Antes de la denuncia contra el expresidente, cuestionaban las movilizaciones feministas porque «no es la forma», hoy nos señalan por un supuesto y engañoso silencio. El feminismo incomoda a una sociedad violenta, machista y patriarcal, por eso nos atacan. Les incómoda no poder usarnos en sus sucias pulsetas, por eso intentan delegitimarnos.
El trending topic de la temporada: la pedofilia/estupro del Evo. Y con esas palabras. En la guerra de odios y poder, ahora se hace abuso del término «pedofilia». En memes, en “chistes”, en ataques contra la joven que se supone defienden con la denuncia al expresidente.
Se hace abuso de un término que se refiere al peor tipo de violencia sexual que existe y que debe abordarse con la responsabilidad que corresponde, para no banalizar ni confundir.
La manera en que se está abordando este caso de estupro, desde el periodismo y en redes sociales, es de una absoluta violencia hacia cualquier menor que haya sufrido abuso sexual en cualquiera de sus formas.
Pareciera haber una especie de disfrute en esta noticia. No importa cuan atroz sea nuestra realidad como país pederasta, infanticida y femenicida, si le sirve a los odios para destruir al enemigo.
La situación de las y los menores en Bolivia y más todavía durante la pandemia. Es, sin duda, nuestro rostro más nefasto.
Desde el feminismo se denuncia esta realidad desde hace mucho, como se le exige a Maria Galindo que haga, pese a que su labor contra la violencia machista es abismalmente mayor a la de cualquiera de los actuales servidores públicos, que no la imitarán jamás, a pesar de sus sueldazos. Mientras, ella no gana otra cosa que no sea odio contra su lucha profunda y cotidiana.
¿De pronto nos interesa mucho este tema, la violencia sexual contra niñas y niños? Perfecto. Hablemos de esto en serio.
En junio de 2020 se reportaron 32 casos de infanticidio y 108 casos de menores violadxs solamente durante la cuarentena. Obviamente, hablamos solo de los casos denunciados, que son la menor parte.
En Bolivia, cada día durante la cuarentena, muchas niñas y niños están viviendo horrores. Sin embargo, este es un tema que no recibe atención por fuera de las luchas y organizaciones feministas, donde constantemente se denuncian las violencias, mientras los medios sensacionalistas se dedican a convertirlas en productos de consumo para el morbo, normalizándolas y alimentándolas.
Fue necesario un hecho tan brutal como el de Esther. Fue necesario que las redes sociales viralicen la imagen del cuerpo sin vida de una niña para que el tema se haga un trending topic, para que todxs compartan un post morado pidiendo justicia. Igual que en Estados Unidos, donde fue necesaria la brutalidad de la hiperconectividad mostrando el asesinato de George Floyd para que alrededor del globo se comparta el cuadradito negro, demostrando cuán evolucionados estamos como humanidad.
La violencia está tan naturalizada que necesitamos atestiguar sus expresiones más extremas para incomodarnos un poquito, un ratito, hasta que hayamos compartido el hashtag que nos redima por ser parte de la maquinaria de muerte.
El caso de Esther tuvo tal alcance mediático que el Gobierno decidió instrumentalizarlo, aparentando que les interesa hacer justicia, perfecta cortina de humo para disimular un gabinete ministerial lleno de misóginos antiderechos. Pero hasta la tragedia de Esther se olvidó más rápido que la comidilla sobre el Evo.
Probablemente ninguno de los otros cientos de casos reducidos a números reciban atención de parte de la Justicia, por el solo hecho y la mala suerte de que el perpetrador, o el caso, carecen de interés politiquero.
Hablemos de violencia machista y patriarcal
Si realmente nos importa abordar el tema de la violencia sexual que sufren lxs niñxs, hablemos, pues, de aquello que sostiene y alimenta la pedofilia en la sociedad. Hablemos, pues, de machismo. Hablemos del control y sometimiento de los cuerpos, que en su expresión más violenta mata y viola niñxs y mujeres. Hablemos de la precarización que hace vulnerables a las niñas, esa que ahora, durante la pandemia, les quita hasta la educación.
