El corazón de algunas casas es una mesa larga de madera. Esta es testigo de alimentos y de palabras, del desayuno con joco, el zapallo dulce de la selva, la antesala de las ideas. Estas mesas nos reunieron a conversar con habitantes del Territorio Indígena Multiétnico (TIM), en Beni, la Amazonía boliviana. Allí, la Agencia Estatal de Vivienda (AEV) ha construido viviendas sociales en más de diez comunidades, según calculan los dirigentes. ¿Cómo funciona este proceso? ¿Qué piensan quienes las reciben y quienes estudian sus arquitecturas?
Fotografías: Ara Goudsmit Lambertín
El comienzo
Para llegar a la comunidad de Santa Ana de Museruna hay que pasar haciendas ganaderas, una tras otra. Y atravesar y saludar al río Apere y Cuberene. Está ubicada en el TIM, a una hora del pueblo de San Ignacio de Moxos.
Don Malaquías Rossell, corregidor de la comunidad, detuvo el revocado de su casa para conversar. Sus manos están llenas de ampollas. Él es parte de la construcción de cuatro viviendas sociales: las de sus dos hijas, que son madres solteras, la de su hijo, y la suya.

Hace cinco años ya habían intentado obtener casas construidas por la Agencia Estatal de Vivienda. La primera solicitud la hicieron a través de asambleístas departamentales, sin resultado. Luego, cuando aún no eran un gobierno autónomo indígena, exigieron viviendas al municipio de Santa Ana del Yacuma. Tampoco funcionó.
La solicitud fue aceptada, finalmente, en 2024. Tenían cupo para sesenta viviendas, pero el Estado los puso a prueba: primero debían hacer cuarenta y, luego, si todo iba “bien”, construirían las veinte faltantes.
“Estamos agradecidos”, “queremos estas casas”, “tenemos derecho a ellas”, son algunas de las expresiones sobre las viviendas que se construyen con la Agencia Estatal de Vivienda. Las razones, explican varios y varias comunarias, se deben a que este tipo de construcción evita el ingreso de animales. Además, la duración y la limpieza que permiten estos materiales son de ayuda para la vida diaria.
El piso de cerámica se contrapone al suelo de tierra, pues hay demasiada humedad. El ladrillo es más duradero, escuché decir, y más efectivo para que los animales no entren. En época de lluvia, el territorio se llena de nubes de mosquitos y las manos deben trabajar arduamente para espantarlos. Ni qué decir sobre las enfermedades que traen. Por eso, las mallas de protección contra insectos constituyen un elemento central en la construcción de viviendas sociales en la Amazonía.

En Bolivia, el derecho a la vivienda fue reconocido como un derecho fundamental en la Constitución Política del Estado de 2009. Para acceder a este derecho, existen distintos programas. Museruna no participa del programa de Viviendas Nuevas de la Agencia Estatal de Vivienda —que tienen todo financiado y, por eso, las llaman “con llave en mano”—, si no al de “Vivienda Cualitativa” o, mejor dicho, de “autoconstrucción”.
En este modelo, el Estado contrata a una empresa que lleva los materiales y, en teoría, capacita a las familias para que construyan las casas con sus propias manos. La contraparte es la mano de obra.
En la comunidad pensaron que sería más o menos fácil y posible, ya que acordaron procesos de formación y la entrega a tiempo de los materiales.
La historia se llenó de trampas: los acuerdos no fueron cumplidos.
Con tiempo y sin insultos, por favor
La oficina de Pedro Medina, director regional de la Agencia Estatal de Vivienda en Trinidad, Beni, tiene aire acondicionado. El espacio es amplio y frío. Medina fue la única autoridad estatal de las que contactamos que accedió a tener una entrevista.

