aguarague.
Pero no se puede pensar solo en la pérdida de las cajas, también fueron destruidas las colmenas nativas, dispersas en todo el territorio del parque.
“El cambio climático hace que esto (incendios) tienda a crecer. Se está calentando el ambiente, llueve menos, se seca más. Entonces un fueguito que aparece se extiende rápidamente”, explica Antonio Aramayo, director ejecutivo de la Fundación Pasos.
Desde esta institución, comenta Antonio, además de ofrecer formación para las meliponicultoras, crearán equipos de voluntarios que estén capacitados para responder a los incendios. Esta es una debilidad identificada durante los intentos por sofocar el fuego en años pasados.
Este trabajo se realizará junto a la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca.
Las abejitas nativas sin aguijón y con mucha historia
Las abejas nativas son conocidas como meliponas. Esta especie pertenece a la tribu “Meliponini”.
Estos insectos no tienen aguijón. El tamaño de la mayor parte de las meliponas es tan pequeño que, para ojos inexpertos, pueden pasar como pequeños mosquitos. Salvo por el aurinegro característico de las abejas.
Su aprovechamiento en Bolivia está registrado desde tiempos previos a la colonización, según explica el historiador Mario Eduardo Castro. Además de que han sido fuente primordial de miel y cera, indispensables como edulcorante y materia prima para la creación de velas.
Castro lidera una investigación multidisciplinaria sobre las abejas nativas en el Iñao. Un proyecto en sociedad con la universidad San Carlos de Guatemala, donde también es tradicional la crianza de las meliponas.
“Han sido la segunda riqueza después de la plata”, afirma Castro al señalar que existen archivos que dan cuenta de que la miel de estas zonas fue enviada a Lima y Potosí en grandes cantidades.
“La miel era muy consumida, otro producto que también tiene que entrar en nuestro mapa es la cera. (Este producto) servía fundamentalmente para hacer velas, eso equivale a lo que es la electricidad en nuestra época. ¿Cómo se iluminaban las casas en las ciudades y el campo? ¿De dónde salía esa cera? Pues de las abejas nativas”, enfatiza.
Según la investigación histórica que realiza Castro, cada año se enviaban hasta Lima unas 18 mil botijas de miel, cada una con media arroba.
«Es una cantidad enorme. Consideramos que a Potosí se ha debido mandar una cantidad más o menos similar”, detalla Castro y añade que entonces esa ciudad era una de las más grandes del mundo. Allí vivían más de 150 mil personas.
Colonización apícola
Así como se colonizaron las lenguas, la religión y los cultivos, también hubo una intrusión europea entre las abejas, a través de la especie Apis Mellifera.
Se estima que hasta 1898, aproximadamente, en Bolivia solo existían abejas nativas. Sin embargo, actualmente son las Apis Mellifera las que tienen mayor presencia en el país.
Estas abejas tienen aguijón, son más grandes y producen mucha más miel. Esas características hicieron que ganen aceptación rápidamente.
Debido a su mayor producción, la apicultura trajo más réditos económicos que la meliponicultura (la crianza de abejas meliponas). Si bien las meliponas son más dóciles en su crianza, también son más susceptibles a agresiones externas.
Las abejas meliponas no solo tienen menor resistencia frente a depredadores o plagas, sino también frente a los agrotóxicos.
Pese a los constantes peligros que enfrentan, estas abejas contribuyen a la preservación de su ecosistema, además de apoyar al sostenimiento económico de sus habitantes
Además, a diferencia de las meliponas nativas, las apis mellifera son parte del imaginario boliviano. A tal punto de que para muchas personas es impensable que existan abejas con otras características y formas.
La apicultura es primordial para el #DesarrolloSostenible.
Al proteger a las abejas 🐝 también ayudamos a las comunidades con pocos recursos a ganar ingresos adicionales. ¡Es un círculo virtuoso!https://t.co/cAtE9xlyip #SalvemosAlasAbejas #PorLaNaturaleza pic.twitter.com/myNcpW79lz
— UNESCO en español 🏛️#Educación #Ciencia #Cultura (@UNESCO_es) May 23, 2022
¿Y los hidrocarburos?
Aunque su pasado es cautivador, es el futuro de las abejas lo que preocupa, más aún cuando el territorio que habitan está en la mira de la explotación de hidrocarburos.
