De Acosta fue algo más que una socialité sexualmente voraz y transgresora, también fue dramaturga, guionista de cine, ensayista, novelista y poetisa.
Nacida en Nueva York en la última década del siglo XIX y fallecida a los 75 años en 1968, Mercedes de Acosta se hizo célebre en vida por su excéntrico ropero masculino (le gustaba llevar capa, pantalones y zapatos de punta y hebilla al estilo de los padres peregrinos), y por su estelar vida amorosa. Isadora Duncan, Marlene Dietrich, Pola Negri, Tallulah Bankhead y, sobre todo, Greta Garbo —con quien estableció una sonada y tóxica relación— figuraron en su nómina afectiva.
Pero De Acosta fue algo más que una socialité sexualmente voraz y transgresora, también fue dramaturga, guionista de cine, ensayista, novelista y poetisa. Bajo el título Imposeída, la editorial Torremozas reúne una antología en edición bilingüe de sus tres poemarios, Moods (Mudanzas, 1919), Archways of Life (Arcos de la vida, 1921) y Streets and Shadows (Calles y sombras, 1922). La compilación de 55 poemas pretende restituir, más allá de su ruidosa biografía, la obra de esta hispana de Estados Unidos que «abrazó la modernidad urbana».
Jesús J. Barquet y Carlota Caulfield, encargados de la edición y de la traducción junto a Joaquín Badajoz, admiten que la propia Mercedes de Acosta contribuyó a alimentar su leyenda amorosa en detrimento de su obra. En los años sesenta, impelida por sus apuros económicos, publicó sus memorias, Here Lies the Heart (Aquí yace el corazón) que, según Barquet, «complican» aún más el relato de su vida. «Su relación con Greta Garbo catapultó su perfil público y el interés del periodismo farandulero», explica.
El historiador del teatro Robert A. Schanke publicó en 2003 una biografía titulada Aquella furiosa lesbiana —en alusión a cómo la llamaba Cecil Beaton, fotógrafo, escenógrafo y rival por el corazón la Garbo—. En ella desentrañaba con material inédito la verdad detrás de la mujer que Tallulah Bankhead apodó «la condesa Drácula» y a la que Truman Capote se refería como «la mejor carta» en su juego de mesa de camas y famosos The International Daisy Chain.
De Acosta era todo un personaje de Broadway y de la noche neoyorquina, ciudad cuyas contradicciones están presentes en sus poemarios. Su obra de teatro más destacada, Jacob Slovak (1923), abordaba el antisemitismo de una pequeña localidad de Nueva Inglaterra. En otros poemas, refleja su lucha por la aceptación personal: bajo la arrogancia que le daba su posición social y su fuerte personalidad se escondía la melancolía de saberse un bicho raro.
«Se atrevió a vivir su vida poniendo en solfa innumerables convenciones sociales», cuenta Barquet. Latina y feminista —»en 1919 era ya una inquieta activista en los movimientos por los derechos de la mujer y, entre ellos, el derecho al voto», se lee en el libro— pese a la seguridad que exhibía en público, fue una mujer acosada por la desazón. A pesar de ser abiertamente lesbiana, entre 1920 y 1935 estuvo casada con el pintor Abram Poole, también homosexual. El temor a ser «insaciable» surge en algunos de sus poemas más existenciales. «Creo que todo estado de insaciabilidad por cualquier motivo —y ella confiesa tenerlo— puede ser, en sí mismo, una forma de autotortura», sostiene Barquet, que achaca a su relación con Garbo los altibajos emocionales de la poetisa.
Cuando la escritora falleció, Cecil Beaton, otro personaje fascinante pero acosado por sus complejos de clase y viperino sin remedio, escribió: «No siento pena por la muerte de Mercedes de Acosta. Mi única pena es que haya vivido insatisfecha. En su juventud hacía gala de gusto y originalidad. Era una de las más rebeldes y descaradas lesbianas que conocí. Es un alivio que su largo hundimiento en la infelicidad haya llegado al fin».
Vía El País