Explicó que, cuando las viviendas son de autoconstrucción, las empresas contratadas realizan una capacitación en albañilería a las familias beneficiarias. Sólo así es posible culminar el proyecto en un plazo de entre tres y cinco meses.
Las casas de Museruna no tienen aire acondicionado y están construyendo una casa de un cuarto, aunque hayan familias hasta con ocho hijos, Se supone que la evaluación social de la Agencia Estatal de Vivienda debe considerar estos factores para construir casas con uno, dos o tres cuartos.
Además, las familias tuvieron que exigir el cambio del primer diseño “socializado”que tenía muy pocas ventanas. Iba a ser una casa oscura, que no dejaría entrar la brisa. Llevan más de diez meses tratando de construir las viviendas.
Don Malaquías hace una pausa del trabajo, debajo del que será su antiguo comedor: una casa de madera, donde deambulan sus gallinas y hay un horno de barro.
—Los técnicos que envía la empresa no sirven para nada. No quieren que nosotros aprendamos. Mandaron tres para cuarenta casas. Porque se creen técnicos ya no quieren agarrar un ladrillo, agarrar mezcla. Venían a decir “está mal” y lo derrumbaban. Era un trabajo perdido, casi como hacerse la burla. Levantábamos un metro, decían “está mal” y lo volvían a tumbar. Son autoridades que, si bien son profesionales, respeto que hayan estudiado, pero deberían tener respeto también por la gente con la que están trabajando, los comunarios. No saben ni saludar estos señores, ni siquiera piden: “¿por qué estás atrasado?, ¿qué es lo que te pasa?”.
Llegan no más y dicen: “ustedes están atrasados, ¿por qué no trabajan? Ustedes son unos flojos”. No se tiene que ser así. Ser más humanos. Era gente mañosa, que promueve el desánimo. Eso es lo triste. A lo mejor uno está rendido, adolorido, uno se enferma también. Hace unos cuatro días vino el dueño de la empresa. Ni se bajaba de su movilidad. Fue un compañero y le dijo: “bájese pues, conversemos”.

El empresario le dijo que él debería estar construyendo su casa, que cómo tenía tiempo para ir a mirar lo que él hacía allí, que era un flojo. El comunario respondió que ellos estaban haciendo su casa de acuerdo a su posibilidad, que no es posible que les digan flojos sin saber por lo que estaban pasando. Don Malaquías menciona que necesitan tres días a la semana, al menos, para trabajar en su chaco, donde cultivan sus alimentos. No ganan un sueldo, deben ir a cazar y pescar.
— Eso, elay, nos está pasando —concluye el corregidor.
Clara Rossell Amblo, actual secretaria de Tierra y Territorio del TIM, expresidenta de la Organización de Jóvenes Indígenas Mojeños (OJIM) y representante legal de su comunidad ante la Agencia Estatal de Vivienda, mencionó que sólo una vez tuvieron un taller sobre cómo asentar cimientos.
— El ingeniero lo mostró y zas. Listo y todo mundo miró. La sufrimos harto.

Su hermana, Sara Rossell Amblo, presidenta de la Subcentral de Mujeres del TIM, añadió que no tardaron más de cinco minutos en explicar el revoque. En su familia hacen turnos para construir. Tres días una casa, luego la otra. Sólo así es posible avanzar.

Debían empezar en abril, pero la empresa no cumplió con lo acordado: el material llegó dos meses después. Además, llevaban las cosas de forma incompleta, como a picotazos. Llevaban ladrillo, pero no cemento. Llegaba el cemento, pero no la arena. A pesar de que el retraso era de la empresa, las familias recibían notificaciones, regaños y malhumor por no tener avances.
La dirigente Clara dice que la Agencia Estatal de Vivienda necesita volver a evaluar el tiempo de construcción con las familias que no saben cómo construir.
Escuchar al territorio
En una mesa larga, con más de cuarenta años ordenando la compañía, la familia Muiba Inchu comparte sus ideas desde San Ignacio. Las voces se mezclan con los sonidos de sapos y ranas que parecen decirle algo a la lluvia que no paró durante toda la tarde. El coro de los animales que nos acompaña es tan poderoso, que necesitamos alzar la voz para escucharnos.
Simón Muiba es hijo del río Apere, cuerpo de agua que da vida y sustenta a varias comunidades del TIM. Es un líder joven, con la palabra afilada y sin temor a hablar desde su pensamiento.