Durante el gobierno de Evo Morales se aprobaron decretos que comprometen el 90% del Iñao como área petrolera. Esto incluye tanto el territorio catalogado como área natural de manejo integrado, como el que lleva el título de parque natural.
En 2013 se firmó el contrato para comenzar los trabajos de exploración en el área Azero. Allí hay varias comunidades que se dedican a la apicultura.
En Chuquisaca, la francesa Total y la rusa Gazprom se han adjudicado el bloque. En esta zona ya se realizaron estudios de relevamiento geográfico y sociales, pero no se avanzó más “desde la caída de los precios del petróleo”, dice el director del parque.
Además del Iñao, al menos ocho áreas protegidas se encuentran comprometidas en más del 50% de su territorio para actividades petroleras en busca de gas.
El riesgo de una intervención al parque parece estar en pausa, pero los proyectos ya fueron autorizados por el Gobierno.
Asociaciones de mieleras y nuevas oportunidades
Según datos del área protegida, alrededor de 400 familias se dedican a la cría de abejas en todo el Iñao. Más de la mitad de ellas ya generan excedentes para su comercialización.
En el Iñao hay seis asociaciones de apicultores: tres en Villa Vaca Guzmán, una en Monteagudo, una en Padilla y otra en Villa Serrano.
El fortalecimiento de esta actividad se da a través de distintas organizaciones y fundaciones que dotan cajas y equipos para la crianza de las abejas a las comunidades. Además, estas instituciones ofrecen capacitación técnica.
Entre las fundaciones con presencia en el Iñao están Fundación Pasos y Fundación Aclo, con recursos para promover la apicultura y la meliponicultura, además del fortalecimiento de liderazgos y capacitación, según dirigentas del gremio.
Una «actividad noble» generando nuevas oportunidades
“Poco a poco nos damos cuenta de que es una actividad noble y queremos que sea una actividad principal (…) Los apicultores deberíamos ser reforestadores naturales, porque ese árbol vivo nos es mucho más valioso que convertirlo en madera. Porque la madera no tiene el precio como la miel”, comenta Cristina Padilla, de la Asociación de Apicultores Ecológicos de la Serranía del Iñao Monteagudo.
Cristina remarca la importancia de la apicultura en el lugar, en especial para las mujeres que criaban abejas en sus hogares de forma tradicional para el autoconsumo. Ahora ellas se animan a producir miel para comercializarla.
En su asociación están afiliados unos 40 apicultores de distintas comunidades del Iñao.
Si bien este año han perdido hasta el 50% de su producción a causa de las sequías, sus cosechas han permitido que generen ingresos económicos sin ampliar la frontera agrícola.
Su principal mercado es el Centro de Innovación Productiva Apícola Monteagudo de la Empresa Boliviana de Alimentos (EBA). Allí se acopia la miel del Chaco para la producción de insumos del subsidio de maternidad.
Según datos de la EBA, en Chuquisaca hay 2.151 apicultores, de los que más de mil están en el Chaco chuquisaqueño.
Si bien esta región acoge a un poco más de la mitad de la cantidad de apicultores del departamento, produce el 85% de las 583 toneladas anuales de miel chuquisaqueña.
Miel de calidad
Según Ever Medrano, también técnico de la EBA, Chuquisaca pelea con Tarija los sitios más importantes de producción de miel en el país. Por una parte, por la cantidad de producción que tienen. Pero también debido a la calidad de la miel del Chaco.
La variedad de la flora de la región permite a las abejas de la zona producir miel de mayor calidad.
Esa cualidad parece refrendarse en las comunidades que están en el seno del Iñao. Más aún si se habla de miel de las abejas nativas, a las que les atribuyen mejores propiedades curativas e, incluso, fertilizantes.
El principal mercado de la miel de abejas nativas son iniciativas en Santa Cruz que las venden a precios mucho más altos que los de la miel de abejas apis mellifera.
En promedio, una colmena de abejas meliponas señoritas produce 0,8 litros de miel al año. Esta cantidad tiene un precio de 160 bolivianos.
En el caso de las abejas apis melíferas, producen 21 kilos al año (por colmena y según el número de cosechas que se puedan hacer). El precio de esta miel es de 32 bolivianos por kilo.
La pureza de la miel de las abejas nativas, en especial de aquellas que llevan el nombre de “señoritas” es muy bien valorado.
