¿Cómo traspasan los idiomas, los afectos, las familias los márgenes que se les imponen? El cine de la brasileña Maya Da-Rin, su interés por entender y narrar encuentros e intercambios, es una buena manera de acortar distancias y aprender a mirarnos desde nuestras diferencias.
Isabel Collazos Gottret
Con Terras (2009), Maya Da-Rin nos invita a encontrarnos y narrarnos desde las fronteras: físicas, geográficas, lingüísticas, políticas e incluso espirituales. En esta intersección, donde transitan habitantes de tres países, Colombia, Brasil y Perú, el movimiento se fija en el encuentro, el dialogo y las cosmovisiones.
Una película que nace de la voluntad de conocer otra realidad y que se desarrolla gracias al encuentro, del intercambio a la representación.
-¿Cómo fue la elección de la trifrontera?, ¿tenías otras opciones o algún conocimiento particular de esta frontera o había una característica que definiera lo que querías retratar?
-Comencé esta búsqueda porque me interesaba la problemática de la frontera en América Latina. Brasil tuvo una ocupación colonial en las costas, mucho más que el interior. Las fronteras han sido muy poco pobladas y terminan siendo muy poco presentes en nuestro imaginario.
Por otra parte, Brasil tiene una relación menor con otros países de Latinoamérica. Siento que esta volteado a otros continentes, a Europa o América del Norte, en detrimento a los países vecinos. Los intercambios culturales, económicos, los diálogos eran muy tímidos y me parece que en esa época más que ahora. Quería entender estas zonas de fronteras, cómo sus habitantes las perciben y de qué manera se crean las relaciones.
Estaba viendo diferentes fronteras de Brasil, cuando me contactó un amigo antropólogo que hacía una investigación de campo con indígenas marubu en el valle de Javari. Para llegar a la reserva indígena, pasó por la ciudad de Leticia (Colombia), atravesando la frontera tripartita de Brasil, Colombia y Perú. Pasé dos meses ahí, alquilé un cuarto y una bici para descubrir qué filme podría hacer. Lo que más me interesó fue entender cómo se dan los encuentros entre las personas, el paisaje, la construcción del film en el espacio.
Fui percibiendo diversos conceptos superpuestos del concepto de frontera en la región. Estaba la frontera territorial de los «estados naciones», así como la frontera con la Amazonía y las demarcaciones que atraviesan el bosque dividiéndolo y ocupándolo. Originalmente, fueron los militares los que llegaron y construyeron bases militares para proteger las fronteras. Incluso en los archivos de imágenes perdura el registro de esa presencia militar.
Es así como algunos pueblos indígenas son divididos por las fronteras y hoy en día un mismo grupo cultural vive con una parte en cada país. Hablan la misma lengua materna pero su segunda lengua es distinta. La legislación es también distinta, según el país y los derechos de los pueblos indígenas varían.
Me interesaba saber cómo eso afecta a las personas y cómo los pueblos entienden la idea de frontera, qué sentido tiene para ellos y cómo sus prácticas se transforman por las limitaciones que la frontera les impone.
-Entre 2007 y 2009 realizaste dos documentales, ‘Margem’ y ‘Terras’. Diez años después, se estrena tu primer largometraje de ficción, ‘A Febre’. Las tres películas tienen lugar en la Amazonía. ¿Cómo defines tu interés por esta región que tiene un imaginario tan rico y diverso?
-El argumento inicial de A Febre surgió mientras realizaba los documentales. Yo me acerqué mucho a algunas familias indígenas que tienen un territorio tradicional, pero viven en la ciudad. Acabé creando una relación muy especial con una de esas familias, la de Basilia (personaje de Terras), y mantuve el contacto con sus hijas a través de Facebook. Las dos hijas viven entre Leticia y Bogotá, una era policía y la otra técnica de enfermería. A partir de nuestros intercambios y conversaciones, surgió el deseo de hacer un filme de ficción que acompañe a una familia que deja su territorio tradicional hace muchos tiempo y vive en la ciudad.
Por otra parte, para llegar a Leticia, para filmar los documentales, hacía escalas en Manaos. Pasé con alguna frecuencia por ahí. Me intrigó mucho al tratarse de un polo industrial que se encuentra cercado por el bosque amazónico. Está esa relación de la naturaleza con la industria y ese proyecto fordista que fundó nuestra sociedad en el siglo XX de industrialización, producción y empleo. En fin, la sociedad capitalista y postcapitalista y cómo organiza nuestra vida en colectividad.
Manaos me intrigó por cómo todas esas problemáticas están presentes en el paisaje de la ciudad. Me preguntaba sobre la vida de las personas, los animales, cómo se daban esas relaciones. Después de una pausa, recibí una beca para desarrollar el guion de ficción, un proceso largo de investigación que llevó hasta su rodaje que tuvo lugar en el 2018 y ahora su estreno.