Hablemos de ese periodismo al que se le da plataforma, ese que exhibe la identidad de la víctima y la hace protagonista de una representación telenovelesca del abuso.
Esto pasa con muchos de los casos de víctimas de feminicidio y violación que llegan a la prensa, sin embargo, ese español que está vendiendo la telenovela de Evo, está sentando nuevos precedentes de esta violación de los derechos que protegen la identidad y la dignidad de las víctimas de estupro. No solo revelando su nombre, rostro, conversaciones, videos, sino haciéndola protagonista de ficciones retorcidas que él plantea como «hipótesis», en las que la joven víctima está totalmente sexualizada, haciendo de su mal llamada investigación un gran producto de consumo para pedófilos, precisamente. Producto que la gente recibe y reproduce con toda la satisfacción de alimentar el odio hacia Evo Morales, tratando de hacer pasar esta violencia mediática por una real inquietud por las víctimas de pedofilia.
Hablemos del Estado opresor que es un macho violador. Haber tenido por tantos años un presidente abiertamente misógino, alimenta el machismo que mata y viola, de la misma forma que lo hace estar gobernados por una Presidenta de facto que parece valorar mucho la misoginia al momento de elegir a sus ministros.
No me canso de recordar una y otra vez que este Gobierno se inauguró con un ministro de la presidencia que era, a la vez, abogado de los violadores del Caso Manada en Santa Cruz de la Sierra. Tampoco olvido que el ministro de Gobierno, «hombre fuerte» de este régimen antiderechos, es el mismo que en 2017 sugería a las mujeres optar por matarse antes que abortar. Mucho menos que el ministro que tiene en sus manos las culturas y la educación de este país rechaza el aborto legal en niñas víctimas de violación porque las considera aptas para concebir.
https://www.facebook.com/452244424816992/videos/1826500717391349/
Todas esas son expresiones del extremo machismo que nos gobierna, que pretende el control sobre los cuerpos de las mujeres y niñas, que legitima el abuso de esos cuerpos. El mismo machismo de la iglesia que encubre pedófilos y que condena mujeres que deciden sobre sus cuerpos, esa Iglesia que la presidenta no se cansa de dejarnos claro que está en Palacio, gobernándonos.
Y ninguna de esas manifestaciones violentas, machistas y patriarcales interesó a quienes hoy se muestran escandalizados por estos asuntos.
Hablemos de la complicidad machista entre la iglesia, lxs presidentes, ministrxs, jueces, fiscales, los medios de comunicación y la sociedad en su conjunto. Esa que considera que si una mujer ha sufrido violencia es porque se lo busca, porque lo merece, por querer ser libre, por querer existir en su mundo patriarcal, esa que garantiza la impunidad de los perpetradores y castiga doblemente a las víctimas.
Esa complicidad machista que solo se interesa por los abusos cuando puede sacarles provecho en su discurso de odio, aun cuando ello implique perjudicar más a la víctima. Esa complicidad machista que se ocupa de perseguir al feminismo mucho más que a cualquier violador o feminicida.
Los ataques contra el feminismo
En estos casos mediáticos de violencia machista se encuentra, no entiendo bajo qué razonamiento, otra oportunidad para atacar al feminismo, cuando este movimiento es el único que, verdaderamente, está luchando contra estas violencias, contra la pedofilia que repentinamente todos quieren combatir (pero sin asumirla como problema estructural ni aceptar el uso de la categoría patriarcado).
Cada acción feminista es condenada con alguna excusa. Ofenden más las paredes rayadas que los cuerpos violentados, y si las feministas buscan estrategias creativas y no violentas para su lucha, son unas ridículas showeras.
Se rechaza el feminismo y sus luchas de muchas formas, y luego se le reclama «alzar la voz» cuando hay algún caso famoso de violencia machista. Se culpa al feminismo de que estas cosas sucedan, porque ellas «no hacen lo que deberían», y sin embargo, en el día a día, hacen todo lo posible por quitarle legitimidad a su lucha.
