En marzo de 2020 murió el joven poeta, ensayista y traductor Camilo Barriga. Un año antes había publicado el libro-objeto Anus solaris o la máquina de sodomizar a todos, del que compartimos una reseña. También puedes encontrar un enlace a la versión digital del poemario.
La alusión incial Anus Solaris ó la Maquina de sodomizar a todos, es, en definitiva, una alusión al vacío, al agujero, un intento de materialización de lo imposible de decir. Si se apela a los simbolismos clásicos, el sol también podría ser la idea del padre, o al menos una versión de éste.
El artefacto-libro atravesado por un agujero que no es una falta, sino que la desaparición misma de esa falta es una forma de representar que todo está colmado, sin la falta imaginaria que es condición sine qua non para la circulación del deseo mismo.
En este caso, el agujero es la materialización de la desaparición de la falta, un intento por negar ese límite estructural que conecta finalmente el significante con el significado (es necesario entender esta relación modificada como la entiende Lacan, a partir del algoritmo Significante/significado, donde la inversión de términos y la sustitución de la relación por una oposición de estructura, dan al Significante, una primacía sobre el significado. El Significante en esencia, no significa nada, por lo tanto, puede significar cualquier cosa).
Es posible interpretar el artilugio planteado por Camilo Barriga —y en tanto interpretable, adquiere un estatuto de metáfora— pero es posible también la lectura opuesta: la de la extinción de la metáfora. Porque, en el agujero entre significante y significado, no hay articulación posible para la construcción de la cadena, sino solo efectos de condensación, derivado en metonimia pura.
Desde la vertiente de la desaparición de la metáfora, y el paso a lo metonímico, la poesía y la escritura resuenan como un intento de poiesis de un borde para que se evoque algo del orden de un límite, o, finalmente, el intento por armar un cuerpo —el cuerpo desde el psicoanálisis, se sostiene en lo simbólico, como una construcción a partir de la incidencia del significante, es el efecto de la operación significante a partir de la relación con el Otro—, porque un cuerpo que no ha sido marcado por el significante es un cuerpo sin límites.
Con el agujero como parte de la escritura misma, lo siniestro se hace presente a partir del juego presencia–ausencia, que evoca una falta de límite y su efecto radicalizado de interpretaciones infinitas.
Cada uno habitará desde su experiencia en la propuesta del vacío-agujero, como una suerte de estratagema que da consistencia a esa dislocación de sentido que es generadora de angustia.
Es necesario discurrir por los poemas, y no detenerse en el intento de evocación de sentido para conectarse con las sensaciones que su lectura despierta, para sentir el efecto de esa fragmentación mencionada.
Anus solaris o la máquina de sodomizar a todos, también es una provocación. Sobre todo por la constante posibilidad de ser absorbido y de deslizarse en su vacío, que se condensa como el eje fundamental de la experiencia sobre el cual las palabras quedan suspendidas y determinadas por fuera del sentido.
Hay una sensación de algo así como un silencio radical. Como ese silencio de un cuerpo sin límites que se desvanece en la extrañeza del intento de habitar o estar habitado por el lenguaje, la experiencia de un cuerpo golpeado por el efecto del significante en estado puro, sin articulación, como un sonido o murmullo.
Esta ruptura de articulación hace que cada significante funcione suelto en el contexto mismo de cada poema, porque es notorio que las conexiones no son naturales. Se puede entender la propuesta de Camilo Barriga como una intención súbita por recomponer algo a partir de elementos inconexos, pero íntimamente ligados para recuperar la sensación y la experiencia de una vivencia inefable en la escritura misma.
Esa fragmentación es también la impresión que el ejercicio de la lectura provoca. Uno se siente confrontado con la necesidad de seguir el ritmo de los poemas o de reconstruirles un ritmo, pero es inevitable no reconocer esa imposibilidad, pues no hay ritmo, solo cortes abruptos provocados intencionalmente en la ruptura que genera el agujero.
En Anus Solaris o la máquina de sodomizar a todos prima un deslizamiento de sentido que se organiza a sí mismo en una lógica posiblemente incomprensible para el lector. Uno lee lo que puede y se podría decir también que entiende lo que alcanza a entender, pero no es así, y no lo es justamente porque no hay nada que entender —en el sentido literario— lo que al final de cuentas decanta como el estilo mismo del texto.
Si se asume que el efecto de sentido es relativo, se abre la posibilidad del encuentro con otro sentido, un sentido de verdad, la verdad del sujeto o la verdad del inconsciente, presente pero desconocida para uno mismo, en este caso, reconocida por fuera de la articulación significante, que emerge como sensaciones inquietantes y extrañas.
A partir de cierto punto, en el que uno puede decidir simplemente dejarse llevar, se reconoce de inmediato que esa elucubración en el lenguaje se transforma en una intención por transmitir algo de lo inefable de la vivencia en la escritura.
Es a partir del reconocimiento constante de signos que materializan la angustia, y la descomposición corporal, que se comprende la propuesta, como si se tratara de un ejercicio de rechazo a un algo que podría permitir ordenar y organizar el discurso, el rechazo a la relación con el Otro del lenguaje, a la idea de una ley paterna que organiza las relaciones del sujeto con su propio goce (exceso).
Podría también pensarse a Anus solaris o la máquina de sodomizar a todos como un escenario onírico, hasta confuso, en el que prima un tono delirante, que parece tener a lo real del cuerpo mismo como superficie de escritura y que, al mismo tiempo, se transmite como des-organizado, suelto: por un lado la idea de un cuerpo que no existe y por otro sus órganos, carne, neuronas y también sus fluidos, todo alrededor de un orificio.
Lo que está en el trasfondo es la verdad misma expresada como incomprensible, una verdad sobre la angustia que es accesible solamente a condición de no poder articularse en el sentido, la expresión de un diálogo desde la experiencia subjetiva de fragmentación que intenta encontrar un sucedáneo para su manifestación.
Hay también una suerte de presencias ajenas que se mimetizan como voces, otras voces, que, en tono categórico, cuestionan o interpelan tal vez al autor, o tal vez al lector, casi en tono burlesco, ironizando lo que podría rescatarse, destrozando de esa manera todo intento de organización.
Surgen necesariamente las preguntas: ¿Quién habla? ¿A quién hablan?
Ni qué decir de ciertos simbolismos que refuerzan la necesidad de inventar un borde que delimite esa vivencia inefable, como una suerte de raíz imaginaria que pueda mantener las cosas en su lugar.