En los próximos años la desinformación será una de las amenazas más graves que deberá enfrentar la humanidad. Los contenidos con desinformación y discursos de odio se propagan sin freno y son un desafío aún esquivo para las democracias alrededor del mundo.
En este contexto, en el reciente Foro de París por la Paz, la GIZ y la DW Akademie organizaron la sesión “From Paris with Facts: How to futureproof information integrity?”.
El panel estuvo integrado por Guilherme Canela de Souza Godoi (UNESCO), Aisha Dabo (AfricTivistes), Ana Revenco (Moldavia), Jan Lublinski (DW Akademie), Annette Mummert (GIZ) y la periodista boliviana Michelle Nogales, directora ejecutiva de Muy Waso.
En Bolivia, como en muchos países del Sur Global, los esfuerzos para combatir la desinformación incluyen, principalmente, agencias de verificación y campañas contra contenidos sospechosos.
Nogales no desestima estos esfuerzos, pero muestra su preocupación por la dinámica “reactiva” de esta estrategia.
Señala lo que parece un problema todavía más complejo: estas soluciones convencionales dejan fuera a las comunidades, las audiencias, relegándolas a un rol pasivo. Este enfoque podría ser una de las limitantes a las que se enfrentan estas iniciativas.
Durante su participación en el Foro de París por la Paz 2024, Nogales compartió una visión que resalta la necesidad de involucrar directamente a las personas como protagonistas activas en la lucha contra la desinformación, en su propia cotidianidad y no solo como receptoras de información verificada.
La clave, dice, está en desarrollar habilidades mediáticas y digitales desde espacios no formales, no excluyentes, creativos, intuitivos y lúdicos.
¿Qué desafío específico considera más urgente en este momento en cuanto a la propagación de la desinformación? ¿Y cuál es su enfoque para fomentar la integridad de la información y contrarrestar la desinformación?
Es una pregunta compleja, pero trataré de responder de manera concreta y pragmática, evitando ser reduccionista. En Bolivia, como en muchos otros países de América Latina, en la última década los esfuerzos se han centrado en crear agencias de verificación en cada país.
En América Latina se han creado decenas de unidades de verificación de hechos, con inversión significativa de tiempo, recursos y esfuerzo. Su aporte para mitigar la desinformación es importante, eso es innegable.
Creo que debemos replantear los enfoques para abordar este problema, mostrando cómo afecta nuestra vida cotidiana, nuestra capacidad de tomar decisiones informadas. ¡Nos están arrebatando el derecho a la información!
Sin embargo, en muchos casos, este enfoque prioriza unilateralmente el periodismo y el desarrollo de herramientas o habilidades técnicas para ese rubro.
Pero el problema principal de este enfoque reactivo no radica ahí. La verdadera dificultad es que excluye a las audiencias, o como preferimos llamarlas en Muy Waso, a nuestras comunidades.
En el mejor de los casos, se les asigna un rol completamente pasivo: ellas reciben la información que nosotras, como periodistas, verificamos. Desde Muy Waso no creemos que esta forma de plantear el diálogo sea el mejor camino.
Nuestro enfoque comienza por cuestionar el papel de los medios de comunicación y nuestro rol como periodistas. ¿Qué estamos haciendo para dialogar de manera más horizontal con nuestras audiencias? ¿Cuánto tiempo dedicamos a formarlas y brindarles habilidades de Alfabetización Mediática, Informacional y Digital (AMID)? ¿Qué actitudes AMID tenemos y cómo las promovemos en nuestras audiencias?
No importa cuántas regulaciones tengamos o cuánto nos esforcemos en desmentir la desinformación diaria. Debemos asumir la responsabilidad de contribuir al desarrollo de habilidades mediáticas, informacionales y digitales en nuestras audiencias. Necesitamos romper moldes. Prevenir antes que reaccionar. Creemos firmemente que estas medidas preventivas pueden ser mucho más efectivas a mediano y largo plazo.
Desde Muy Waso estamos intentando cambiar el enfoque en Bolivia, concentrándonos en el desarrollo de habilidades concretas e inmediatas, que luego se interconectan de forma intuitiva. Los espacios no formales de educación son vitales para complementar o impulsar otro tipo de iniciativas.
¿Cómo pueden las políticas de regulación contribuir a la calidad de la información sin poner en peligro la libertad de expresión?
Mantenemos una postura crítica y desconfiada frente a cualquier marco regulatorio, principalmente por el contexto social y político de nuestros países (en el Sur Global).
