¿Cómo estamos orientando nuestras preocupaciones sobre el medioambiente, la naturaleza y los animales? ¿Estamos realmente cuestionando los problemas sistémicos que se ocultan detrás de sus problemáticas? Aquí un sacudón a nuestras cómodas buenas intenciones.
Rafaela M. Molina Vargas
“La revolución ecológica será decolonial o no será”
Malcom Ferdinand
Comencemos diciendo que, así como el feminismo necesita ser interseccional y comprender la opresión de clase y de raza, además de la opresión inherente a ser mujer, la ecología necesita ser descolonizada, decolonial y requiere engranarse en la interpelación académica y práctica al sistema capitalista/colonialista actual.
El reciente Decreto Supremo 4232 autorizó procedimientos abreviados para transgénicos para cualquier evento en cinco semillas incluyendo el maíz, para el que somos centro de diversidad y un segundo centro de domesticación. Esta norma «ilegal» puso nuevamente sobre la mesa la discusión sobre problemáticas ambientales y activó a las organizaciones y colectivos denominados ambientalistas. Por eso, además de oponernos firmemente al decreto, también es el momento adecuado para analizar los «ambientalismos» y contextualizarlos.
Por muchos años las nociones ecológicas y de sustentabilidad han sido planteadas como antagónicas al desarrollo o, principalmente, al crecimiento económico. Existe la visión generalizada de que las consideraciones ecológicas limitan y perjudican el progreso. Esta lógica es, solamente, parte de una visión del mundo que considera a los ecosistemas y la biodiversidad como recursos a explotar y aprovechar. Frente a esto, han surgido también grupos ambientalistas que defienden la naturaleza y promueven su conservación a toda costa.
Sin embargo, tomar en cuenta el aspecto ecológico o denominarse ambientalista no implica en sí mismo un cambio de visión y no plantea un cuestionamiento a ese sistema-mundo explotador en el que Bolivia es un «país periferia», cuyos recursos, biodiversidad, trabajo, economía, política y valores están subordinados a países que conforman el centro del sistema: los países desarrollados y colonizadores.
El ambientalismo y la preocupación por “el medioambiente” y los animales por sí solos también pueden llevar a promover las desigualdades y a deshumanizar y oprimir grupos humanos. Es lo que se denomina ecofascismo. Hitler, el genocida más grande de la historia occidental, que llegó a torturar y asesinar a 6 millones de judíos, más de 250 mil discapacitados, otros miles de homosexuales, entre otros, es un ejemplo icónico. Este mismo Hitler tenía nociones de conservación de la naturaleza y fue apoyado por grupos ambientalistas y conservacionistas en la Alemania nazi, sin dejar de imponer la supremacía de la raza aria para ejecutar y torturar a millones de personas.
El hecho de que la preocupación por la naturaleza pueda ir acompañada y sea compatible con ideas supremacistas y acciones genocidas, o que promueven la desigualdad, demuestra que el ambientalismo por sí solo no es suficiente. En cambio, es fundamental comprender que la crisis ecológica es el resultado del sistema mundo capitalista/colonialista, es la evidencia de las contradicciones intrínsecas de un sistema basado en la explotación no solo de los ecosistemas, sino de las mujeres, los más pobres, los indígenas, los negros, los países colonizados.
Es decir, los conflictos ecológicos necesitan ser vistos de forma integral, indisolublemente ligados a los conflictos sociales, todos resultado de un mismo sistema global.
Actualmente, desde ciertas corrientes de la investigación científica y la academia se plantea que el sistema humano (socioeconómico y político) no debería tratarse como sistema independiente y externo. Es así que se están construyendo enfoques como el de «sistemas socioecológicos», que conciben al ser humano como parte activa e interdependiente del sistema global.
De esa forma se abordan conflictos ecológicos relacionándolos con la pobreza, los conflictos de distribución de recursos y territorios y los problemas de desigualdad y de representatividad. Es también en ese sentido, indisoluble, que se concebía desde hace mucho tiempo a la Pachamama en las cosmovisiones andinas, y es, en este intento de revincular lo humano con lo “no humano”, que en el Estado Plurinacional de Bolivia se aprueban la Ley de los Derechos y la Ley Marco de la Madre Tierra (ley 071 y ley 300, respectivamente). Estas leyes no asignan a la “naturaleza” como sujeto de derecho, porque eso no haría sino reforzar la separación y externalidad, sino que generan derechos colectivos de las personas como parte de sistemas de vida. Dicho de otra forma, en esta visión, Madre Tierra somos todes.
Por otro lado, durante los últimos años, se ha planteado la necesidad de descolonizar la ecología y nuestras visiones de conservación, entendiendo que la colonización alcanzó también a las ciencias y, particularmente, la ecología y a las corrientes de conservación de la biodiversidad, que llegaron a América Latina y el Caribe.
Estas corrientes trajeron una visión distorsionada de los pueblos indígenas como “buenos salvajes ecológicos”, basándose primero en la homogenización simplista de las comunidades y, segundo, con la idea construida de su “otredad” y “natividad” como base del equilibrio con la naturaleza y el aspecto clave para la preservación de la misma (Siffredi y Spadafora, 2001).
Este enfoque incorporado en la mayoría de las ONG internacionales, regionales y locales en América Latina y el Caribe consiguió invisibilizar la pobreza y la marginación, así como los procesos complejos de pueblos que no son sino considerados bajo los parámetros de “buen salvaje” y, por tanto, con necesidades subordinadas a los intereses económicos y/o políticos de la conservación internacional. Esta, a su vez, subordinada a los intereses del sistema capitalista/colonialista.
En este sentido, Malcom Ferdinand plantea que existió un doble quiebre en el mundo y la concepción del mismo, el quiebre ambiental y el quiebre colonial. Por eso existe un errado desacoplamiento entre la pobreza, la marginación de grupos racializados y los conflictos ecológicos. Como plantea Ferdinand, en su libro Écologie Décolonial, necesitamos descolonizar la ecología.
Y esto es necesario como resistencia a un sistema global que Bellamy Foster denominó como «imperialismo ecológico» o lo que Enrique Leff llama «la explotación conservacionista».