Marica y Marginal
El ícono gay Ricky Martín y su marido Jwan Yosef dicen estar embarazados. Llevan su «embarazo» a través de un vientre de alquiler. No entiendo la obsesión de las maricas por acceder a las formas de producción y reproducción de la vida que ofrece el sistema médico capitalista, neoliberal y mercantilizador del cuerpo. No es que me oponga del todo, pero no puedo dejar de mirar de manera crítica estos mecanismos de sometimiento corporal, que recaen nuevamente en las anatomías que portan un útero.
Las mujeres se ven convertidas en la materia prima de una fábrica de niños siempre blancos, siempre rubios, siempre de ojos claros. Al mismo tiempo, esos niños se convierten en el futuro de una nueva etapa humana clasificada por métodos médicos, fármaco pornográficos y biogenéticos programados en el laboratorio. En ese sentido, el vientre de alquiler no es más que la reafirmación de las taxonomías raciales, sexuales y económicas -sostenidas por el capitalismo blanco, masculino, saludable y heterosexual- probando nuevos medios tecnológicos para su perpetuación.
Es grotesca la cantidad de gays privilegiados que, en virtud de vivir la fantasía ridícula de aquello que llaman «familia homoparental» (término que beneficia a la sociedad heterosexual, que define la maternidad y la paternidad en función del sexo y la orientación sexual de las personas), acceden a estas formas de reproducción asistida por las dinámicas de violencia y desigualdad patriarcal.
La filósofa feminista Silvia Federici es una de las grandes críticas de estos métodos. Ella considera que «los vientres de alquiler son una abominación. No se vende solamente un útero, se vende también un bebé. No se puede vender a otra persona. La maternidad subrogada es producir una persona solamente para venderla, sin responsabilizarse de ella. En Estados Unidos hay un mercado subterráneo no reglado de familias que tienen bebés subrogados que nacen con malformaciones, el producto no es perfecto, o no es del sexo deseado, y los hacen circular por internet»
Federici también reflexiona sobre qué posición podríamos tener desde el feminismo y las diversidades sexuales:
«Hay mujeres que se dicen feministas que lo apoyan, como la capacidad de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Y hay otras que lo legitiman diciendo que da a las parejas de hombres la posibilidad de ser padres, pero la paternidad no es un derecho a cualquier precio». Para Silvia esto se trata de un nuevo orden de extracción, tráfico y explotación global, puesto que el útero tiene una función central en el proceso de acumulación capitalista: producir la mercancía esencial para este sistema, la fuerza de trabajo.
Por otra parte, hay quienes se oponen a estos procedimientos pero no bajo una lógica político-feminista-antipatriarcal, sino bajo miradas homofóbicas y conservadoras. «No es natural» dicen muchos y muchas. El filósofo trans Paul Preciado se anima a apuntar un poco más allá y callar la boca de quienes consideran que la reproducción asistida, inseminada y de alquiler es un fenómeno antinatural. Preciado desmitifica esa condición, indicando que ningún método de reproducción de vida es “natural”, sino que todas las que existen se llevan bajo agenciamientos sociales y políticos colectivos, es decir, ningún tipo de reproducción es independiente de las dinámicas de opresión vigentes en la sociedad patriarcal.
Paul indica que “El proceso de fertilización no supone la diferencia de sexo o de género de los cuerpos implicados, sino la fusión genética de dos células haploides (esperma y óvulo, cada una posee un único juego de veintitrés cromosomas). No hay nada que haga más apto para la reproducción a un cromosoma de un heterosexual que al de un homosexual, con independencia de que la inseminación se lleve a cabo con un pene o una jeringa, en una vagina o sobre una placa de Petri. La reproducción sexual no necesita de la unión política ni sexual de un hombre y de una mujer, no es hetero ni homo. La reproducción sexual es simple y maravillosamente una recombinación cromosómica”.
Preciado afirma que todas las formas de reproducción se llevan adelante a través de prácticas sociales, sexuales, médicas y culturales que están más o menos reguladas (a través de la orientación sexual, el matrimonio, la monogamia, la situación económica, la violencia sexual), por lo tanto un espermatozoide no se encuentra nunca con un óvulo de forma “natural”. Los úteros no se embarazan de manera espontánea ni los espermas viajan por instinto en busca de óvulos por las calles.
En fin, quizás en lo que todos y todas vamos a estar de acuerdo es en lo siguiente: necesitamos inventar procesos no violentos para producir y reproducir la vida. Hablemos ampliamente de la adopción, tan necesaria en este mundo. Dejar de naturalizar la heterosexualidad como único modelo y tecnología válida para ejercer la maternidad y la paternidad.
La heterosexualidad no es una condición natural y verdadera, es un régimen político normativo. Los cuerpos disidentes a este régimen no somos cuerpos estériles, podemos fecundar y ser fecundados sin la intromisión de la medicina capitalista. Simplemente hace falta perder el miedo a ejercer prácticas sexuales y sociales antipatriarcales. Es decir, llegar a un acuerdo colectivo en el que los cuerpos que producen espermatozoides y los que producen óvulos podamos construir nuestros propios agenciamientos sexuales reproductivos y decidir ser padres o madres circulando e intercambiando nuestros fluidos en beneficio mutuo, sin tener dominio sobre el color de la piel ni los rasgos físicos de un niño o una niña y sin la compra-venta de nuestra soberanía corporal.