-Después de realizar ‘Terra’, cursaste dos maestrías en cine. ¿Cómo ha cambiado tu mirada del documental después de estudiar los conceptos formales de cine?
-Bien, la primera maestría que cursé, en la Escuela de Le Fresnoy, al norte de Francia, consistía en una maestría-residencia artística, en la que produje dos cortometrajes, uno de ellos con imágenes acompañadas con diálogos de filmes en francés. La segunda maestría que hice fue más teórica, en la Sorbona, y me especialicé en la representación de animales en el cine contemporáneo.
En esa etapa, tanto con los proyectos audiovisuales y la investigación que llevé a cabo para esas maestrías me di cuenta que surgían cuestionamientos que había explorado con los documentales, inquietudes que ya tenía. Creo que lo que me marcó no fueron tanto los conceptos formales, de los que ya tenía conocimiento, sino que me orientaron hacia referencias y referentes teóricos, como ser la académica Nicole Brenez, que realiza una investigación muy profunda y política y son ese tipo de referencias sobre el cine comprometido que me ayudaron mucho durante ese periodo de estudio.
-En el documental, los personajes exploran la alteridad, la dominación del blanco y sus estrategias de resistencia a la globalización. Viniendo del «centro» (Rio de Janeiro), ¿cómo te representabas la «periferia» (frontera), antes y después de realizar el documental?
-Viéndolo de afuera, pienso que lo que más me interesaba era aproximarme a un lugar donde nunca estuve antes. Entrar en contacto con otra complejidad del mundo, y transformarme con ella, es lo que más me interesó. Esos movimientos de encuentro. Es a través de esa vivencia que surgen nuevos proyectos. Siempre que voy a un lugar nuevo, nacen proyectos nuevos: A Febre en Manaos, los documentales en la frontera.
Yo pasé un tiempo largo en el lugar, voy sin saber que filme va a ser, me gusta caminar, pasear por la ciudad, encontrar a la gente, conversar, y, mientras tanto, el proyecto toma forma a través de esos encuentros e intercambios. En esos paisajes y ambientes.
Otra cuestión importantísima es lo que mi presencia significa ahí, en el sentido político e histórico. Cómo la historia del lugar donde estoy esta relacionada con mi propia historia y de qué forma mi presencia mueve el lugar. También hay que tener presente que cuando aparece la cámara, se erige una relación de poder, entonces el momento en que se filma es muy delicado, se demora mucho para llegar a ese momento.
Hay que estar atenta a cómo se lleva a cabo, como se establece la relación, y como se coloca al otro, a quien va a ser filmado en el espacio, para así reequilibrar esa relación de poder. Es un elemento importante para los documentales pero también en la ficción, especialmente cuando se trabaja con no-actores o al representarse las vidas de las personas. Esas cuestiones siempre me rondan porque declinan directamente de la ética que debe estar presente al momento de proponerse hacer una película.
-En este territorio se encuentra también una frontera lingüística, que no responde solamente a las fronteras políticas entre la Latinoamérica lusófona de la hispanohablante, sino también entre las lenguas indígenas amazónicas y la lengua oficial. ¿Cuál es el grado de permeabilidad lingüístico en esta región y como afectó en tu relación con los personajes entrevistados?
-El tema de la lengua me interesó mucho. En todos mis proyectos las lenguas habladas son extranjeras o hay más de una lengua, también los relatos orales, siempre fueron cosas que me interesaron mucho. Desde mi primer documental en 2002, que trata de un tío y un sobrino, dos personas diferentes de la misma familia en una zona de plantaciones y cultivos donde la oralidad esta muy presente. El film se centra en la forma cómo se transmiten las historias de generación en generación.
En A Febre se habla tukano y portugués. Es un filme constituido por muchos relatos orales e historias, la forma como esas historias están contadas y a quién están dirigidas.
En Terras me interesa mucho Basilia, la forma cómo ella narra su percepción de la historia de ese lugar, cómo utiliza su cuerpo. También realiza una suerte de performance cuando cuenta una historia: al mismo tiempo que habla, va activando los objetos alrededor suyo, como agarra esa hoja. Entonces, narrar una historia implica una serie de elementos, no es solo la palabra y eso siempre me interesó mucho.
Las lenguas también se ven afectadas por las fronteras. En este caso, se erige en medio de personas que pertenecen a la misma comunidad y algunas hablan español y otras portugués, como segunda lengua. Y en la segunda lengua uno nunca se expresa de la misma forma que en nuestra lengua materna, pero siento que esa relación que hay entre las lenguas también habla sobre la frontera y eso es muy interesante.