Orson Welles está de cumpleaños y para celebrarlo les ofrecemos un breve acercamiento a su magnífica Touch of evil y su legendario plano secuencia de apertura.
Mijail Miranda Zapata
Este fue el último filme que Orson Welles rodó en Estados Unidos antes de marcharse a Europa para trabajar sin la mordaza que le imponían las grandes casas productoras norteamericanas. Estrenado en 1958, con Welles obligado a alejarse en la postproducción, no pudo verse el montaje que el genial cineasta había ideado sino hasta 40 años después de aquella premier. Fue esa versión, recreada siguiendo los requerimientos de Welles para un nuevo y póstumo corte final (detallado en un extenso memorándum a sus productores), la que me reveló las verdaderas dimensiones del arte cinematográfico.
Los televisores pantalla plana y el Full HD eran apenas imaginables, la televisión por cable aún era un lujo, los cineclubes se nos morían y no había otra novedad que la de los DVD. Y es en ese formato en el que llegó a mí una copia (pirata, obviamente) de Touch of evil – Reconstructed Versión.
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Eran jornadas maratónicas en las que las películas pasaban una tras otra sin poder vencer la apatía de la adolescencia. Entonces apareció aquel plano secuencia inaugural, el más perfecto que se ha hecho técnica y narrativamente. Tres minutos invaluables en los que podrían resumirse años de la historia del cine. Y lo afirmo sin temor a exagerar. Para mí significó eso y más. Un despertar. Tres minutos, una sola escena -la que da inicio a Touch of evil-, le bastaron al genio de Welles para “abrir las puertas de la percepción” a lo largo de los años, a través de los años. Una palabra también le es suficiente: Rosebud.
Pero no son, no fueron, solo tres minutos. Esta cinta es una master piece por su guionización minuciosa y oscura, con pistas y anzuelos regados por doquier, llena de intriga y personajes repulsivos. Corrupción, drogas, muerte, vicios, traición, guiños eróticos y perversos; una frontera, borderline: el espacio geográfico y psicológico por el que transitan sus personajes, en el que se plantean dilemas morales impregnados de gestos iconoclastas. Y aun es poco, porque también están las tremendas actuaciones del legendario Charlton Heston, la exuberante y mística Marlene Dietrich y el mismísimo Welles: visceral y violento.
Con una fotografía remitiéndonos al más clásico expresionismo alemán y gracias a los marcados contrastes, los desplazamientos de cámara imposibles y la abigarrada composición de los planos, la atmósfera visual, además de onírica, resulta sumamente inquietante. Así como la musicalización, ese jazz sucio y pegajoso preñado de sones latinos o ese rocanrol redundante e interminable, que asoma para reforzar un ambiente tan bizarro como decadente.
https://www.youtube.com/watch?v=b0c2IgiiOBU
Tanto Touch of evil, como su director, merecen páginas y páginas de elogios, estudios y dedicación; horas y horas frente a la pantalla, con las mismas películas o repitiendo la misma escena, unos pocos segundos. Horas y horas.
Orson Welles -al que hoy celebramos-, como todo el buen cine, es una necesidad/obsesión/adicción. De cruzar la frontera, todos son bienvenidos.