En el Día Internacional de la Alimentación queremos compartirles la hermosa historia de un grupo de apicultoras en los Yungas de La Paz y su trabajo para resguardar a las abejitas más «amables» del país, las abejitas sin aguijón.
Las abejas meliponas no tienen aguijón y son tan pequeñas como las hormigas. Salen de sus colmenas antes de las nueve de la mañana, con rumbo al trabajo. La misión es traer polen para la producción de miel, cera y propóleo. Tres regalos con múltiples usos y beneficios, que son razones suficientes para cuidarlas.
120 mujeres de Chulumani, en la región de los Yungas en La Paz, Bolivia, aceptaron decidieron dedicarle su tiempo y cariño a estas abejitas, como quien cuida a una persona querida. Cada una de ellas resguarda hasta 24 colmenas.
“Son bien tiernas, no te pican y te dan la mejor miel. Yo no me enfermo de nada, hasta de mi vista me he curado”, cuenta María del Carmen Calizaya, mientras acomoda sus trenzas para que no estorben en la botella de plástico donde tiene abejas meliponas que lleva a casa desde su cocal.
María es parte del proyecto de rescate de las abejas “limoncito o angelitas”. Así es como bautizaron a esta especie de abejas los comunarios de esta zona, desde que tienen memoria. Curiosamente, el nombre científico de estos insectos podría espantarnos: tetragoniscas angustulas.
En chinelas y con una pollera abultada María camina con destreza en la montaña, mientras el sol pega fuerte sobre sus mejillas. Cuesta seguirle el ritmo, pero si una quiere ver cómo acomodará a las abejas en una casa hecha de madera, es necesario apresurar el paso.
El patio al que llegamos es amplio. María pone la botella de plástico sobre una mesa donde están todos sus materiales: estiletes, una cajita cuadrada de madera, láminas verdes de acetona y unas pinzas metálicas.
El proyecto de apicultura con meliponas demandó a las participantes, inicialmente, atrapar a las abejas angelitas.
María lo hizo. Escondió botellas de plástico en los cocales, cafetales y árboles frutales. Así las abejitas en vez de armar las colmenas pasan directamente a la improvisada casa.
Nuestra visita coincide con ese traslado que se hace entre cuatro y seis semanas después de dejar la “trampa”. La nueva casa, una cajita de madera, ofrece a “las angelitas” calor y protección de insectos depredadores. Las pequeñas polinizadoras revolotean entre las manos de María mientras las traslada.
Corta con el estilete la botella, con las pinzas saca los bloques de cera que ya se formaron y los acomoda en la caja. María usa la resina como pegamento y acomoda el piquero al centro de la caja que ya tiene un espacio marcado. Ese piquero funciona como puerta para las abejitas. Con la acetona sella la caja. Las protagonistas son silenciosas, estas abejas apenas se hacen oír.
Los insectos depredadores de estas abejitas son los chacalaras, unos villanos con apariencia de moscas. Pero no son los únicos.
Plaguicidas y deforestación
Los otros obstáculos para la supervivencia de las abejas meliponas son el uso indiscriminado de plaguicidas y la deforestación.
“Las abejas viajan hasta dos kilómetros y en el trayecto encuentran todo tipo de floración. Cuando van a un cocal fumigado, no resisten. Vuelven al panal, pero ya solo para morir”, dice con pena la apicultora Melida Ali Alvarado.
“Es cierto que la coca es nuestro sustento, por eso podemos tomar conciencia y no fumigar en el horario de trabajo de las abejas y mejor sería ni fumigar”, agrega.
El director de la Plataforma Nacional de Suelos, Fernando Canedo, asegura que existen muchos problemas porque ninguna entidad regula el uso de agroquímicos en los cocales.
“El monocultivo degrada los suelos, no permite una renovación por la extracción de nutrientes y minerales”, así se reducen las áreas florales. De esas áreas dependen las abejas que salen a buscar polen.
La directora de Monitoreo Ambiental del Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap), Karla Villegas, apunta a que “los cultivos de coca que afectan los suelos los dejan casi inservibles luego de cinco a siete años de cultivo de coca”.
Esto podría ser revertido retomando prácticas tradicionales, como el uso de cultivos por terrazas. Así se evita la erosión del suelo y se garantiza un aprovechamiento ecológico del terreno.