Para él, lo más importante es abrir el camino “para mirar, donde puedas reflexionar”. Esa mirada es una que ve hacia adentro, ¿qué quieres? Y luego, hacia afuera, ¿qué queremos y qué es posible? El problema, para Muiba, es que los proyectos ya vienen diseñados:
—Dicen, “esto tenemos para acá” y listo. No ceden esa oportunidad y uno, a veces, por la necesidad, acepta. Los espacios de las viviendas sociales son como de la ciudad y vienen con un solo diseño, sobre todo que no vienen pidiendo, digamos, si les gusta este modelo o qué le pueden mejorar. Por ese motivo, yo digo que es colonizador, porque vienen ya imponiendo y que, si la gente lo acepta, que lo acepte, y si no, no, ya no hay nada.
Simón y su madre, doña Victoria Inchu, otra lideresa de corazón inquebrantable, sienten que su territorio es la historia de la amplitud:
—Nada es chiquitito, no es como en el pueblo, eso es comprado, uno lo compra por metro y así cabalito van las casas, medidito, en cambio nuestro vivir no es así. En el campo, estás libre, tienes gallinitas donde escarbar, no está medido por metrito, no hay límite en nuestro vivir en el campo —narra Victoria, y Simón apoya a esta idea.

—Siempre hemos vivido en espacios grandes. Nuestro territorio es amplio. La verdad es que nuestro ambiente es abundancia y nuestras familias son numerosas, no somos reducidos.
Don Bernardo Muiba, actual presidente del TIM, presenció el inicio de las viviendas sociales en el TIM, (también como presidente) entre 2016 y 2018. En esos años, las autoridades indígenas ya habían rechazado un diseño presentado por la Agencia Estatal de Vivienda porque el tamaño era demasiado pequeño:
— Las primeras viviendas que eran construidas acá en Moxos, eran unas casitas que no tenían sentido de poder vivir una familia cómodamente. Nosotros hemos observado y hemos llamado la atención a la Agencia Estatal de Vivienda, que no era adecuado para los pueblos indígenas. Pero gracias a Dios se logró modificar el proyecto, con un monto más elevado, pero ya con una vivienda que es adecuada.

Vivienda «adecuada» es la cercanía con lo justo
En 2018, solicitaron que los techos sean de jatata, una palmera del bosque amazónico, pero no fue aceptado. Según don Bernardo, la jatata tiene la misma duración que la calamina, si está bien hecha. La diferencia es que la jatata es fresquita y en Moxos hace calor.
El eco de la voz del director regional, Medina, resuena en contraste. Dice que la calamina es escogida porque tiene más duración y evita que se queme el techo en los incendios. En los últimos cinco años, la Agencia Estatal de Vivienda Regional Beni tiene planificado construir 8526 viviendas en 19 municipios y en el gobierno autónomo del TIM. Aún faltan 1777 para completar este objetivo.
Geraldine Gene, abogada con tres décadas de experiencia en derechos humanos, afirmó durante una entrevista que, sin la pregunta a cada comunidad sobre qué es importante para ella, el derecho mismo no está siendo respetado. Uno de los siete principios necesarios para que se cumpla el derecho humano a la vivienda, según la ONU, es la adecuación cultural. Es decir, muy parecido a lo que piensa Simón Muiba.
Gene dijo, además, que los gobiernos necesitan ser educados. ¿Habrá que escuchar?
Sentado en la cabecera de la mesa larga, Don Pastor Muiba, al frente de su hijo Simón, rememora la arquitectura indígena de Moxos:
— Cuando estaba pequeño, mis hermanos mayores conversaban y yo los escuchaba. Vamos a hacer una casa de veinte metros, decían. Terminaban de conversar y ellos le avisaban a papá: “Papá, vamos a hacer una casa de veinte metros”. “Bueno hijos, ¿cuándo vamos a comenzar?”. “Mañana”. “¿Y de cuánto va a ser la anchura?”. “De cinco metros”. “Guau”, dije yo, “¿cómo serán los palos que van a sacar?”
Miren, de veinte metros se hacían las casas, de altura de cinco metros. Sumuqué, chonta y chuchío había por allá por el lado de San Borja. Ellos lo tumbaban, lo cortaban y lo partían, y yo ahí con mi machete, ¡meta a sacar astilla! Y así, mire, antes era pura hacha, sin motosierra. Y ya empezábamos a cercar, ya cada uno con sus cuartos. Luego hacíamos la cocina, una casa grande también. La madera era de piraquina, los horcones de chonta, del corazón mismo. Cuando ellos subían los palos arriba, era con soga. Yo con mi palito ayudaba a empujar. Ahí no se siente la calentura, le cuento. Bien fresquito. Antes grandes eran las casas. Si nosotros conocemos, si nosotros somos arquitectos. Eso sería un poquito lo que le puedo contar.

