Maracaibo-La Paz

Los sueƱos que la
pandemia postergĆ³

Todas las noches sueƱa con una nueva vida en Santiago de Chile. SueƱa con el reencuentro con su familia. SueƱa con cĆ³mo serĆ” llegar a esa capital, con un empleo, con establecerse a lado de su hermana.Ā 

Excepto aquellas noches en las que la niƱa mƔs pequeƱa de sus cuatro hijos cae enferma. Entonces Mayerlƭn, quien nos pide no usar su apellido, no piensa en otra cosa mƔs que en bajarle la fiebre.

Su bebƩ tiene un aƱo y algunos meses. Lleva varios dƭas con temperaturas por encima de los 38 grados, dificultades para respirar y un decaimiento que no le deja fuerza ni para el llanto, apenas un jadeo agobiante. Los primeros sƭntomas, aquellos que no parecƭan ser muy graves, comenzaron en febrero. AdemƔs de la niƱa afiebrada, Mayerlƭn tiene otras dos hijas, de cuatro y siete aƱos, y uno mƔs de 12.

Comienza abril y Mayerlin estĆ” desesperada. Ella, su esposo y sus cuatro hijos hace no mucho soƱaban todas las noches con Santiago de Chile. Pero llevan casi dos meses ā€œatrapadosā€ en Bolivia, en medio de una pandemia sin precedentes, con las restricciones de una cuarentena que apenas comienza y una niƱa ardiendo por una infecciĆ³n pulmonar.

Desde 2017 la cantidad de venezolanos que llegan a Bolivia se incrementa exponencialmente. En 2018, unos 13 mil migrantes con esta nacionalidad cruzaron la frontera, pero solo un tercio de ellos decidiĆ³ quedarse. En 2020,Ā la OEA calculaĀ que hay unos 10 mil migrantes y refugiados venezolanos.Ā Bolivia no cuenta con una cifra oficial, solo aproximaciones que en algunos casos hablan deĀ Ā«20 mil ciudadanos venezolanosĀ» en el paĆ­s. La mayorĆ­a de ellos sigue usando territorio boliviano solo como una vĆ­a de trĆ”nsito: su meta es llegar a Chile, Argentina o Brasil. Como MayerlĆ­n, que en 2019 dejĆ³ Maracaibo, al noroeste de Venezuela, y saliĆ³ con rumbo a PerĆŗ, donde habĆ­a llegado su esposo un aƱo antes. Luego de algunos meses, cuando Ć©l quedĆ³ sin empleo, la familia decidiĆ³ partir de nuevo hacia Santiago de Chile, donde su hermana todavĆ­a los espera. Maracaibo estĆ” rodeada de un bosque seco y tropical, con un clima soleado casi la totalidad del aƱo. Su temperatura mĆ­nima raras veces cae por debajo de los 20Āŗ centĆ­grados. Nada que ver con los casi 0Āŗ que marca el termĆ³metro la madrugada en la que Mayerlin se mete, junto a su hija, bajo la regadera de una hostal en la avenida Illampu de la ciudad de La Paz, Bolivia. MayerlĆ­n repite el chapuzĆ³n varias veces durante toda la noche. Mayerlin estĆ” desesperada, la fiebre no cede y tiene miedo de que la niƱa comience a convulsionar. No se le ocurre nada mĆ”s. Empapa a la niƱa en agua helada con la esperanza de controlar el desbordado calor corporal. Han pasado varios dĆ­as y los remedios que le dieron en lo que ella califica una ā€œconsulta a mediasā€ -donde le revisaron a la rĆ”pida las amĆ­gdalas- no dan resultados. Antes de llegar a esa ā€œconsulta a mediasā€, MayerlĆ­n acudiĆ³ al servicio de la Cruz Roja. Cuenta que ahĆ­, por las caracterĆ­sticas del cuadro clĆ­nico, no la quisieron atender y la derivaron al Hospital del NiƱo. En ese centro mĆ©dico, pagĆ³ 25 bolivianos por una revisiĆ³n en la que le dijeron que su niƱa solo tenĆ­a ā€œla garganta un poco roja, mĆ”s nadaā€. Le pusieron un antibiĆ³tico y la devolvieron a casa. Pero la hija menor de MayerlĆ­n -lo supo despuĆ©s- arrastraba un problema pulmonar por casi dos meses. Es lunes por la maƱana, todos los paisanos que comparten el hostal se acercan hasta su habitaciĆ³n para intentar ayudarla, derriban el temor al fantasma de la COVID-19, que comienza a ocuparlo y entorpecer todo. ā€œLa niƱa no reaccionaā€, dice MayerlĆ­n y continĆŗa con el mĆ©todo de los baƱos frĆ­os para evitar una convulsiĆ³n. Una de sus compatriotas, al ver la gravedad de la situaciĆ³n, recuerda que tiene una prima pediatra en Argentina. Le envĆ­a un video de la pequeƱa y la recomendaciĆ³n es perentoria: la hija menor de MayerlĆ­n necesita intervenciĆ³n mĆ©dica urgente, estĆ” al borde de un colapso cardiorespiratorio. https://www.youtube.com/watch?v=3Tpbyi-WPrA En el primer lunes de abril, sin dinero suficiente para costear atenciĆ³n mĆ©dica de calidad, sin saber con certeza cĆ³mo acceder a la salud pĆŗblica y con una ciudad desierta por las prohibiciones de una cuarentena militarizada que rige desde hace dos semanas, MayerlĆ­n sale a las calles apurada, con la desesperaciĆ³n estremeciĆ©ndole el cuerpo y su hija enferma en brazos. DiagnĆ³stico: neumonĆ­a grave, broncoespasmo y un soplo en el corazĆ³n.

