La salud de los venezolanos en Bolivia, entre la solidaridad y la desinformaciĆ³n
La migraciĆ³n venezolana recorre el continente de manera masiva desde hace por lo menos tres aƱos. Las carencias entre la diĆ”spora venezolana son cada vez mayores. Entre ellas, la falta de acceso a servicios de salud es una de las mĆ”s lacerantes. En Bolivia, dos mujeres nos cuentan cĆ³mo, ellas y sus familias, sortearon enfermedades, las muestra de solidaridad entre sus compatriotas y los locales, y su relaciĆ³n con el sistema sanitario boliviano en medio de la emergencia desatada por la COVID-19.
Todas las noches sueƱa con una nueva vida en Santiago de Chile. SueƱa con el reencuentro con su familia. SueƱa con cĆ³mo serĆ” llegar a esa capital, con un empleo, con establecerse a lado de su hermana.Ā
Excepto aquellas noches en las que la niƱa mĆ”s pequeƱa de sus cuatro hijos cae enferma. Entonces MayerlĆn, quien nos pide no usar su apellido, no piensa en otra cosa mĆ”s que en bajarle la fiebre.
Comienza abril y Mayerlin estĆ” desesperada. Ella, su esposo y sus cuatro hijos hace no mucho soƱaban todas las noches con Santiago de Chile. Pero llevan casi dos meses āatrapadosā en Bolivia, en medio de una pandemia sin precedentes, con las restricciones de una cuarentena que apenas comienza y una niƱa ardiendo por una infecciĆ³n pulmonar.
En una de esas habitaciones se establecieron MayerlĆn, su esposo y sus cuatro hijos. En esa habitaciĆ³n una de las paisanas, buscando cĆ³mo ayudarla, recordĆ³ a su prima pediatra en Argentina. Luego, otros tantos se movilizaron para que ella pudiera salir a buscar ayuda.
Primero, en los oficiales de la PolicĆa boliviana que controlaban el cumplimiento de la cuarentena cerca de su hostal. Ellos le ayudaron a conseguir una ambulancia para llevar a su hija hasta un servicio de emergencia.
En ese momento, MayerlĆn solo pensaba en la recuperaciĆ³n de su niƱa.
āFue muy buenaā, repite MayerlĆn sobre la doctora en su cuarto dĆa de cuarentena obligatoria en territorio chileno. Un requisito indispensable para que les permitan seguir su ruta hacia la capital chilena. Les restan diez dĆas de espera.
āSi la farmacia tenĆa el medicamento, te lo daban, sin distinciĆ³n, sea colombiano o ecuatoriano, sin distinciĆ³nā, rememora, mientras relata los periplos que tuvo que atravesar para resguardar la salud de su familia en los Ćŗltimos meses.
En los papeles, el SIS peruano ofrece Ā«un seguro de salud dirigido para todos los peruanos y extranjeros residentes en el PerĆŗ que no cuenten con otro seguro de salud vigenteĀ», y la franja etaria para menores de edad comprende a niƱos y adolescentes (hasta los 17 aƱos).Ā Ā
Solo el primero de estos estudios costĆ³ mĆ”s de 100 dĆ³lares.
El cuadro no volviĆ³ a repetirse, ādesapareciĆ³ā. Lo atribuyeron a una hipoxia cerebral transitoria. El miedo a enfermarse, con todos los gastos que implica, permanece.
āEra grosera, pedante. Una le decĆa ābuenos dĆasā y ella respondĆa que no estaba atendiendoā. La mujer a la que hace referencia Jannis es una funcionaria del centro de salud Juancito Pinto, cerca a la plaza Eguino, en la ciudad de La Paz.
āĀ”No querĆa darme el SUS (Sistema Ćnico de Salud)! (ā¦) Por ser extranjera no querĆa registrarme al niƱoā, protesta y cuenta cĆ³mo la burĆ³crata encargada de inscribir a su hijo en el Sistema Ćnico de Salud inventaba cada dĆa un nuevo pretexto para negarle un derecho consagrado en la ley 1152.
āCon ella no pude ni entrar, no pude pasar la puerta. Nadaā
āNo estamos registrando en el SUSā, āno hay sistemaā, āaquĆ no realizamos este trĆ”miteā, āaquĆ no le correspondeā, fueron algunas de las evasivas que recibiĆ³ Jannis. āIncluso me preguntaron si era peruanaā, relata todavĆa extraƱada.
āNosotras insistimos, porque sabĆamos que habĆa otra persona allĆ que podĆa realizar el trĆ”miteā, explica Jannis y menciona a otro funcionario que sĆ tuvo la predisposiciĆ³n para cumplir con sus funciones.
