A modo de curar la resaca literaria y musical que nos dejaron las celebraciones por La Paz, rescatamos una breve aproximación a la mirada de Jaime Saenz sobre la figura del aparapita.
Valeria Canelas
Jaime Saenz es, sin duda, uno de los escritores bolivianos más importante del siglo XX. Sus obras, tanto de narrativa como de poesía, constituyen clásicos de la literatura del país andino. Su relevancia sobrepasa el horizonte nacional y su figura es estudiada tanto en Europa como en Norteamérica. De su obra, la poeta española Olvido García Valdés ha dicho “resulta perturbadora –profundamente política– su capacidad de revulsión y de pensamiento, de extrañamiento lírico”.
Nació en la ciudad de La Paz en 1928, en donde también falleció en 1986. Amante de las montañas y de los callejones paceños, gran parte de su obra está centrada en esta ciudad boliviana. En muchos de sus libros, la ciudad adquiere una relevancia que la convierte prácticamente en una protagonista más de los mismos. Producto de esta fascinación, muchos de sus escritos buscan desentrañar el misterio de La Paz y de sus habitantes.
Para Saenz este misterio viene dado por la doble fisionomía que la configura y que se percibe en la pugna constante entre tradición y modernidad, entre lo indígena y lo mestizo, entre el idioma castellano y el aymara.
Como ha destacado la investigadora Elizabeth Monasterios, “Saenz formula una poética de la ciudad de La Paz a partir del carácter ambivalente que la define desde la colonia: sus zonas bajas, habitadas por mestizos y blancos y eje de la modernidad; y las altas, en su mayoría habitadas por aymaras y descendientes de aymaras que resisten el avance transculturador de esa misma modernidad”.
De esta forma, la ciudad indígena permanece, en muchas ocasiones, indescifrable para aquellos habitantes que desconocen los misterios que la constituyen. Mientras que la ciudad moderna es, frecuentemente, inaccesible para los habitantes indígenas, aymaras en su mayoría. Sin embargo, hay personajes paceños que anulan esta división pues constituyen en sí mismos una paradoja: la de ser la esencia de una ciudad que, en cierta forma, los hace desaparecer. De ahí la mirada hasta cierto punto nostálgica de Saenz.
Este es el caso paradigmático del aparapita, figura arquetípica del universo saenciano. El escritor reflexionó constantemente en toda su obra sobre la ciudad y sus habitantes. En este sentido, Imágenes paceñas, el libro del que ahora extraemos dos apartados*, es el ejemplo más patente de esta fijación. Este está dividido en dos partes: lugares y personas.
En la primera, y más extensa, el escritor elabora descripciones de plazas, calles, avenidas o miradores que considera emblemáticos –siempre en esa delgada línea donde se entremezcla la ciudad real o aparente, como la llama Saenz, con la ciudad mágica que permanece oculta a la visión más racional.
Finalmente, en la segunda parte, se centra en catorce personajes que cobran en el universo saenciano una presencia determinante a la hora de entender la ciudad. Se trata de personas humildes, en su mayoría indígenas, que reflejan a la perfección las contradicciones y paradojas de una ciudad que tiene, como Jaime Saenz afirma, una doble fisionomía.
Para completar el perfil del aparapita como paradigma paceño también incluimos el ensayo “El aparapita de La Paz”*, publicado originalmente en la revista Vertical en julio de 1972.
Las fotografías son de Javier Molina y estaban incluidas en el libro Imágenes paceñas.