Una de las grandes dificultades de marcos regulatorios efectivos es que nuestros países no cuentan con la capacidad de negociación de bloques como la Unión Europea.
Sin embargo, los esfuerzos multilaterales y transnacionales pueden resultar muy útiles, quizás permitiendo que países como Bolivia tengan la chance de conformar alianzas para negociaciones más justas entre los Estados, la sociedad civil y los capitales de plataformas digitales.
Es necesario aclarar que las grandes tecnológicas no se sentarán en una mesa con países como Bolivia. Es más, ni siquiera cuentan con representantes oficiales en nuestro país.
Además, lastimosamente la institucionalidad política y democrática del país no está en su mejor momento. Ahora mismo parece estar al borde del colapso, en un ambiente con altos niveles de polarización.
Este contexto hace que la discusión sobre regulaciones derive en persecuciones políticas y atentatorias contra la liberta de expresión.
En Bolivia ya hubo varios intentos de regulación (de las redes sociales), todos motivados por pugnas políticas y con un enfoque punitivo, orientado a sancionar a quienes «difundan desinformación» en redes sociales. Un conocido eufemismo para perseguir a adversarios políticos. Afortunadamente, ninguna de estas propuestas tuvo éxito, pero el riesgo está ahí
¿Cuáles son los desafíos específicos frente a la desinformación en regiones como América Latina?
Según el Digital News Report del Instituto Reuters, los países del Sur Global son los mayores consumidores de noticias a través de redes sociales.
En Perú, vecino de Bolivia, TikTok es la principal plataforma de acceso a la información. Esto conlleva un gran peligro.
En África ya se han visto grandes y graves campañas de desinformación en TikTok y otras redes sociales.
Y lo que pasa es que, en países pequeños y sin peso en el mercado ni en la geopolítica, no existe la posibilidad de negociar regulaciones con las corporaciones de redes y datos sociales. Esto las convierte en plataformas sin una responsabilidad jurídica efectiva. Son un territorio digital sin ley.
Al otro extremo, específicamente en Bolivia, encontramos los grandes medios corporativos, que reciben financiamiento del Estado o de algunos poderes fácticos, perdiendo toda perspectiva de confiabilidad.
En Bolivia, es un secreto a voces que, desde todos los niveles de gobierno, utilizan dinero público para financiar medios, periodistas e incluso creadores de contenido que generan corrientes de opinión.
En Argentina, con un gobierno ideológicamente opuesto al de Bolivia, está ocurriendo lo mismo. Se están financiando redes de desinformación con fondos públicos, lo cual es muy grave.
¿Cómo nos enfrentamos a esta arremetida? Porque no se trata solo de una confrontación de ideas o de mejorar la calidad informativa. También hablamos de grandes capitales económicos alimentando la industria de la desinformación.
En contraste, hay iniciativas para enfrentar esa desinformación, o enfocadas en AMID, haciendo grandes esfuerzos financieros para generar proyectos con impactos interesantes. Son estos esfuerzos los que contribuyen a resguardar un frágil pacto de convivencia social.
¿Cree que existe el peligro de que la desinformación sea exagerada o utilizada para reprimir la libertad de expresión?
Definitivamente. No solo para atentar en contra de la libertad de expresión, sino para obtener réditos electorales, comerciales y políticos.
Convertir la desinformación en una suerte de trending topic sirvió para que políticos y gobernantes encuentren una nueva arma retórica para censurar o deslegitimar a sus opositores.
La popularización del término fake news, de alguna manera, ha banalizado la problemática de la desinformación. Para los discursos políticos dominantes, y sus principales exponentes, todo lo que esté en su contra es una “fake new”.
Esto provoca que la población no sea consciente de que la desinformación es una amenaza que va más allá del campo de la política tradicional.
Creo que debemos replantear los enfoques para abordar este problema, mostrando cómo afecta nuestra vida cotidiana, nuestra capacidad de tomar decisiones informadas. ¡Nos están arrebatando el derecho a la información!
La desinformación amenaza nuestros derechos fundamentales.
Es importante devolver esa reivindicación a la ciudadanía, para que puedan unirse a los esfuerzos contra la desinformación sin manipulaciones discursivas.
La desinformación, hay que dejarlo claro, no solo es un problema de la política o del periodismo, es una amenaza que nos pone en riesgo a todos, a nivel personal, familiar y social, en distintos ámbitos de la vida diaria e inmediata.