Según la investigación “Mapa de las Tierras Bajas y Yungas de Bolivia 2000-2005-2010”, realizada por la Fundación Amigos de la Naturaleza en 2016, la deforestación en Bolivia se produce a causa de la expansión de la agricultura mecanizada y la ganadería.
En Yungas, junto a SERNAP, trabajaron con las dirigencias de Cotapata, Pilón Lajas y Apolobamba donde también se siembra coca.
Lograron acuerdos para la disminución del uso de químicos y quema de bosques.
Jaime Rodriguez, presidente de la Sociedad Científica cuenta que, como biólogos, trabajan en estudios de abejas nativas de los Yungas, las meliponas y abejas castañeras, que permiten la polinización de la castaña en la Amazonia boliviana.
Para él, «lo que se hace (por resguardarlas) es muy poco, comparado con el papel de las abejas en los sistemas de cultivo”, explica.
Bartolinas toman la decisión de cuidar a las abejas meliponas
Las mujeres de ocho comunidades de Chulumani ya conocían a las abejitas meliponas, viven juntas desde siempre.
El cariño y reconocimiento a su labor polinizadora comenzó el 2019 con Juana Noga, productora de café y coca. Ella vive en la comunidad de San Antonio, a 20 minutos en vehículo desde la plaza principal de Chulumani.
Para llegar hasta su casa es preciso estar en buena forma física y un poco de agua. Los autos te dejan en la carretera y lo que sigue es caminar.
Cuesta arriba, su vivienda tiene más de 24 colmenas dispersas en las terrazas de tierra. Todas se sostienen en palos de madera de más de medio metro. Esa técnica las protege también de roedores que podrían comerse la miel que producen. Las cajas están entre los árboles de lima y mandarinas.
En enero del pasado año Juana comandó un cabildo de mujeres de la Federación Única de Trabajadoras Campesinas Bartolina Sisa.
Reunidas en la plaza principal, más de 50 mujeres debatieron el destino del dinero que administraba el municipio.
“Siempre que llegaban proyectos eran para los compañeros y no siempre aprovechaban. Como decimos, hacían escapar la plata”, cuenta.
Tras varias intervenciones de mujeres, Juana Noga se convirtió en la portavoz del pedido oficial. Ella era la presidente de la Asociación de Apicultoras. Formalizaron la demanda solicitando al municipio darles prioridad para administrar los recursos económicos del siguiente plan de apoyo a productores en esta zona. La Alcaldía accedió sin mayores trámites.
Ella nos recibe con una jarra fría de jugo de lima que recoge de su propio patio, entre el zumbido de abejas y otros insectos. Bajo el regazo de un árbol en su jardín, confiesa que nunca imaginó el alcance que tendría esa reunión con sus compañeras.
Cada kilo de miel puede costar hasta 700 bolivianos según la época de cosecha. La miel de las meliponas tiene hasta un 80% de humedad. En textura, sabor, color y olor es único.
Además, tiene propiedades medicinales probadas, ya que las pequeñas abejas buscan flores de plantas como perejil, cedrón, coca, frutas de temporada y plantas curativas de la zona.
Una fiesta en el paladar, fiesta ecológica
Después de ver el interior de una colmena me ofrecen polen y miel. Pruebo primero el polen. Su textura es suave, está perfumada y se siente liviana en la boca. Presiono el obsequio con mi lengua sobre el paladar. Dulce, como una harina. Dulce.
Para degustar la miel de las abejas meliponas la presión en el paladar debe ser firme, la cera la recubre. Una vez que la bolita explota se siente una miel mucho más líquida que la de abejas con aguijón. Es mucho más dulce y con un cierto olor a hierbas.
La miel existe desde hace millones de años y siempre fue valorada por sus cuatro bondades: nutritivas, alimenticias, cosméticas y medicinales.
María, la “cazadora” de meliponas, pudo comprobar sus propiedades cuando tuvo problemas en la vista. Mientras se abría paso entre los arbustos una rama rozó su ojo, después de algunos días de molestia y dolores soportables aplicó la miel, con la recomendación de sus compañeras.
Los resultados fueron buenos e inmediatos.
El proyecto de apicultura se gestó ocho meses después de aquel cabildo. Se aprobó un fondo de 700 mil bolivianos, dinero del Fondo Indígena, dependiente del Ministerio de Desarrollo Rural y Tierras. El municipio de Chulumani destinó 150 mil bolivianos como contraparte. Se hicieron cargo de la asistencia y capacitación técnica.
