La ciencia y la cultura popular no tendrían que estar enfrentadas. El conocimiento y las grandes ficciones del cine y la literatura deberían entrelzarse siempre. Aquí, a raíz de la penosa historia de un zorro andino, manoseado por la política nacional, proponemos una lectura que parte de esa noción.
Sara Molina
Quienes leyeron o vieron Harry Potter seguro recuerdan la historia de Norberta y Rubeus Hagrid. Sí, era hembra y él no lo sabía en ese entonces. Una de las cosas que más aprecio de haber crecido con tantas historias de libros, películas y series, es que muchas cosas en esos mundos fantásticos son sorprendentemente parecidas a nuestras realidades. Pero eso no es lo que importa.
Hagrid siempre había querido tener un dragón y vaya que lo entiendo perfectamente. No sé explicarlo, pero también tengo la idea de que mientras más peligroso el organismo, más interesante. Entonces le ocurre algo único: un extraño en el bar le da un huevo de Ridgeback noruego. Hagrid se encariña demasiado con él, pero sus amigxs, sensatamente, lo convencen de que no es sano ni para el guardabosques ni para su perro Fang, ni para el mismo dragón. Así, la pequeña Norberta es enviada a Rumania, con otros dragones y personas que los estudian.
De acuerdo, hay varios aspectos que difieren en las historias de Norberta y Antonio. No voy a mencionar todos, pero sí algunos que podrían parecer argumentos aceptables a favor de que el pequeño animal vuelva a su vida en cautiverio con la familia humana que lo rescató. Podrían decir «Antonio es un zorro andino, no un dragón, por favor, no seas ridícula con tus comparaciones infantiles», «es un animalito tierno y no es peligroso, los vídeos que circulan en Internet lo prueban», «ha convivido con perros (y gatos, por lo que dice un integrante de la familia humana que retuvo a Antonio)».
Las personas que conocen Harry Potter incluso podrían decir «bueno, Hagrid sí debía deshacerse de Norberta, ella parecía totalmente indiferente al afecto de su ‘mamá’. Antonio, no: él es puro amor con su (mal llamada) familia, ¿no lo has visto?». Además, Antonio no tiene el potencial de incendiar su casa en cualquier momento.
Ahora hablemos claro. Antonio es un zorro andino (Lycalopex culpaeus), un mamífero cánido, un animalito silvestre. No es un animal doméstico. El pequeño Antonio es un individuo amansado, aunque le digan “domesticado” con tanta facilidad. Es necesario diferenciar los términos. La domesticación es un proceso que dura mucho tiempo, cientos a miles de años (para tener una idea, el perro fue domesticado entre 9 y 34 mil años atrás, el gato hace cerca de 10 mil años). Este proceso consiste, básicamente, en que determinada especie, animal o vegetal, cambia sus características —como la forma, el tamaño, la reproducción, el modo de vida, el comportamiento— como resultado de la selección artificial.
Es decir, un proceso en el que las poblaciones humanas han seleccionado y promovido la existencia de determinadas características en las poblaciones del animal o la planta, y, con el tiempo, la especie ha cambiado en esa dirección, o se diferencia una subespecie a partir de la primera.
Como verán, no se puede cambiar la naturaleza de un zorro en unos meses, ni en toda su vida. Por supuesto, el zorrito protagonista de tan triste y dolorosa historia es probable que sea más sociable, más dócil que sus compañeros en libertad, aunque sigue siendo juvenil. Pero hay características propias de su especie que no cambiarán o no deben cambiar.
Algunos cambios que Antonio ha sufrido en su naturaleza son espantosos. Uno de ellos es que los Lycalopex culpaeus son, principalmente, de hábitos nocturnos. ¿Se imaginan que, de pronto, tengamos que dormir de día y hacer nuestras actividades durante toda la noche? A mí me parece terrorífico, cambiar todo tu ciclo circadiano, es decir la variación fisiológica relacionada a los ciclos de sueño y generalmente determinada por la luz del sol.
Además está la comida. No sé cómo el atoj no tiene desnutrición (quizás sí y no lo sabemos). ¡Le daban de comer pienso para perros! Aunque de vez en cuando le dieran carne, dudo que fuera cruda y principalmente de roedores, que es lo que más comeun zorro andino. ¿Algo más grave aún? El espacio. El zorro vivía, hasta hace algunos amaneceres en una casa que nos sienta bien a nosotros los seres humanos. Pero un zorro andino vive en espacios abiertos, como las pampas, el altiplano, los valles secos y algunos bosques de árboles bajos como los de queñua y los bosques de ceja de monte. Se ha estimado que su área de acción por día es de más de 5 kilómetros cuadrados.
