Reflexiones sobre la presentación de La Desobediencia, los distintos rostros de los feminismos y el reto colectivo de alcanzar un punto de ebullición, una hervidera de olores, sabores y reivindicaciones.
Picante de Lengua
Desde hace décadas nos vienen implantado la idea de un feminismo bien portado, oenegizado, «sororo»; todo bajo una cortinilla liberal y aburguesada de (des)entender lo político. Nos despolitizan haciendo del terreno de las ideas un espacio higiénico, una mesa enmantelada e impecable, una representación automatizada en la que cada una tiene la oportunidad de hablar para ser secundada por la otra en una larga cadena de complacencias que acaba en un feminismo light y gourmet, emplatado para llevar.
Cuando, en realidad, lo que necesitamos para sobrevivir es un feminismo en el que las partículas colisionen entre sí y estallen en pequeñas (o gigantes) descargas de energía (y destrucción), que se friccionen hasta alcanzar grados de calor extremos y bullentes para, finalmente, poder cocinar un agachadito mucho más contundente que una cena servida en Gustu o cualquier otro lugar enjailonado: un anticucho incendiado e incendiario, una cabeza de cordero humeante y peliaguda, un picante de lengua ácido y quemante, unos fritos de seso bien encebollados, pastosos y desbordados. Como aquellos platos que preparaban las abuelas del Sindicato de Culinarias en la primera mitad del siglo XX.
Son tiempos que anuncian contiendas y transformaciones radicales que exigen y demandan actitudes y posturas políticas de la misma magnitud. No poses instagrameras, sonrientes, bien portadas y condescendientes. Y no se trata de generar grietas o disputas, sino de invitarnos a ensuciarnos con las ideas que tan falsa y alegremente enarbolamos de la mano del ejército de influencers Nike, Natura o del mismísimo Gobierno.
Dejemos de lado las clases de etiqueta y protocolo, pongamos las manos a la obra, pongamos las manos al fuego de la wajta feminista. «Siempre nos quemaron. Ahora nos quemamos nosotras. Pero no nos vamos a morir: vamos a mostrar nuestras cicatrices», escribe Mariana Enríquez en Las cosas que perdimos en el fuego. Y de eso se trata, de quitarnos el maquillaje, los filtros, los vestidos y arder en la lumbre, junto a las que nos vieron llegar y las que vendrán.
Por eso es tan importante, por ejemplo, reivindicar las formas -porque en el fondo podemos y debemos tener diferencias- de María Galindo al momento de intervenir y transgredir los espacios públicos y mediáticos para convertirlos en una hoguera viva para que ardan hasta extinguirse los habitus capitalistas y patriarcales que nos gobiernan, los privilegios y comodidades que nos adormecen, los miedos y vergüenzas que nos paralizan; y al mismo tiempo se cocinen y sazonen, desde nuestros cuerpos, experiencias, sabidurías y memorias, otras formas de organización y convivencia.
No podemos darnos el lujo de desaprovechar un encuentro feminista, como el que surgió espontáneamente en la presentación de la antología de ensayos La desobediencia, para convertirlo involuntariamente en un evento literario de moda. La urgencia por incomodar y provocar está reinstalada y debemos hacernos conscientes de su importancia en el cotidiano, en los escenarios, en las cocinas, en las calles. La necesidad de repolitizar -desde el lugar que nos corresponda- la trinchera que pretenden expropiarnos, para después vendernos la versión descafeinada, es casi vital. ¡Incendiarnos o morir!