Los nombres que van en negrillas son de árboles, palmeras y bambúes amazónicos.
En contraste a esta memoria, el director de la Agencia Estatal de Vivienda del Beni comentó:
— Ahora, un arquitecto me podría decir: “¡ah, perfecto, descolonicemos!” Pero muéstreme un diseño precolonial de vivienda en el Oriente, no existe. Tal vez modos de vida, pero “esta es la vivienda amazónica que existía”, no existe. Por lo poco que he podido apreciar, nuestros ancestros han sido nómadas. Íbamos moviéndonos. Esta vivencia no nos permite decir, ¡este es el tipo de vivienda amazónico! Tratamos de hacerlo con algún tipo de madera o con viviendas elevadas.
Medina no escuchó la voz que dice “somos arquitectos”. A pesar de este vacío en el conocimiento, el director es consciente sobre los límites que existen dentro de la construcción de viviendas sociales: la técnica crea formas sesgadas de entender la arquitectura, no tienen equipos de antropólogos ni metodologías sensibles para crear otra forma de diseños. Hay grupos que no hablan español y no saben cómo explicarles en los talleres de albañilería, la logística es complicada en las comunidades más alejadas y el presupuesto es su ley.
La belleza de pensar en la vivienda social
Existen las apasionadas, que son quienes hacen las cosas con amor. En la jerga convencional los llaman “expertos”. Pero hay arquitectas y arquitectos que entregan, no sólo su inteligencia, sino también su corazón, y es desde ahí que comparten su conocimiento.
Natalia Serrano es una arquitecta apasionada por los diseños colaborativos y participativos con distintas comunidades, como barrios sin espacio público. Ella dice que es necesario dejar de pensar que las viviendas sociales son regaladas. Es a costa de la mano de obra no remunerada que pone cada familia que se sigue capitalizando a las industrias y al sistema financiero de construcción. El trabajo no pagado engorda a los dueños de empresas.
Otro problema de la vivienda social es que es vista como un producto global estandarizado. Cuando todo se hace igual, como objetos a vender, en palabras de Serrano, se pierden “los sentidos de la materialidad, ni explorar las posibilidades que tiene cada territorio, ni pensar en un laboratorio de nuevas formas y capacidades de explorar esa materialidad”.
Esto significa tomar en cuenta lo que existe en cada lugar: árboles, piedras, barro, palmeras, entre otros. Lo que podría estar en juego es una investigación sobre cómo pensar el espacio de acuerdo a lo que está disponible y crear fuentes productivas locales. Así, “los costos pueden ser mucho menores, son recursos que están disponibles en cada lugar. El problema no es el dinero, no. Es una carencia creativa y de voluntad”. Para Serrano, las viviendas son relaciones, no objetos.
Miriam Chugar, doctora en Arquitectura por la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), comentó que las viviendas podrían ser hasta un 50% más económicas si se reducen los costos de transporte. El proceso participativo, además de incluir serios espacios de formación, podría evitar que el Estado invierta en viviendas que no son utilizadas, como los edificios vacíos en Cotoca. Esto significaría, según Chugar, dejar de lado la centralización de las decisiones y el pensamiento de producción masiva “en serie”.
El otro apasionado de esta historia es Santiago Zubieta, arquitecto y sociólogo con larga experiencia de construcción en la Amazonía, especialmente escuelas y viviendas para maestros en las fronteras del país. Él ganó un concurso de la Agencia Estatal de Vivienda y el Colegio de Arquitectos de Bolivia, con la perspectiva de que las obras seleccionadas sean implementadas. El concurso tenía la lógica de los pisos ecológicos: viviendas sociales distintivas para el altiplano, los valles y llanos. Su diseño resultó ganador para llanos (Amazonía):
—El comedor estaba afuera. Era como el altar, el elemento central. La casa no es una caja donde hay que meter todo adentro. Te sofocas, es insufrible muchas veces. Mi premisa era que no puede ser más caliente adentro que afuera. Diseñé torres de viento para una climatización pasiva; es decir, que no emplee combustibles fósiles. Las otras propuestas ni por asomo tenían esa concepción. Nadie pensó en el clima, ni en las formas de vida. Todos pensaban que climatizar era con tecnología moderna, proyectos costosos, impracticables. El mío era simple, nada complicado. Había sistemas de recolección de agua de lluvia por las cubiertas, con tanques de almacenamiento, para utilizar, a partir de esos tanques, el agua reciclada. Tenía áreas de cultivo, con especies de la zona. Lo lamentable es que nunca nadie más me llamó de la Agencia Estatal de Vivienda. No se ejecutó.
Don Malaquías Rossell piensa muy parecido a Santiago Zubieta: conciben la importancia de la sencillez en el diseño, sin tantas esquinas y recovecos. Y, como afirma Natalia Serrano, también Simón Muiba sostiene que es necesario que las relaciones de construcción no estén alejadas de los lugares y las labores de las personas:
Me genera una tristeza, un dolor como persona, si tengo el mejor material dentro de mi comunidad. Está bien que ellos pongan algunas cosas, pero otras que sean del lugar.
«Tenemos materiales. Los recursos se van para las empresas. ¿Y los indígenas? Nada. La plata se la dan a los que tienen plata. Los ladrillos los traen de Trinidad o Santa Cruz. Por ejemplo, tejerías existen aquí. Hay una donde hacen ladrillos cerámicos que queda por el lado del matadero (de San Ignacio de Moxos)», continua Simón.
Y no sólo eso: las empresas llevan materiales fallados. Clara Rossell cuenta que las maderas que llevaron a Museruna estaban podridas, huecas como canoas. Exigieron que se cambien. Son sus casas, quieren tenerlas bien hechas. A ella le parece un poco ridículo llevar ese material desde lejos cuando en su territorio hay madera —árboles abuelos— y las personas conocen bien cuál es buena.
El otro tema es la temperatura. El agua de la laguna Isireri, en San Ignacio, hierve. El mismo sol que la calienta impacta sobre los techos de las casas. El machimbre es la cobertura interna del techo, que tiene como objetivo crear una buena apariencia, la protección y el aislamiento de las temperaturas. En Museruna, las viviendas sociales están siendo hechas con machimbre de plástico. Para el solazo que hace, comenta Clara, no es adecuado, no es justo, se reseca rápido y calienta el hogar. De hecho, los más justos materiales para que el machimbre otorgue frescura es la madera y distintos tipos de bambú.

