El trabajo de cuidado aporta el 16% al PIB de Bolivia, pero es invisibilizado por la sociedad y los gobiernos. Cada día, miles de mujeres en mercados y universidades reparten su tiempo entre el trabajo de cuidado impago y el trabajo remunerado. Esto repercute en su bienestar, en su desempeño laboral y académico. La ausencia y falta de corresponsabilidad de los padres y el Estado perpetúa desigualdades de género.
A sus 26 años, Joselyn arrulla a su sexta hija, la pequeña tiene apenas dos meses. Joselyn salió bachiller de una escuela nocturna mientras cuidaba sola a su primer hijo. El padre del niño había decidido abandonarles.
Ahora Joselyn es comerciante ambulante en la plaza 24 de Septiembre en Santa Cruz de la Sierra.
Como ella, otras comerciantes —ambulantes o con puestos fijos— venden juguetes, burbujas, espadas con luces o caramelos mientras sus hijos juegan o caminan detrás. Eso sí, siempre alertas a la presencia de la Guardia Municipal que les impide asentarse en lugares «no permitidos». Al incumplir la prohibición, se arriesgan al decomiso de su mercadería. Además, enfrentan críticas por trabajar y criar en las calles al mismo tiempo.
“La gente nos mira y me critican por trabajar con mis niños. No tengo quién los cuide. Tengo que trabajar para la comida y el alquiler. El dinero no me alcanza para una guardería”, dice Joselyn, quien enfrenta insultos y amenazas de la gente por criar a sus hijos en las calles mientras trabaja.
A los 16 años, Joselyn vivió el abandono del padre de su primer hijo y, más tarde, el de sus otros cinco niños. Esto la obligó a asumir sola la crianza, sometiéndose a la doble jornada laboral y descuidando su propia integridad física y mental.
“Mi sueño era ser policía. Por falta de apoyo económico y familiar no lo logré. Tuve que dejar mis sueños. Luego tuve otro bebé y mi deseo de querer ser alguien en la vida quedó atrás”, dice Joselyn.
Además de la doble jornada, la precariedad y el abandono paterno de sus hijos, Joselyn enfrentó las barreras de acceso a la salud sexual y reproductiva.
Para Ana María Kudelka, experta en derechos sexuales, la precariedad económica es un factor que restringe el acceso a información sobre salud sexual y reproductiva.
El cuidado de 4.5 millones de personas en Bolivia es invisible
“Muchas veces, los padres no tienen conciencia de asumir responsabilidades sobre sus hijos e hijas, incluso en la convivencia. Identifican que el rol de crianza es de las mujeres y no de ellos, como manda el sistema patriarcal. Cuando hay separación se desentienden aún más”, explica Paola Gutiérrez, trabajadora social de Mujeres en Busca de Justicia. Ella suele atender demandas por asistencia familiar y ve frecuentemente casos de irresponsabilidad paterna.
En Bolivia, 4.5 millones de personas requieren de cuidados, incluyendo niños, niñas, adolescentes, adultos mayores, personas enfermas y con discapacidad, según el informe Tiempo para cuidar: Compartir el cuidado para la sostenibilidad de la vida de Oxfam. De ellas, cerca de tres millones viven en hogares pobres y vulnerables.
El informe detalla que el cuidado, la crianza y las labores domésticas -que principalmente recaen en las mujeres- son trabajos no remunerados y son poco reconocidos por la sociedad boliviana.
La investigadora costarricense-uruguaya Juliana Martínez Franzoni explica que, en la cadena productiva de un hogar o del país, los “eslabones de cuidados” son generalmente invisibles, considerados como asuntos familiares o de la vida privada aunque tengan un impacto social y económico.
Comerciantes: entre trabajar en sus puestos de venta y cuidar a sus hijos
En Bolivia, el 80% de las personas trabaja en la informalidad. El 87% de esta población son mujeres y, de este porcentaje, cuatro de cada 10 son cuentapropistas, según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Optan por el comercio debido a tres factores: la falta de empleo formal, los rubros usualmente ocupados por varones y la crisis económica, detalla Bruno Rojas, investigador del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA).
Rojas dice que estas condiciones reflejan el deterioro de la calidad del empleo, que perpetúa la precariedad laboral. Esta situación afecta a mujeres de cualquier nivel educativo, quienes se ven obligadas a aceptar trabajos con bajos salarios y sin garantías laborales.
Las comerciantes realizan doble jornada: el cuidado se suma al trabajo remunerado. Esto desgasta su bienestar físico y mental, limita sus aspiraciones y amplía las desigualdades de género.
Según el Centro de Promoción de la Mujer Gregoria Apaza (CPMGA), el conflicto entre la vida laboral y familiar que viven las mujeres, especialmente las de menores recursos, restringe el derecho al trabajo, a la educación y a la participación. Asimismo, “condena” a sus descendientes a arreglos precarios de cuidado y protección ante la ausencia o falta de corresponsabilidad del padre.
