La más reciente película del maestro chileno Ignacio Agüero se proyectará en el ciclo #NoNosPerdamos que el Cineclubcito Boliviano se inventó para esta cuarentena. Como aperitivo, a pocas horas de la función, compartimos este acercamiento a ‘Nunca subí el Provincia’.
Mariana Rios
Un estado de elucubración es lo que busca, en la experiencia del cine, el reconocido director chileno Ignacio Agüero. Su más reciente película, Nunca subí el Provincia (2019), es un trabajo acerca de la transformación que vive su barrio después de la construcción de un nuevo edificio que bloquea la vista, desde su casa, del cerro Provincia y de la Cordillera de los Andes.
Una vieja panadería, ahora vacía, es el lugar donde Agüero sitúa su mirada para narrar los cambios que se originan a partir de la construcción del edificio en ese mismo lugar. Los nuevos habitantes, los de siempre y aquellos que ya no están.
Las imágenes del antiguo panadero saludando a la cámara ubican a la memoria en una posición primordial ante lo observado. Accedemos a la memoria del barrio a partir de las entrevistas que Agüero realiza a los antiguos habitantes, conversaciones relajadas, en las que conocemos pequeños detalles del lugar y de la gente. Es difícil entrar a los departamentos, hay una gran desconfianza, escribe el director y comenta que hace un año que espera la aprobación para filmar en el departamento de uno de los nuevos vecinos, una pareja china.
La película divaga en un recorrido circular entre la casa de Agüero y la esquina, las imágenes se repiten lentamente, se detienen y se narran a partir de una serie de cartas que el director le escribe a una realizadora, pero que nunca son enviadas. Según el propio Agüero, la película puede ser entendida como una carta. Para él, la conversación epistolar tiene potencial cinematográfico en tanto se realiza de manera solitaria e íntima a partir de la evocación de imágenes.
Nunca subí el Provincia no trata de contar una historia, su interés está en detenerse a mostrar cómo suceden las cosas. La cámara registra los detalles del barrio vistos desde la ventana del director y en el espacio de una cuadra: niñas jugando en el jardín, los transeúntes en su movimiento diario, los vecinos, el Provincia, la memoria. La mirada de Agüero siempre es parte de todo, su curiosidad, su acercamiento a las personas entrevistadas: su propuesta es mostrar las cosas desde adentro.
El cambio inevitable del lugar, una constante de las ciudades.
Como explica Agüero, su interés es hacer un cine que divaga y en esa divagación invita al espectador a divagar con él, a pensar en lo que se mira y en muchas otras cosas a partir de ello, a evocar sus propias imágenes también. El cine se convierte entonces en una conversación íntima entre la obra y el espectador que la experimenta.