āMe dijeron que como era venezolana iban a inscribirme, si era peruana noā.
āEso estĆ” muy mal, porque es personal de salud. Porque cuando uno va enfermo o requiere (atenciĆ³n en) salud, uno va vulnerable, entonces si tĆŗ lo tratas mal, la persona se pone peor, se siente peorā, reflexiona Jannis y recuerda cuando le tocĆ³ ejercer como enfermera.
Para Jannis, desde su experiencia profesional, cualquier persona que trabaje en un servicio de salud debe ser āhumanaā y debe saber ponerse en el lugar del otro.
āSi es que hubiese una emergencia, si es que necesitaran de atenciĆ³n urgente en cualquier centro hospitalario, no tendrĆa que negĆ”rselesā
No obstante, matiza diciendo que estos son casos excepcionales y, en lo posible, las personas con otras nacionalidades en Bolivia deben tratar de reunir todos los requisitos para ser atendidas.
AdemĆ”s, deben estar dentro las poblaciones que se detalla en la norma (ley 1152) y deben acudir a las oficinas del SUS para su registro. Estos despachos estĆ”n instalados en todos los hospitales y postas del sistema de salud pĆŗblico boliviano.
āEs ahĆ donde deben ser anotados, no importa la ciudadanĆa, la nacionalidad. SegĆŗn las nuevas normativas se les debe brindar esta colaboraciĆ³nā, dice GarcĆa.
Pero, por las condiciones en las que se ven obligados a migrar, un requisito tan sencillo como un documento de identidad puede representar una limitaciĆ³n.
La coordinadora de VenMundo en Bolivia, Mary Molina, explica que uno de los principales problemas es que muchos de sus compatriotas no ingresan al paĆs de manera āregularā y otros solo llegan con copias de su documento de identidad.
AdemƔs, se reconoce como documento vƔlido el pasaporte, documento nacional de identidad y cualquier documento de viaje caduco de ciudadanos extranjeros venezolanos para el ingreso regular a Bolivia. Finalmente, se autoriza la permanencia transitoria por dos meses a las familias con hijos menores de edad.
Jannis, por ejemplo, lleva mĆ”s de un aƱo sin realizarse la prueba de Papanicolau, un control de prevenciĆ³n del cĆ”ncer cervicouterino que debe hacerse toda mujer anualmente
āHe visto a muchas que quedaron embarazadas porque no tienen acceso a anticonceptivosā, cuenta Jannis y admite que aquellas compatriotas que la conocen como enfermera le solicitan que les administre inyecciones anticonceptivas.
āMuchas paisanas estĆ”n embarazadasā, insiste Jannis y apunta que, en su entorno, la gran mayorĆa son jĆ³venes que no cuentan con orientaciĆ³n suficiente en educaciĆ³n y salud sexual.
Esta afirmaciĆ³n se condice con las de Marcela Bacarreza, quien trabaja en la Pastoral Social CĆ”ritas. Bacarreza explica que muchos migrantes venezolanos que llegan a Bolivia en el Ćŗltimo aƱo son parejas y familias jĆ³venes que se han ido formando a lo largo del camino que recorren desde Venezuela.
Jannis explica que son sus mismas amigas y conocidas quienes compran los anticonceptivos, en un intento por cuidarse, y que no recurren a los hospitales pĆŗblicos bolivianos.Ā
Desde CĆ”ritas, Bacarreza recuerda el dĆa en el que la expresidenta Jeanine ĆƱez declarĆ³ la imposiciĆ³n de la cuarentena rĆgida y el cierre de fronteras. Aquel 23 de marzo sus lĆneas telefĆ³nicas y todos sus canales de comunicaciĆ³n colapsaron.
AdemĆ”s de su casa de acogida, con capacidad solo para 40 personas, se vieron obligados a realizar contratos con hostales. RĆ”pidamente, con el respaldo de ACNUR, relevaron listas y aseguraron el techo para cientos de familias venezolanas. Esta asistencia se extendiĆ³ por mĆ”s de cuatro meses en seis ciudades bolivianas.
A finales de marzo, solo en La Paz,Ā CĆ”ritas reportĆ³Ā unas 500 personas acogidas y calculaba unas 700 en todo el paĆs.
Pero, con el paso de los dĆas, surgiĆ³ otro problema aĆŗn mĆ”s complejo: el hambre.
