Valeria Canelas
Ni la violencia, ni los feminicidios, ni las desigualdades, ni el machismo que los envuelve, son hechos aislados. Te explicamos por qué es importante comprender qué es el patriarcado y sus alcances en la cotidianidad.
Nos escandalizamos cuando aparece otra noticia de violencia machista. Una más, pensamos, cada día hay más violencia. Nos horrorizamos cuando esa noticia termina con el asesinato de otra mujer. Violaciones y asesinatos aparecen constantemente en las noticias de todos los días. Todos los días, a cada rato, en todo el mundo.
¿Y qué pasó antes de eso? ¿Cómo era la vida conyugal del matrimonio que súbitamente se convierte en un espectáculo macabro? ¿Cómo era la vida del violador de turno antes de cometer su crimen? Generalmente, en la opinión pública hay una especie de vacío entre las violaciones, los golpes y los asesinatos de mujeres cometidos por hombres y la cotidianidad. Pero resulta que toda esa explosión de violencia no responde a simples exabruptos de individuos aislados de la sociedad. Por eso, desde los feminismos, se insiste en que esa violencia –visible y frecuentemente fatal– forma parte de un sistema de opresión concreto: el patriarcado.
Este puede detectarse mucho antes del insulto, del golpe o de la violación, ya que es el marco de sentido que dicta las relaciones de poder que nos atraviesan. Lamentablemente, es a partir del patriarcado que nos hemos construido como sujetos y es a partir de sus códigos que se han configurado incluso nuestros deseos. Esos códigos patriarcales son estructurales. Es decir, que para analizarlos correctamente no podemos detenernos en una de sus manifestaciones puntuales sin señalar también la forma en la que éstas están articuladas con las mismísimas bases de la sociedad.
En este sentido, para erradicar la violencia machista que mata es necesario que adoptemos una estrategia integral que aborde no sólo los casos más extremos, sino que también emprenda una denuncia de la estructura patriarcal en su conjunto.
Y es ahí donde es fundamental realizar una crítica profunda de todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, tanto de las creencias que la rigen como de los mecanismos que la regulan. Porque sí, aunque nos cueste creerlo, las violaciones y los feminicidios no son incendios que se generan de la nada. La forma en la que nos relacionamos, los códigos culturales que no cuestionamos, el lenguaje con el que los hombres se refieren a las mujeres, los usos y costumbres que se nos transmiten, las instituciones que nos representan y los productos culturales que consumimos, forman parte de ese incendio, están allí, día a día, echando leña al fuego y gestando inconscientemente nuevos incendios.
Es por todo esto que no solo celebro el admirable valor de Liliana Colanzi al escribir el, a este punto, célebre artículo Los jueves de “frater”, sino que asimismo lo considero fundamental para emprender esa estrategia integral de denuncia que, necesariamente, debe abordar los espacios sociales en los que se desarrollan determinadas prácticas que producen y reproducen sujetos machistas, perfectamente insertos en el orden patriarcal. Esto es algo que se comprueba fácilmente, basta con ver las furibundas reacciones –totalmente alejadas de cualquier argumento crítico– que el artículo en cuestión ha suscitado.
Puedes leer el artículo de Liliana aquí: Los jueves de ‘frater’ de Liliana Colanzi
Curiosamente, la mejor forma que han encontrado para expresar su desacuerdo frente al artículo ha sido el insulto…machista. Increíblemente, los detractores de turno no son capaces de darse cuenta que su propia respuesta –si es que los improperios merecen ese calificativo–es la prueba más evidente de cómo la violencia hacia las mujeres se reproduce incesantemente de forma casi automática, en este caso en un entorno virtual. Nada más patriarcalmente conservador que mandar callar a una mujer diciendo que necesita una “pija”, es decir, que necesita ser disciplinada por el patriarcado: esa palabra que tanta rabia parece darles a quienes, irónicamente, mejor lo encarnan.
¿Y qué es el patriarcado? ¿Y tú me lo preguntas?, podríamos decir en tono parriano: el patriarcado eres tú, amigo –o amiga-, que el haber nacido con vagina y el haberte construido como mujer no te exime de tener comportamientos patriarcales. Tú que como único argumento tienes el insulto de macho herido, que, como no podía ser de otra forma, gira en torno al sexo. Tú que no eres ni siquiera capaz de tener un debate sin recurrir a ese código de bromita subida de tono con tus colegas. Algo que, aún sin conocerlas, estoy segura que es propio de las fraternidades. ¿Cómo puedo saberlo? Porque hay ciertos códigos de comportamiento propios de los espacios de socialización y las instituciones masculinas que obedecen a un mismo esquema.
Revisa las reacciones al artículo aquí ¡Colanzi somos todas! Porque el patriarcado se va a caer
Basta con analizar históricamente la forma en la que el ejército, los internados masculinos, las fraternities de las universidades norteamericanas (me pregunto si acaso las de Santa Cruz responden a un modelo similar, es decir, si la inspiración viene de ahí o “tan sólo” comparten el nombre) o los equipos deportivos han disciplinado a los individuos que han formado y forman parte de estas instituciones. Porque aunque las bromitas subidas de tono, la necesidad de alardear sobre las conquistas, el poner apodos ocurrentes a los colegas o el hacer concursos de quién aguanta más el alcohol te parezcan inocentes y saludables formas de diversión, en realidad nada es tan sencillo.
Estas prácticas –bastante poco originales, por otra parte– forman parte de los mecanismos con los que se construyen identidades, tanto individuales como de grupo. Son estos modos de socialización los que reproducen el patriarcado, que se hace concreto no únicamente en los asesinatos y en la violencia explícita hacia las mujeres, sino también en todas estas formas de relación que, aunque no lo parezca, responden a determinados códigos de conducta hegemónicos. Nada de esto es nuevo pero al parecer a los que se han enfadado con el artículo de Colanzi les parece completamente descabellado y, sorpresa, se lanzan al ataque.
También te puede interesar ¿Por qué el ‘Yo soy mi primer amor’ es contrafeminista?
Sin embargo, en esto tampoco son novedosos: otra de las prácticas propias de estos espacios de socialización es la caricaturización del otro, la violencia hacia el oponente –real o construido–, la obsesión con la sexualidad –no es extraño que la mayoría de los insultos hacia la autora vayan en este sentido– y la defensa radical del honor de la institución y de la identidad de grupo. Lastimosamente, aquellos y aquellas que sólo han sabido insultar y amenazar a Liliana Colanzi como toda forma de respuesta, no se dan cuenta que el simple hecho de responder a un artículo de opinión como lo hacen denota lo eficaz que ha sido el patriarcado al disciplinarlos. Es decir, que todas sus respuestas funcionan como ejemplos ideales de mucho de lo que el artículo expone.
Al final del artículo la autora aboga por “construir formas de organización y redes de solidaridad” que constituyan una alternativa a las instituciones patriarcales. Y si bien es cierto que las respuestas de los furibundos defensores del patriarcado pueden ser más vistosas a corto plazo –temporalidad propia de los que sólo operan a partir de impulsos violentos–, también es cierto que ha habido múltiples respuestas de apoyo y de solidaridad hacia Liliana Colanzi. Yo elijo quedarme con esto, con esas redes de solidaridad que se han tejido –y, como es sabido, el tejido siempre es de largo aliento– para decir: Liliana, no estás sola, en esta lucha estamos todas.
Valeria es escritora y académica