De esa idea salen otras. Muchos dicen que no debe vivir aislado, que siempre estuvo en compañía de otros perros, cuando, en realidad, el zorro andino es un animal solitario y convivir con otros animales le acarrearía problemas a él y sus ocasionales compañerxs. No hablo simplemente de cambios de comportamiento y los riesgos de agresión: los humanos, perros y gatos, es decir organismos con los que no convive habitualmente, pueden transmitirle enfermedades y él también puede transmitir otras.
¿No hemos estado diciendo que el posible surgimiento del coronavirus SARS-CoV-2 (COVID-19) esté relacionado con la convivencia estrecha con animales silvestres, que eso ocasionó un salto entre especies del patógeno pandémico?
Antonio sufrió y sufrirá, esperemos que no por mucho tiempo, a causa de nuestras malas decisiones como seres humanos, antropocéntricos.
Desde mi conocimiento como estudiante de biología, desde mi cariño y respeto por los animales y sus historias evolutivas, mi recomendación hubiera sido que Antonio sea reacostumbrado a su vida en solitario paulatinamente, en el zoológico de Mallasa, que cuenta con gente capacitada y mejora siempre sus condiciones para albergar a los animales.
Pero pensar en lo que «hubiera sido mejor» no sirve de nada, espero que las guardaparques, veterinarixs y biólogxs del zoológico de Oruro consigan que poco a poco el zorrito deje de necesitar de la compañía humana y que su rehabilitación no sea traumática. Un estudio de comportamiento animal hubiera ayudado mucho a determinar la verdadera necesidad, o no, de ese contacto humano.
Sin embargo, creo que el peor error que podríamos cometer es reducir todo esto a la historia de Antonio. ¿Creen que solo fue él? ¿Y el oso de anteojos Ajayu? ¿Y el mono capuchino Amelio? ¿Y las miles de historias que nunca son contadas? No son casos aislados.
¿Cómo es que especies silvestres terminan con nosotrxs? El tráfico ilegal de especies silvestres es un un problema grave en nuestro país y es un factor más de su extinción. Aproximadamente 120 especies son traficadas, según datos de la Dirección General de Biodiversidad y Áreas Protegidas (DGBAP) entre 2011 y 2018.
Además, se estima que por cada animal vendido vivo, entre 8 a 10 murieron en el proceso. Es decir, si la «domesticación» de Antonio hubiese sido resultado del tráfico, entre ocho o 10 zorros más tuvieron que morir y esto aplica para las especies de animales comercializadas vivas. No olvidemos además que estos solo son los datos registrados.
Con todo esto, ¿no se les encoge el corazón? Se les encogió con la historia de este zorrito, pensaron que era más terrible para él alejarse de sus humanos que vivir como debería vivir. Lo entiendo. Posiblemente hubiera pensado así, hace cinco años atrás. Pero comprendí que todo es mucho más complejo. Aprendí cosas nuevas y transmitir esos conocimientos es algo que nos recuerda que no hacemos lo suficiente y espero que nosotrxs, biólogxs y futurxs biólogxs, trabajemos en ello: visibilizarnos más ante las sociedad, visibilizar y difundir lo que hacemos, lo que sabemos y participar activamente en las decisiones políticas.
No es que no lo hayamos hecho, en absoluto. Conozco personas que hacen mucho por difundir su trabajo, pero hace falta más. La democratización de la información y el conocimiento científico es también parte del trabajo de un científico. Eso es lo que podemos y debemos hacer.
Muchxs compañerxs biólogxs se sintieron frustradxs porque, en este caso, el de Antonio, sí difundieron información, realizaron talleres, imágenes, reuniones virtuales… ¿Y qué pasó? Lxs calificaron de indolentes, «sin corazón» y les manifestaron que ellxs estaban equivocadxs, que no hacían nada por los “animalitos” y que lo que necesitaba el zorrito era a «su familia y nada más». Es decir, juicios basados en sentimientos humanos, desconocimiento científico y desinformación.
En temas como este, y muchos otros, necesitamos que los científicos hagan, constantemente, esfuerzos por transmitir sus conocimientos, pero también necesitamos una sociedad dispuesta a aprender, a escuchar y a analizar la información y el conocimiento sustentado que se comparte, aunque no sea el que nos gustaría escuchar. Solo así, desde ese debate y aprendizaje conjunto, vamos a lograr construir una sociedad más informada y con una mejor capacidad para tomar decisiones. Decisiones que, además, no sean utilizadas por políticos, como el ministro Arturo Murillo, o la presidenta transitoria Jeanine Áñez, para sus campañas electorales. Ellos ponen en peligro la biodiversidad, la salud humana y cientos de cosas que se han construido en el país, para su beneficio propio.