Estrategias de cuidado y centros infantiles para comerciantes
Carla Gutiérrez, directora del CPMGA, agrega que ante el abandono paterno y del Estado, las cuentapropistas en El Alto aplican otras modalidades: trabajan con sus niños, los dejan al cuidado de parientes o los menores se cuidan entre ellos.
Explica que persisten sesgos: cuando el trabajo de cuidado lo desempeñan hombres, se considera «ayuda» y no una responsabilidad compartida. Esto perpetúa la feminización de las tareas de cuidado. El trabajo de mujeres, incluido el productivo, es subvalorado o invisible. Las cuidadoras enfrentan una sobrecarga física y emocional, por la idea errónea de que estas tareas son «su obligación».
Valeria Campos, psicóloga y socióloga de Ciudadanía, considera que la doble carga está naturalizada. Trabajar y cuidar al mismo tiempo implica estrés excesivo, tensión y sobrecarga de trabajo. Esta carga “tendría que ser sostenida con centros de cuidado infantil públicos en los mercados”, asegura.
Marisol Torrez y Loyda Escalera venden comida en el mercado 27 de Mayo de Cochabamba. Marisol trabaja junto a sus hijas de dos, seis y 12 años. Loyda tiene una hija de cinco años, el mismo tiempo que lleva atendiendo su negocio. Ambas cumplen doble función, mientras sus parejas se dedican a trabajos asalariados.
“Cada puesto tiene de dos a tres trabajadoras que vienen con sus hijitos, que se quedan en la calle, en el pasaje o en la acera. Sería útil una guardería con mayor capacidad», cuenta Elba Herrera, presidenta del mercado.
En el Mercado Lanza de La Paz también demandan ampliar la capacidad. Josefa Sirpa, secretaria general del sector Pérez Velasco, denunció supuestos privilegios y pidió que los gremiales tengan prioridad. Orlando Murillo, director de Atención Social Integral de la Alcaldía, negó cualquier tipo de discriminación e invitó al diálogo. Mientras tanto, el mercado sigue abarrotado de carreolas, andadores y niños y niñas jugando.
Universitarias: deserción por el trabajo de cuidado
Además de las gremiales, las mamás jóvenes que estudian en las universidades también son afectadas por el trabajo de cuidado no remunerado.
Algunas logran acabar sus estudios enfrentando dobles y hasta triples jornadas de trabajo (criar, estudiar y trabajar). Otras abandonan sus carreras para cuidar a sus hijos e hijas ante la ausencia del padre y la falta de corresponsabilidad del Estado.
Así ocurrió con Julia (nombre cambiado), quien dejó sus estudios por temor a “molestar” a los docentes y a sus compañeros con el cuidado de su bebé. Ella cursaba el tercer año de Psicología en la Universidad Pública de El Alto (UPEA). Luego de dar a luz, abandonó la carrera para dedicarse a tiempo completo a la crianza.
“Cuando he tenido a mi bebé, ya no he podido seguir estudiando, tenía miedo ir a clases”, denuncia Julia.
Después de dos años y medio, Julia pudo regresar a la universidad gracias a la habilitación de Jisk’a Wawa. Este centro infantil de la UPEA empezó a funcionar en marzo de 2024.
La encuesta de percepciones sobre cuidado y uso de tiempo, realizada en Bolivia por Oxfam y Ciudadanía en 2018, revela que el 30% de las mujeres dejaron de estudiar por dedicarse al trabajo doméstico y de cuidado, cuatro veces más que los hombres.
En el caso de los hombres, el inicio del trabajo es una causa casi tres veces más frecuente para dejar los estudios.
Jornadas interminables para poder estudiar
Elizabeth, de la UPEA, intenta equilibrar su tiempo entre el estudio, el cuidado y la venta de comida. Siente que todas estas actividades afectan a su salud física y mental.
“Es difícil cuidar y estudiar. Si llora en clases, salgo del aula y tengo que repasar de nuevo, pero sigo. Quiero superarme”, dice con entusiasmo.
Su pareja también estudia, pero no se ocupa del cuidado ni de las tareas domésticas. Incluso el negocio de comida rápida recae en ella.
“Él también estudia (…) A veces le digo que lleve al bebé a sus clases para que sepa cómo es estudiar mientras se cuida. No le lleva y tampoco puedo obligarle”, cuenta Elizabeth.
Isabel de 30 años, de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) de Cochabamba, se autodenomina “multifuncional” porque trabaja, estudia y cría.
Expresa la ansiedad que le causa esta situación y resalta lo organizada que debe ser para evitar que “el día se eche a perder por un error de cálculo”.