āEllos se sostienen al dĆa, con algunos trabajos esporĆ”dicos, a veces limpian ventanas o se dedican a la mendicidad. Como todo esto fue truncado por la cuarentena no tenĆan un ingreso (econĆ³mico) como para sustentar sus alimentosā, explica Bacarreza.
Este requisito omitĆa una realidad compleja. Muchos venezolanos no trabajan a diario soloĀ para tener un techo y las tres comidas diarias, sino que deben trabajar para ahorrar lo suficiente para alcanzar su destino final, reunir dinero para el envĆo de remesas a sus familiares en Venezuela o, sencillamente, la dotaciĆ³n no alcanza y su reparticiĆ³n se torna problemĆ”tica.
āNosotros renunciamos a la ayuda del pago de CĆ”ritas y nos desaprovechamos esa oportunidadā, dice Jannis, pero se justifica de inmediato explicando que se veĆan obligados a salir a las calles porque sentĆan la necesidad de mandar dinero hasta Venezuela y porque, a veces, debĆan comprar pollo, huevos, leche o carne de res.
Un informe global de OXFAMĀ alerta sobre el Ā«virus del hambreĀ» y anota a Venezuela en el cuarto lugar entre los diez Ā«puntos crĆticosĀ» del hambre extrema. Pero esta situaciĆ³n desborda las fronteras del paĆs gobernado por NicolĆ”s Maduro.
Como ejemplo, la misma OXFAM reportĆ³Ā queĀ unĀ 42% de los 1,6 millones de venezolanos que han emigrado a Colombia podrĆa haber perdido su trabajo y un cuarto carecer de recursos con los que adquirir alimentos.
El hambre entre los venezolanos no es un problema desatado por la pandemia. En 2019Ā la FundaciĆ³n Bengoa dijoĀ que el 30% de los niƱos entre 7 y 12 aƱos, evaluados en cuatro Estados venezolanos, sufrĆa desnutriciĆ³n crĆ³nica.
āHay mucha gente. Entra y sale mucha genteā, cuenta Jannis sobre los hostales en los que la comunidad venezolana busca refugio en La Paz. Pese a que intentaron rehuir de este hacinamiento, la profesional en enfermerĆa estĆ” segura que toda su familia se contagiĆ³ con la COVID-19.
Desde CĆ”ritas informan que solo presentaron un incidente por una supuesta infecciĆ³n por el Sars-CoV-2, que, finalmente, fue descartada. Bacarreza asegura que desde entonces no se supo de otro caso. Aunque la susceptibilidad entre los migrantes estĆ” siempre presente. A la fecha no se tienen cifras oficiales sobre venezolanos en Bolivia que hayan contraĆdo la COVID-19.
Las presunciones de Jannis eran las mismas que tenĆa MayerlĆn. Sin embargo, ella sĆ pudo confirmarlas al cruzar la frontera hacia Chile, donde le realizaron una prueba serolĆ³gica que revelĆ³ inmunoglobulinas del tipo G (IgG).Ā
Toda su familia obtuvo el mismo resultado. Es decir, todos, excepto su esposo, habĆan sufrido la infecciĆ³n en algĆŗn momento.
MayerlĆn confirma que el caso de su familia es similar al de muchas otras que viajaron hacia territorio chileno junto a ella, una gran mayorĆa de los estudios reportaba antĆgenos contra el nuevo coronavirus.Ā
Su caso fue mĆ”s complejo que el de Jannis: sufriĆ³ sĆntomas de gravedad que atribuyĆ³ a la entrada del frente frĆo y los efectos de la altura. Pero ahora sabe que era el Sars-CoV-2.
āMe dio una cosa espantosa, yo me sentĆa muy mal, me ahogaba, (tenĆa) escalofrĆos, me dolĆan los huesosā, relata MayerlĆn.Ā
Para combatir las molestias ella utilizĆ³ los medicamentos que le habĆan sobrado de la internaciĆ³n de su hija menor. Cada tanto usaba las ābombas de salbutamolā y tomaba varias dosis de paracetamol al dĆa. La automedicaciĆ³n fue su primera opciĆ³n.
Los gobiernos latinoamericanos no estĆ”n haciendo lo suficiente para atender los requerimientos de una poblaciĆ³n vulnerable y en constante movimiento.
Agradecimientos: Michelle Nogales, Yolvik ChacĆ³n, Familia Cova RodrĆguez
Ilustraciones: UnoPrint
Revista muy waso
Esta publicaciĆ³n fue realizada en el marco del proyecto Puentes de ComunicaciĆ³n, impulsado por Efecto Cocuyo y DW Akademie, y cuenta con el apoyo financiero del Ministerio Federal de Asuntos Exteriores de Alemania.
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