Los antifeministas reclaman que las feministas de hoy se ocupan de «estupideces» -como andar asquerosas sin depilarse o mostrando las tetas- sin entender que esa mirada aberrante sobre la naturaleza de nuestros cuerpos es, precisamente, el problema. No quieren ver ni aceptar que los cuerpos sin vellos, los cuerpos jóvenes, son el ideal de una cultura pedófila, de una cultura de la violación que, desde que empezamos a comprender el mundo, nos enseña que las mujeres y sus cuerpos están para satisfacer, obedecer, someter, procrear.
Por eso ofende una mujer que no tapa partes de su cuerpo reservadas para la sexualización y consumo. Por eso da asco una mujer que no mantiene su cuerpo dentro de los mandatos patriarcales, por eso niñas y mujeres son obligadas a ser madres. Aprendemos que los cuerpos pueden ser controlados, usados, eliminados.
Nuestros cuerpos
La principal batalla del feminismo, en este momento, es la de la liberación de nuestros cuerpos. Los cuerpos de las mujeres y lxs niñxs que no tienen ningún valor para el patriarcado capitalista, mientras no pueda servirse de ellos, ya sea para usar, para lucrar, para abusar.
Por eso el cuerpo es nuestro principal territorio de lucha y recuperarlo es también una batalla cotidiana de micro escala, un trabajo hormiga que busca transformar de raíz, en niveles tan profundos como el del pensamiento, identificando y combatiendo hasta el lugar más pequeño donde el patriarcado sostiene su estructura violadora y asesina.
No es que la lucha de la feminista que protesta desnuda o la lucha de la que no se avergüenza de su vello corporal carezca de relevancia, sino que quien las condena carece de la capacidad crítica para entender que la normalización del vello corporal y que la liberación de los cuerpos de su hipersexualización no son ninguna estupidez.
Son maneras de desmontar la creencia de que nuestros cuerpos son asquerosos y desechables, siempre que no existan como objetos de deseo y consumo. Cada expresión del feminismo radical tiene un sentido importante y viene de una reflexión profunda en torno a la opresión de los cuerpos.
Parece necesario abordar el tema de manera casi pedagógica, porque está claro que no hay ningún esfuerzo de reflexión sobre el problema y sobre la gravedad de seguir contribuyendo a campañas de odio que se sirven de personas que han sufrido violencia. Sin embargo, esta intención pedagógica no es, como muchos creen, una obligación de las feministas, a quienes se les exige constantemente que «justifiquen» su lucha.
La violencia hacia lxs niñxs no se acaba con iniciarle un proceso al Evo o con capturar al asesino de Esther, como nos quiere hacer creer este Gobierno que se imagina heroico con estas acciones, como un modo de tapar su corrupción y fascismo.
Aun si nos dedicáramos a tratar de purgar la sociedad identificando uno a uno a los abusadores, descubriríamos que nuestra sociedad es, en realidad, una fábrica de violadores y pedófilos.
Cambiar esta realidad requiere de transformaciones muy profundas, que pocxs están dispuestos a encarar.
No hay sociedad más enferma que la que abusa y mata a lxs niñxs. Y la nuestra no se quiere curar, porque se opone al único remedio para estas violencias: el feminismo.
El feminismo de verdad, no ese liberal que le pone una curita rosada a una herida fatal. El feminismo radical que quiere revolucionarlo todo, que cree en otras maneras de existir como especie, que lucha porque los cuerpos, los animales, los ecosistemas, también dejen de ser considerados objetos de explotación.
Por eso incomoda el feminismo, porque nadie quiere cuestionarse cuan definidos están por la violencia ni la manera en que la reproducimos. Es más cómodo criticar a las feministas que asumir la autocrítica, es más sencillo decir que el feminismo es la declaración de guerra a los hombres que curar el propio machismo, es más importante culpar al enemigo y pedir su cabeza que atender el verdadero problema.
La María
Ahora, los ataques de quienes dedican su existencia a odiar a Evo Morales, tienen el ojo puesto en Maria Galindo.
Intentan hacer una distorsión absurda, sacando de contexto algo que dijo en un artículo que no tenía ninguna referencia hacia este tema.