“Empiezo a las cuatro de la mañana. Trato de mentalizarme que tampoco soy súper humano. ‘Eres mamá, pero también eres mujer, tienes vida académica y laboral’, me digo. Ocho horas de sueño es un lujo», relata Isabel.
Valeria Campos explica que esta sobrecarga se denomina “síndrome del estrés de la persona cuidadora”. El desgaste genera estrés excesivo, depresión, ansiedad, hipervigilancia y deficiencia en el sistema inmunológico por la somatización de las emociones. “No tienen con quién conversar de esto. Su vida se enfoca en el cuidado y no tienen espacios vinculados al autocuidado”, enfatiza la especialista.
Para Isabel, el mayor apoyo fue su madre hasta que tuvo que regresar a España. Ahora la apoya su novio, quien se involucra en el cuidado. El padre del niño se queda con él un día de semana y los fines de semana.
Las mujeres pasan en promedio seis horas y 10 minutos al día haciendo trabajo doméstico y de cuidado, sin remuneración. Los hombres sólo tres horas y 19 minutos, según la Encuesta Urbana de Uso del Tiempo del CEDLA.
COB: “El cuidado no es trabajo, es una colaboración”
La doble y hasta triple jornada laboral realizada por mujeres no es visible para la Central Obrera Boliviana (COB). Gustavo Arce, secretario de Educación y Culturas de la COB, afirma que la institución no reconoce la crianza y el cuidado de menores como un trabajo.
“Para nosotros no es un trabajo, sino una colaboración dentro de la familia que la mujer hace. Hay que reconocer la labor que realiza, porque al final es mujer, es ama de casa, es mamá y tiene labores distintas. Por consiguiente muchas veces hace el triple trabajo que hace un varón”, dice el dirigente.
En el caso de las gremiales, afiliadas a la COB, Arce califica como “más relevante” el trabajo que realizan, ya que por lo general son las mujeres las que cuidan a sus hijos en los puestos de venta. Ante ello, considera que las “maestras mayores” (dirigentas en mercados) y los sindicatos deben velar por la situación de sus afiliadas para contratar los servicios de guardería o garantizar un lugar para la protección de los menores.
Paola Gutiérrez, de Mujeres Creando, considera que la postura de la COB es “errónea”, pero no le sorprende. Añade que es una expresión que refleja la visión patriarcal y machista de organizaciones e instituciones que se niegan a entender el enfoque feminista. Enfatiza en la complejidad de entender el sistema patriarcal y machista que opera en todo nivel.
“Dejan la responsabilidad de cuidados y reproducción de la especie —no solo biológica sino social— a las mujeres. Somos quienes estamos sosteniendo las sociedades”, concluye Gutiérrez.
Gustavo Arce, quien fue criado por su abuela debido al trabajo de sus papás, reconoce que dos de sus compañeras del Comité Ejecutivo Nacional de la COB dejaron su cargo porque tenían que dedicarse a la crianza de sus hijos. Pero remarca que la institución no coarta su participación política.
¿Y la corresponsabilidad del Estado?
La Constitución Política del Estado establece en su Artículo 338:
“… el Estado reconoce el valor económico del trabajo del hogar como fuente de riqueza y deberá ser cuantificado en las cuentas públicas”.
El Diagnóstico sobre el aporte al sistema económico del trabajo de cuidado en Bolivia (2022) evidencia que el trabajo doméstico no remunerado aporta el 16% del PIB. “El porcentaje muestra la importancia del aporte del trabajo no remunerado al sistema económico boliviano, situándolo entre las principales actividades económicas que aportan al PIB en el país”, concluye.
Este estudio, elaborado por Alianza por la Solidaridad y el Servicio Plurinacional de la Mujer y de la Despatriarcalización “Ana María Romero” (SEPMUD), dimensiona la economía del cuidado no remunerado y la desigualdad de su distribución en los hogares bolivianos.
Asimismo, la OIT reconoce al trabajo de cuidado no remunerado como un aspecto esencial de la actividad económica. También lo considera como un factor indispensable para el bienestar de las personas.
El Gobierno, a través del Viceministerio de Igualdad de Oportunidades, diseñó la Política Pública Plurinacional para el Desarrollo Integral de la Primera Infancia «Contigo Desde tus 0-5». También avanza en una política de cuidados que promueva la redistribución y corresponsabilidad a nivel institucional, social, comunitario y familiar.
Paralelamente, desde 2018, organizaciones de la sociedad civil conformaron plataformas departamentales y la Plataforma Nacional de Corresponsabilidad Social y Pública del Cuidado. Estas exigen al Estado servicios públicos de cuidado para la primera infancia, niñez, adolescentes, adultos mayores, personas enfermas y con discapacidad.
