Galaxia Gutenberg publica 778 cartas del escritor checo, 145 inéditas, del año 1900 a 1914. Las epístolas retratan su vida sentimental y su visión del mundo: “Solo deberíamos leer libros que nos muerden”.
Franz Kafka. Cartas 1900-1914 contiene 778 misivas, de las que 573 eran conocidas (en trabajos anteriores a la edición crítica alemana), y 145 son inéditas. Entre las ya publicadas del citado período figuran las quinientas a la primera novia del autor, Felice Bauer, y las escritas a Grete Bloch (amiga de Felice) y a los editores Max Brod, Ernst Rowolth y Kurt Wolff.
La escrupulosidad de los editores les ha llevado a incluir los detalles conocidos de 60 cartas perdidas, postales, telegramas, dedicatorias, tarjetas de presentación o las comunicaciones de carácter oficial, comercial o profesional (como las solicitudes o instancias dirigidas a instituciones tales como la Dirección de Policía o la misma compañía de seguros para la que trabajaba para solicitar permisos, ascensos o aumentos de sueldo). El libro se completa con un amplio aparato de anotaciones críticas, una exhaustiva cronología, las cartas recibidas que se han conservado y un quién es quién de todos los corresponsales o personas citadas.
El volumen aporta importantes novedades, que no se limitan al terreno filológico. La disposición de las cartas por cronología, y no por corresponsales, permite seguir el día a día de Kafka a la manera de una biografía epistolar, sin interferencias de intérpretes, y asistir a la evolución de su escritura, desde su relación ambivalente con Goethe (el canon literario) a su necesidad y amor por los demonios de la literatura a partir de su tormentosa relación con Felice Bauer, que le hace introducir su conexión con la vida, una escritura fluida y la perspectiva del otro, algo que está en la raíz de obras como El proceso o La condena.
También se pueden encontrar textos literarios, como la primera narración que ha llegado hasta nosotros (“La compleja historia del tímido larguirucho y del insincero de corazón”) y varios apólogos y cuentos breves, como el del hombre que no sabía reír ni bailar y que llevaba siempre una misteriosa caja cerrada que no enseñaba a nadie hasta que, a su muerte, se descubrió su contenido (“Dos dientes de leche”) o el del loco y el sabio que no sabía que era sabio:
“No se puede tomar el sol a la sombra. No creo que yo sea culpable de tu felicidad. A lo sumo de la siguiente manera: un sabio cuya sabiduría se escondía ante él se topó con un loco y charló un ratito con él sobre asuntos en apariencia remotos. Una vez concluida la conversación, cuando el loco se disponía a regresar a casa —vivía en un palomar—, el otro se le arroja al cuello, lo besa y exclama: ‘Gracias, gracias, gracias’. ¿Por qué? Tan grande era la locura del loco que al sabio se le hizo evidente su propia sabiduría”.
Vía El País