La crisis electoral
El país vivía un momento histórico con una crisis política provocada después de las elecciones presidenciales. Rápidamente, algunas voces quisieron vincular el proceso de apicultura con un tema partidario. Eso hizo que la búsqueda por nuevas apicultoras se hiciera con lentitud y precaución, las ingenieras encargadas de las capacitaciones y apoyo técnico debían moverse por distintas comunidades.
“Teníamos miedo, porque nos asociaban a un partido político y nunca fue así”, cuenta Carmen Quispe, una ingeniera agrónoma que forma parte del proyecto.
Pasada la tormenta coyuntural las voces de quienes deseaban ser parte del proyecto se oyeron más fuerte.
Allí cobraron fuerza los nombres de Juana, María y otros 120 nombres.
La miel siempre fue parte de las vidas de estas mujeres y sus familias: las colmenas se forman en los cocales y hasta debajo del techo de sus casas.
Más que sólo materia prima a la venta
Nora Charcas vive en la comunidad Afro Villa Remedios. “Cuando me enteré no he dudado en ir. Ahorita no tengo clientes porque no quiero vender pura miel, quiero vender sus derivados y procesar. Tengo jaboncillo de miel”, cuenta.
Nora busca especializarse en procesos de producción en el rubro estético. “Son tantas cosas buenas que se pueden hacer, ni siquiera hay que cuidarles todo el día. Hay que tener disciplina eso sí”, dice, mientras muestra su rostro. “Nadie puede adivinar mi edad”. No aparenta 60 años.
El compromiso municipal de entregar los materiales, como cajas de madera y acetona, más el llenado de actas de cada taller de capacitación se cumplió en un 80%, dicen los responsables del equipo municipal y las apicultoras coinciden.
Pero no son sólo trámites o llenado de actas e informes, también se formó una alianza entre ingenieras y productoras, donde decidieron dar continuidad al proyecto con visitas frecuentes.
Resistir, persistir
Para el primer año del proyecto el objetivo es que las 120 apicultoras hayan instalado 24 colmenas cada una. Se espera, con la primera cosecha, lograr ventas fuera de Chulumani.
“Si salimos a la ciudad hay que llevar buena cantidad de productos. Pero esta miel es más cara y hay que explicar a la gente porqué tiene ese precio. Que valoren el producto”, indican las ingenieras y asesoras del proyecto.
María Ojeda, otra anfitriona, se abanica constantemente cuando la visitamos.
Aunque nació en la comunidad de Lilata, una de las zonas más calientes en los Yungas, la productora apícola no se acostumbra a la nueva sensación atmosférica. Usa una pollera celeste y mandil de telas delgadas y aun así hace calor.
Cuando sus hijos eran colegiales, vivió en la ciudad. El olor a verde y la vida de campo la hicieron volver.
A su retorno hubo cambios. La cocina de su casa ahora está al aire libre. “Hace tres meses que no llueve y es quemante el sol, como si con lupa nos estuvieran apuntando”, detalla la productora yungueña.
El Atlas Socio ambiental de las Tierras Bajas y Yungas de Bolivia detalla que las temperaturas cambiarán más aún. Para 2030 la temperatura anual en estos bosques, en promedio, subirá un 2%.
Chulumani no ha perdido su encanto pese a las observaciones sobre suelos que hacen los expertos.
Antes de irme, María Calizaya vuelve a ofrecerme miel para degustación. Pido más, pero para comprar. En mi refrigerador todavía hay un jarro con miel de abejas sin aguijón que se usa con moderación.
Promiel, la apuesta gubernamental
En el 2012 se creó la Empresa Pública Productiva Apícola PROMIEL, como parte del Servicio de Desarrollo de las Empresas Públicas Productivas (SEDEM). Su función es fomentar el desarrollo del sector apícola en toda la cadena productiva. Eso se logró a través de algunos contratos con gobiernos municipales en el desayuno escolar.
El proyecto de apicultura con abejas sin aguijón no fue incluido. Promiel busca contratos con volúmenes mayores a una tonelada por comunidad productiva. Ese es el objetivo al que esperan llegar las apicultoras.
Las poblaciones de los Yungas ofrecen al mercado externo coca, miel y café. Para el mercado interno se produce mora, frutilla, cítricos y también se dedican a la crianza de aves y cerdos.