Al respecto, el acceso a los centros infantiles municipales aún es limitado. En la investigación realizada para este reportaje, se verificó la situación en La Paz, Cochabamba, Santa Cruz, Sucre y El Alto. En estos cinco municipios hay 196 guarderías públicas que benefician al 1,9% de la población menor de 4 años de edad.
Centros infantiles en mercados de Santa Cruz de la Sierra
Joselyn Luna cuenta que no existe un centro de cuidado infantil municipal cerca a su trabajo. Esto pese a que está en el Distrito 11, que incluye el primer y segundo anillo, y alberga a 163.000 habitantes según el Censo de 2012.
La falta de un centro infantil también afecta a comerciantes que trabajan en el Mercado Nuevo, en el mismo distrito.
La presidenta de la Asociación 24 de Septiembre cuenta que el Mercado Nuevo tenía guardería. Ella utilizó el servicio cuando era niña e igual lo hicieron sus cuatro hijos. Conocedora de los beneficios, tanto para la madre como para los infantes, demanda que se retome el servicio, paralizado hace 10 años por falta de refacciones.
En Santa Cruz hay 89 centros de abastecimiento minorista: privados, municipales y en usufructo o concesión. La Alcaldía administra 27. De estos últimos, La Ramada y Los Pozos son los únicos construidos con ambientes aptos para guardería.
El director de Centros de Abastecimiento Minoristas y Servicios, Orlando Ávalos, asegura que los centros infantiles de ambos mercados funcionan con normalidad. Sin embargo, el presidente de la Federación de Gremiales, Jesús Cahuana, informa que operan al 50%.
El Mercado Nuevo La Ramada alberga a 4,200 gremiales y el Mercado Nuevo Los Pozos tiene 3,000 comerciantes. En ambos casos, el 80% de comerciantes son mujeres, según datos de Cahuana.
Ávalos coincide en que hay más mujeres en los mercados, quienes atienden sus puestos al tiempo que crían a sus hijos. “Son madres que desarrollan su actividad y no hay con quién dejar a los menores”, afirma.
Aclara que en el caso del Mercado Nuevo se está gestionando la habilitación del centro infantil para 2025.
«Agú, agú, ¡guardería para U!»
La lucha por guarderías en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) no es nueva. Ya en agosto de 2014, las madres estudiantes de la UMSA exigían la implementación de una guardería que les permitiera continuar con sus carreras. El centro infantil Andresito funciona desde 2016. 10 años después de la lucha, aunque con una discontinuidad en su funcionamiento, ese centro recibe a 40 niños de los estamentos estudiantil, docente y administrativo.
El servicio se realiza de 07:30 a 20:00. Sin embargo, las cláusulas especifican que los menores sólo pueden quedarse en el horario de clases de la madre o padre. Por tanto, no hay cobertura de alimentación. Eso sí, el servicio es totalmente gratuito para estudiantes.
A diferencia de lo que ocurre en la UMSA, el centro infantil Gabrielito de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM) de Santa Cruz tiene costo. Para estudiantes es de 160 bolivianos mensuales y de 400 bolivianos para funcionarios. El centro funciona desde las 07:00 hasta las 13:00.
El centro Gabrielito atiende a 97 infantes. Según la coordinadora, Paola Molina, el 80% son hijos de estudiantes y el 20% de administrativos.
Dudas y desconfianza sobre centros infantiles
Las universitarias expresan la necesidad de establecer centros infantiles, pero muchas desconfían sobre dejar a sus hijos al cuidado de otras personas. Por ejemplo, Elena prefiere pasar clases con su niño de año y medio, antes que utilizar el servicio Jisk’a Wawa de la UPEA
Lo mismo ocurre con Nelly Callisaya, en la UAGRM, quien inició sus estudios cuando su hija nació. Nelly afirma que opta por dejar a su hija al cuidado de su madre, en lugar de una guardería pública o privada.
“Hoy en día se ve de todo (en cuanto a peligros), ya ni la guardería es segura. Prefiero confiarle a mi madre antes que a otra persona. Si la llevo a una guardería privada… es carito”, recalca.
Esta percepción concuerda con la de comerciantes de El Alto, mencionadas en el estudio del Centro Gregoria Apaza. Ellas señalan aspectos negativos sobre los centros, entre ellos posibles casos de violencia y descuidos. Estas mismas madres, según el estudio, dicen que no enviarían a sus niños a centros infantiles, ni siquiera en el caso de que los ubicaran cerca de sus casas.
Las historias de Joselyn, Marisol, Loyda, Julia, Elizabeth, Isabel y Nelly, gremiales y estudiantes, retratan la vida de miles de mujeres afectadas por la responsabilidad de asumir el trabajo de cuidados en soledad. La ausencia paterna en esta labor y el sistema patriarcal, las empujan a dedicar su tiempo, energía y recursos al cuidado sin remuneración ni reconocimiento.