Sin salud mental no hay salud. Esa frase es aún más certera luego de lo que nos tocó vivir durante la pandemia. Sin embargo, la atención a este tipo de condiciones y trastornos sigue estigmatizada y ninguneada. Tanto así que en momentos tan críticos como los de 2020 las atenciones cayeron en un 43%.
Hace poco les compartimos unas guías en las que detallábamos cómo cuidar nuestra salud mental y la de quienes queremos. Pero, ¿qué responsabilidades tiene el Estado en la protección de nuestro bienestar físico y emocional? Considerando que el concepto de salud se refiere al completo estado de “bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.
“El duelo, el aislamiento, la pérdida de ingresos y el miedo están generando o agravando trastornos de salud mental. Muchas personas han aumentado su consumo de alcohol o drogas y sufren crecientes problemas de insomnio y ansiedad”.
Durante 2020 —un año en el que investigadorxs y organismos internacionales advirtieron sobre las secuelas de la pandemia en nuestra salud mental—, en Bolivia, los registros de atención a pacientes que viven con condiciones o trastornos en salud mental se redujeron en un 43% (respecto al 2018).
La plataforma del Sistema Nacional de Información en Salud (SNIS), no brinda datos sobre la gestión 2019.
Pero este no es un fenómeno que afectó solamente a Bolivia. Según un reporte de la OMS, la pandemia está provocando un incremento en la demanda de servicios de salud mental.
Esta información coincide con los resultados de la investigación que un equipo canadiense que advirtió que el trastorno por estrés postraumático, la ansiedad y la depresión fueron, respectivamente, cinco, cuatro y tres veces más frecuentes en comparación con lo que habitualmente reporta la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Un estudio, también de la OMS, advierte que el COVID-19 afectó el funcionamiento de los servicios de salud mental esenciales en el 93% de los países del mundo.
El caso boliviano
Este descenso, en el caso de Bolivia, puede deberse a muchos factores, entre ellos el temor de lxs pacientxs a asistir a centros de salud, pero también a la perturbación o la paralización de los servicios de salud mental provocado por la llegada de la pandemia al país.
La disminución afectó principalmente a las mujeres bolivianas. Ellas representan tres de cada cinco personas que requieren atención en salud mental en los distintos niveles del sistema sanitario boliviano (públicos, seguros, privados).
Cabe aclarar que las cifras no representan la prevalencia (o la cantidad de personas con este tipo de afecciones), sino la cantidad de pacientes que se registraron en centros de salud, clínicas u hospitales.
Entre las condiciones y trastornos de salud mental el SNIS incluye a la epilepsia, considerada universalmente una patología neurológica y no una condición de salud mental.
Todos los datos usados para las gráficas de este reportaje fueron tomados del SNIS y pueden descargarse sistematizados AQUÍ.
Santa Cruz, el departamento más golpeado por el nuevo coronavirus, con casi cinco mil fallecimientos a causa del Sars-CoV-2 (05/02/21), es la región que sufrió la caída más drástica en el registro de atenciones en salud mental.
Según los datos recopilados, el principal departamento del oriente boliviano tuvo un desplome del 71% en la prestación de estos servicios.
Los registros por trastornos de ansiedad durante el primer año de la pandemia en Santa Cruz cayeron a 2,716, frente a los 13,006 anotados en 2018. Los registros por episodios depresivos disminuyeron de 3,887 en 2018 a 1,241 en 2020.
En ambos casos, y en ambas gestiones, las mujeres representan más del 60% de las personas que solicitan atención en salud mental.
Género y factores sociales
La mayor prevalencia de las mujeres en episodios de depresión y ansiedad no es un indicador local, sino que refleja una tendencia global, que está atravesada principalmente por imposiciones sociales y culturales que condenan a las mujeres a situaciones de dependencia y vulnerabilidad.
Entre los factores de riesgo de trastornos mentales comunes que afectan de manera desproporcionada a las mujeres se pueden enumerar a la violencia de género, las desventajas socioeconómicas, los bajos ingresos y la desigualdad de ingresos, el estatus y rango social bajo o subordinado y la responsabilidad incesante por el cuidado de los demás.
La OMS señala que es “imposible” examinar el impacto del género en la salud mental sin considerar la discriminación y la violencia de género.
Además, existen ciertos prejuicios que suelen predisponer la respuesta de los agentes de salud mental hacia las pacientes mujeres. Esto podría explicar porqué las mujeres tienen un 48% más de posibilidades de recibir medicación psiquiátrica.
En el otro extremo, la tendencia de los hombres a no pedir ayuda psicológica o no mostrar síntomas de depresión es otro de los motivos por los que hay algunos trastornos mentales que se diagnostican más a un género que a otro.
Los mandatos de masculinidad impiden a los varones cuidar su salud mental y recurrir a ayuda profesional en casos o trastornos que podrían poner en riesgo su imagen.
Las condiciones más perjudicadas
En cuanto a las variable que ofrece el SNIS en salud mental, la disminución más marcada en los registros de atención se encuentra en los “trastornos de comportamiento por consumo de sustancias psicotrópicas” (-61.7%). Le siguen los “episodios psicóticos/esquizofrenia” con el -55.9% y los “episodios depresivos” con el -54.9%.
Presupuestos y políticas públicas
A nivel global, la OMS estima que, antes de la pandemia, los países destinaban menos del 2% de sus presupuestos nacionales de salud a la salud mental.
En el caso boliviano, según estimaciones del mismo organismo para 2008, en términos cuantitativos Bolivia destinó solo el 0,2% de su presupuesto de salud a la salud mental.
Una investigación de 2014 (uno de los pocos trabajos amplios y detallados sobre el estado de la salud mental en Bolivia), informa que nuestro país cuenta con solo 1.06 psiquiatras y 0.46 psicólogos por cada 100,000 habitantes.
Hasta 2020, según las autoridades nacionales, Bolivia contaba con un Plan Nacional de Salud Mental. Sin embargo, la última noticia pública al respecto data de 2016. Actualmente se desconoce si el Gobierno trabaja en la implementación de una política de salud mental para los próximos años o para responder a las necesidades de la pandemia.
Depresión y ansiedad en ascenso
Según unas gráficas disponibles en el portal Our World in Data, el crecimiento en la cantidad de personas afectadas por trastornos de depresión y ansiedad tiene un crecimiento sostenido desde hace por lo menos 20 años.
De 253,961 personas con depresión en 2007, diaz años después Bolivia se anota 314,145. En el caso de la ansiedad, en 2007 se registran 376,630 personas con esta condición. Para 2017 este número sube a 457,431.
Entre abril y diciembre de 2020, la línea gratuita Familia Segura recibió 26,611 llamadas. Según las estadísticas de esta iniciativa, liderada por Unicef Bolivia, la mayoría de los contactos fueron hechos por niñxs y adolescentes.
Todas estas cifras son un signo de alarma sobre una grave epidemia de salud mental a la que deberemos enfrentarnos muy pronto. En medio de shows políticos sobre quién realiza más gestiones o quién firma más contratos, quizás las autoridades deban recordar que sin salud mental no hay salud.