El miedo es un sentimiento común entre el colectivo LGTB, negros, indígenas y otras minorías atacadas por Bolsonaro, que tiene un largo historial de declaraciones racistas, misóginas y homófobas.
En las últimas semanas, tras innumerables agresiones y asesinatos políticos en Brasil, el miedo entre las minorías se ha intensificado. En 10 días, al menos una persona fue asesinada y otras 70 sufrieron agresiones debido a sus posturas políticas, según registros de las fundaciones Open Knowledge Brasil y Agencia Pública. Los datos muestran que en seis casos las víctimas fueron partidarios de Bolsonaro; el resto fueron agredidas por personas afines a él.
“Parece que hay más ultraconservadores saliendo del armario que gais. Yo ya he quitado de mi mochila los pins y otros símbolos LGTB que me pueden perjudicar”, dice G. G., de 16 años. Bolsonaro ha declarado que las agresiones son “excesos” y “casos aislados” y ha lamentado los episodios de violencia, a la vez que ha denunciado un “movimiento orquestado” de falsas denuncias para perjudicar su campaña.
“Los candidatos no pueden ser responsabilizados de todo lo que hacen sus partidarios. Sin embargo, como mínimo, tienen la obligación de garantizar que sus discursos no inciten a la violencia. Y cuando las amenazas y actos de violencia ocurren, deben condenarlos de manera categórica”, defiende Maria Laura Canineu, directora para Brasil de la ONG Human Rights Watch.
Giulianna Nonato, de 26 años, siempre ha tenido temor de salir a la calle, incluso cuando no se travestía. “Antes de presentarme con un cuerpo femenino, era un gran maricón, mi vida siempre ha estado marcada por el bullying [acoso] y la violencia”, cuenta en São Paulo.
Más que las agresiones físicas durante el periodo electoral, Nonato teme la “violencia institucional” de un posible Gobierno conservador, que puede modificar o anular derechos sociales garantizados por ley, como el Protocolo Transexualizante, que asegura la atención sanitaria gratuita a los ciudadanos trans, incluyendo el tratamiento hormonal y quirúrgico. “Actualmente, ya nos enfrentamos a la escasez de hormonas y esperas de meses para una simple consulta médica… eso puede empeorar”, añade.
“La gente que te miraba con odio ahora te mira como si fueras la personificación del mal que Bolsonaro pretende combatir. Él se presenta como el salvador de la patria, y sus enemigos se convierten en enemigos del pueblo”, comenta la socióloga Leona Wolf, de 36 años, que compara la situación en Brasil con la campaña de Donald Trump en 2016, cuando aumentaron las agresiones racistas y xenófobas en EE UU.
“Sé que no vamos a tener aquí campos de concentración para homosexuales, como en Chechenia, pero sí temo que nos parezcamos un poco a la Rusia de Putin”, añade. Susane Souza, de 45 años, y Camilla Silva, de 22, ambas mujeres negras de la periferia, relatan crisis de ansiedad en los últimos días. “Tengo miedo de ser asesinada”, resume Silva, mientras que Souza teme por su hijo adolescente: “Me angustia pensar que puede sufrir una agresión simplemente por el color de su piel”.
Ese miedo al odio que se incrustó en la contienda electoral no se limita a las grandes ciudades. En las aldeas indígenas, líderes políticos y religiosos expresan su preocupación ante un posible retroceso en las leyes ambientales que protegen sus territorios. “Nuestro principal temor es que liberalice la minería en nuestras reservas naturales”, explica Cristine Takuá, de 38 años, coordinadora de una comunidad guaraní.