Lxs antifeministas eufóricxs tratan de aprovechar como nunca la oportunidad de condenar a Galindo, sin embargo, solo logran que las muestras de apoyo y agradecimiento hacia su labor se multipliquen, porque la larga y feroz militancia de la María se defiende por si sola y es de una contundencia que va a desgastarlos en el intento de ensuciarla.
María, yo también quiero expresarte mi apoyo y mi profundo agradecimiento.
Porque no solo denuncias la violencia machista, también la diseccionas, la combates constantemente, muchas veces poniendo el cuerpo, otras generando pensamiento y análisis, que desde hace mucho se valora en ámbitos académicos, pero que viene de la calle, de la esencia misma de Bolivia que solo alguien que se ocupa de sumergirse en nuestras realidades como tú puede generar.
Y es eso lo que muchxs más valoramos de tu trabajo: tu acercamiento a la gente, la voz que le das desde tu radio a esas realidades invisibilizadas. Tú no te sientes boliviana y yo pienso que la Bolivia que amo es la que tu sueñas, esa en la que nos escuchamos, nos defendemos, esa en la que no hay miedo, esa que es crítica, esa que escapa a la polarización obligatoria, esa anormalidad que habitas y que nos libera.
Tu programa de radio es una oportunidad única de entender Bolivia, no solo en sus realidades oscuras, si no en sus sentires más conmovedores.
Un crudo y sentido acercamiento a la violencia que sufren las niñas en Bolivia, fue el programa que le dedicaste al infanticidio de Esther. Era un velorio simbólico en el que recibiste llamadas de oyentes que quieran despedir a la niña y proponer soluciones para esta violencia que mata.
Llamaron mujeres de distintas partes de la ciudad. Todas habían atravesado alguna forma de violencia machista que había afectado sus vidas. Abandono paterno, abuso infantil, familiares de víctimas de feminicidio.
La sesión fue un retrato cabal de un país terriblemente machista, en el que las mujeres, si sobreviven, salen solas de esas situaciones con todos los desafíos que eso implica, ante la indiferencia y en muchos casos el estigma social.
Un documento sonoro sobre cómo las víctimas de violencia no reciben apoyo de la Policía ni del aparato judicial, si no que son las feministas y otras mujeres que también han sufrido esas violencias quienes las respaldan y defienden. Son historias en primera persona de la desigualdad social que condena a las mujeres, esa que durante la pandemia se ha ahondado y que tiene al feminismo en emergencia.
De esos programas que sacuden nuestros cimientos, la María tiene muchos. Y son de un peso y altura a la que ningún machirulo con ganas de atacarla va a poder jamás enfrentarse.
Feminismo
Ni la María ni ninguna feminista de verdad tiene por qué participar de sus carnicerías politiqueras. No vamos a degradar nuestras luchas para sus fines perversos. Porque nuestra lucha no es por poder, es por la vida misma. La lucha del feminismo es vital.
El feminismo, para mí, es esperanza. Cuando el mundo ya no da más de putrefacto, cuando no parece haber cura para este mal patriarcal terminal, ahí está el feminismo combatiendo desde sus pequeñas y urgentes trincheras. Las feministas están batallando incansables contra un mal de dimensiones monstruosas y contra corriente.
Muchas de ellas tienen como cualquier ciudadanx su trabajo, su familia, sus dificultades cotidianas, e incluso así dedican muchas horas de su semana a pensar en todas, a apoyarse, a organizarse, a movilizarse, desmontando el patriarcado desde sus cimientos, desde el discurso, desde lo que se consume, desde las relaciones y los afectos, desde la conexión con la naturaleza, desde la conexión entre nosotras y con una misma.
Ante una sociedad profundamente violenta, machista, racista, construida sobre opresiones: ¡feminismo! Feminismo de clase, feminismo antirracista y antifascista, feminismo decolonial, feminismo ecológico.
Sigamos rebeldes, sin miedo, alzando la voz, incomodando, poquito a poquito, hermanas.
¡Se está cayendo, se va a caer!