Desde la perspectiva de las líderes Clara, Sara y Simón, los techos, sea cual sea el material, necesitan ser más altos. Por lo menos de cinco metros. Según la información otorgada por Pedro Medina, actualmente los techos son de 3,8 metros en la Amazonía y 2,3 para el Altiplano.
Otra idea: el baño puede estar retirado de la casa. Como dice Sara Rossell:
—Es muy crítico que nos pongan el baño tan cerquita de la cocina. Nosotros estamos acostumbrados a que sea retirado. Desde mi punto de vista, no es muy recomendable. Si nos hubieran preguntado…
Al fin y al cabo…
Aunque a Clara Rossell le hubiese gustado un techo de jatata, por ser más friíto, reconoce que hay muchas personas que prefieren materiales industriales como la calamina. Como ella misma dijo: “es, como decir, viendo”, viendo qué piensan las personas. Antes que nada, hay que escuchar:
—La agencia debería ver cómo queremos nuestras casas, realmente. Hasta ahorita no creo que se hayan sentado con ninguna comunidad para ver cómo quieren su casa. Directamente llegan con su diseño. Eso sería bastante interesante, yo creo, si se lo planten a la comunidad. Pero ya, ya está —y termina— igual la gente está feliz.
Tiempo y espacio son necesarios para esas mesas largas donde caben el pensamiento y las historias, luego de tomar chocolate caliente con pan de arroz. La empresa llamó «flojas» a las familias de Museruna. Pero hay voces que han llegado hasta aquí para señalar que la verdadera flojera es no hacer el trabajo de la pregunta.
Este artículo hace parte de la serie de publicaciones resultado del Programa de Becas de ColaborAcción edición Hábitat, ejecutado con el apoyo de la Fundación Gabo, Fundación Avina y Hábitat para la Humanidad.