El 16 de abril Mohammed Mostajo, a nombre del Gobierno boliviano, había anunciado que el país sería capaz de procesar 3102 pruebas diarias del tipo PCR para diagnosticar COVID-19. Hasta el momento se ha roto la barrera de los mil test solo en cuatro jornadas.
Muy Waso
Mohammed Mostajo tiene 31 años y su especialidad no es específicamente la salud y mucho menos la epidemiología. Así, unx no termina de explicarse bien qué hace actualmente, desde el Palacio de Gobierno, frente a la crisis sanitaria. Lo que sí sabemos bien es que realizó muchas promesas. Una de ellas, que el país sería capaz de procesar hasta 3102 pruebas PCR diarias para diagnosticar COVID-19. 45 días después de aquel anuncio, Bolivia apenas superó la barrera de los mil test en cuatro ocasiones.
https://www.facebook.com/mohammedmostajoradji/videos/2479687385464400
La primera vez que se rompió el magro récord -recordemos que Bolivia, pese a haber incrementado su «volumen» de testeo, continúa siendo una de las naciones que menos pruebas realiza en Sudamérica- fue el 7 de mayo. En aquella ocasión, según estimaciones, porque el Gobierno de transición no hace públicos estos datos, se realizaron 1047 test para la COVID-19. Antes de aquella fecha, el promedio diario de diagnósticos laboratoriales al nuevo coronavirus era de unos 194.
Desde entonces el número de pruebas ha ido en aumento, superando el millar en otras tres ocasiones más. Sin embargo, pese a los esfuerzos (?), Bolivia es el penúltimo país sudamericano con la peor tasa de test por cada 100 mil habitantes (248), tan solo por encima de Paraguay (107) y por detrás de Argentina (356).
Esta alza en la cantidad de diagnósticos laboratoriales derivó en que, en los últimos días, el periodismo nacional hable incorrectamente de un incremento en los contagios, cuando en realidad lo que sucede es que los pacientes, que antes eran ignorados (gracias a la aplicación de estrategias de contención excesivamente pasivas), ahora cuentan con un diagnóstico, digamos, oportuno. Esto se evidencia en los «rastrillajes» activos que han sido desarrollados en ciudades como El Alto o Cochabamba.
La pregunta es, ¿por qué el seguimiento de casos sospechosos recién se intensificó casi hacia el final de la cuarentena estricta? O, mejor, ¿por qué la cantidad de testeos fue prácticamente duplicada a solo unos días de iniciar una flexibilización del confinamiento?
Otra interrogante que seguramente no encontrará respuesta, es la del tipo de pruebas que están siendo utilizadas para confirmar o descartar los casos sospechosos de COVID-19 durante estas últimas jornadas.
Un protocolo oficial para el diagnóstico de los enfermos con el nuevo coronavirus, recientemente publicado por el Ministerio de Salud, detalla que 10 laboratorios públicos de test moleculares rápidos (basados en PCR), en siete departamentos, están a la espera de «cartuchos» que tendrían que haber llegado a finales de mayo.
Entonces, no sabemos con certeza si las cifras oficiales reportadas a diario incluyen los resultados de estas pruebas o solo las de PCR (el método universal y estandarizado para el diagnóstico de infecciones por el nuevo coronavirus).
Una tercera cuestión es saber si la cuarentena estricta (militarizada y policíaca) -con una tasa de testeo tan baja, casi como caminando a ciegas y sin saber realmente cuántos contagiados teníamos- cumplió con el objetivo de «aplanar la curva» y evitar el colapso de los precarios recintos hospitalarios que, entre escándalos de corrupción, al parecer, tampoco han sido equipados como se esperaba.
Este es el escenario en el primer día de cuarentena dinámica, en la que, por decreto, la responsabilidad de «elaborar, ejecutar y actualizar» planes de contingencia frente a, quizás, una de las más graves crisis sanitarias que atravesará el país.