La “señorita” es una especie de abeja melipona muy ordenada en la organización de sus colmenas. Además, es mucho más delicada que otras especies. Estas características, asociadas a estereotipos de género, le dieron el nombre con el que comúnmente se la conoce.
Bolivia importa más miel de la que exporta
Actualmente, según la Federación Departamental de Apicultores de Chuquisaca, Bolivia produce alrededor de 1,2 millones de kilos de miel. Una cifra ínfima considerando que Argentina produce 90 millones y Uruguay (con una extensión más limitada) 12 millones.
El presidente de la Federación, Alaín Paniagua, afirma que Chuquisaca está entre los principales productores de miel junto con Santa Cruz. Además, remarca que hacen falta inversión e investigaciones.
“Bolivia tiene el potencial de producir 30 millones de kilos de miel. Esto generaría un movimiento de 30 mil millones de bolivianos y entre 30 a 40 mil empleos, solo para la miel. Sin contar el polen, la jalea, la cera, el veneno de abejas”, estima Alaín.
Toda esa producción permitiría no solo abastecer el mercado interno, sino también exportar, algo que actualmente ocurre en cantidades mínimas.
Entre 2017 y marzo de 2022, Bolivia exportó 10,353 kilos, que equivalen a 215,512 dólares. Sin embargo, en ese mismo periodo, el país importó 40 veces más de lo que llevó a mercado externos.
Según datos del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), Bolivia importó 432.388 kilos de miel, a un valor de 1,053,621 de dólares en el lapso señalado.
Esto muestra que el mercado de la miel y sus productos aún no están desarrollados en Bolivia, pese a que podría ofrecer productos de calidad y a que esta actividad ayuda en la conservación de las especies naturales y el sostenimiento de familias que viven dentro de las áreas protegidas y parques naturales.
Un sistema de miel ecológica
En busca de mejorar sus alternativas de comercialización, las meliponicultoras han conformado el Sistema Participativo de Miel Ecológica en el Iñao. Para este proyecto recibieron el apoyo de la Fundación Pasos.
Este sistema las capacita en la elaboración de cajas y manejo adecuado de la miel de las “señoritas”. El objetivo general es que su producto sea correctamente certificado como ecológico.
“Estamos con este proyecto de miel ecológica, incentivando siempre a las mujeres de que debemos preservar el medioambiente. Porque si no cuidamos el medioambiente no vamos a tener buena producción. Las ‘señoritas’ están en peligro de extinguirse por la tala de árboles. Y no solo las señoritas, también las otras abejas nativas”, comenta Ana Vivancos, presidenta del Sistema Participativo de Miel Ecológica en el Iñao.
Esta plataforma congrega a 315 mujeres meliponicultoras de Monteagudo y Villa Vaca Guzmán. La mayoría viven en comunidades del Iñao.
Los centros de apicultura y meliponicultura instalados en sus comunidades, les han permitido capacitarse, pero también formar lazos de acompañamiento entre las mujeres del Iñao.
Abejitas transformando la vida de sus criadoras
“Nos ha ayudado mucho, podemos capacitarnos. Principalmente, podemos salir y seguir aprendiendo, estudiando. Antes no nos sentíamos capaces de decir ‘quiero estudiar esto’. Teníamos miedo a decir a nuestros maridos y a su respuesta. Que nos digan ‘no puedes’. Ahora sí, nos sentimos capaces, conversamos con nuestra familia y decimos que queremos estudiar, queremos aprender”, explica Ana.
Ella siente que esta actividad productiva ha transformado la forma de vivir de las mujeres meliponicultoras.
Junto a sus compañeras, Ana se sienta a conversar sobre sus “señoritas” y cómo va invirtiendo en más cajas y creando nuevos modelos junto con su esposo. Estos materiales deben ser completamente naturales.
Muchas se han animado a sumarse al sistema de miel ecológica, pero otras no tienen los terrenos suficientes para instalar sus cajas. Para que sean consideradas ecológicas, estas abejas deben estar ubicadas a unos tres kilómetros de distancia de zonas de agricultura y de otro tipo que podrían afectar la producción.
Las “señoritas” están cambiando, poco a poco, la vida de las meliponicultoras del Iñao. ¿Cuál será su futuro?
Por ahora, su trabajo y el de las mujeres mieleras de la zona coexisten pacíficamente. Productoras, apis mellifera y “señoritas” nativas han formado sin proponérselo una alianza saludable y amigable con el medioambiente.