La Paz-Iquique-santiago

solidaridad en
la cuarentena

En la avenida Illampu se consiguen habitaciones de hasta 90 bolivianos por noche. Son espacios amplios donde pueden acomodarse una familia entera y hasta dos. Ubicada en una cĆ©ntrica zona paceƱa, la Illampu es el corazĆ³n de la diĆ”spora venezolana en La Paz. En sus hostales, alojamientos y calles aledaƱas se entretejen amistades, consejos y complicidades entre migrantes venezolanos que llegan hasta la sede de Gobierno.


En una de esas habitaciones se establecieron MayerlĆ­n, su esposo y sus cuatro hijos. En esa habitaciĆ³n una de las paisanas, buscando cĆ³mo ayudarla, recordĆ³ a su prima pediatra en Argentina. Luego, otros tantos se movilizaron para que ella pudiera salir a buscar ayuda.

Pese a que en el Ćŗltimo aƱo desde el poder polĆ­tico (a travĆ©s de funcionarios del Gobierno transitorio) y los medios de comunicaciĆ³n se intenta instalar una retĆ³rica xenĆ³foba, MayerlĆ­n encontrĆ³ gestos de solidaridad que acabaron por salvarle la vida a su bebĆ©.

Primero, en los oficiales de la PolicĆ­a boliviana que controlaban el cumplimiento de la cuarentena cerca de su hostal. Ellos le ayudaron a conseguir una ambulancia para llevar a su hija hasta un servicio de emergencia.

En ese momento, MayerlĆ­n solo pensaba en la recuperaciĆ³n de su niƱa.

Pero las preocupaciones no tardarĆ­an en llegar. ĀæCĆ³mo pagarĆ­a los costos del tratamiento? ĀæQuĆ© harĆ­an su esposo y sus tres hijos en su ausencia? ĀæCuĆ”ndo podrĆ­an retomar su travesĆ­a hacia Santiago? ĀæCuĆ”nto tiempo le tomarĆ­a a la pequeƱa curarse?

En total, fueron 15 dĆ­as de internaciĆ³n en el hospital La Paz, en la populosa zona de la Garita de Lima. Dos semanas en las que MayerlĆ­n tuvo tres comidas diarias y ningĆŗn gasto mĆ©dico.

ā€œA mi parecer, a mi pensar, ella costeĆ³ todos los gastos, porque todo es pagoā€

ā€œNo te preocupes por nada, que yo me hago responsableā€, le dijo la mĆ©dica boliviana Nelly Terrazas, quien se comprometiĆ³ a ā€œver cĆ³mo resolverā€ los pagos por la hospitalizaciĆ³n.

ā€œA mi parecer, a mi pensar, ella costeĆ³ todos los gastos, porque todo es pagoā€, cuenta MayerlĆ­n en noviembre, ya retomando su periplo hacia el sur del continente y despuĆ©s de haber dejado Bolivia. Desde Iquique, Chile, MayerlĆ­n confiesa que la doctora Terrazas sigue en contacto con su familia y que siempre pregunta cĆ³mo estĆ”n sus hijos.

ā€œFue muy buenaā€, repite MayerlĆ­n sobre la doctora en su cuarto dĆ­a de cuarentena obligatoria en territorio chileno. Un requisito indispensable para que les permitan seguir su ruta hacia la capital chilena. Les restan diez dĆ­as de espera.

Ella y su familia vuelven a soƱar con Santiago.

Caracas-Lima-La Paz

El precio de la salud

Jannis RodrĆ­guez es licenciada en enfermerĆ­a. De los tiempos en los que ejercĆ­a su oficio en la salud pĆŗblica venezolana, antes de que la crisis social y econĆ³mica la obligara a dejar su paĆ­s, recuerda que la atenciĆ³n mĆ©dica en Venezuela era gratuita para todos, sin importar su nacionalidad.

ā€œSi la farmacia tenĆ­a el medicamento, te lo daban, sin distinciĆ³n, sea colombiano o ecuatoriano, sin distinciĆ³nā€, rememora, mientras relata los periplos que tuvo que atravesar para resguardar la salud de su familia en los Ćŗltimos meses.

Pero esos recuerdos sobre Venezuela corresponden a una realidad distinta a la que comenzĆ³ a evidenciarse el 2016, cuando un informe gubernamental revelĆ³ un incremento del 65% en la mortalidad materna y un 30% en la infantil. El colapso del sistema sanitario venezolano mostraba sus primeras grandes grietas.

Jannis dejĆ³ su paĆ­s un aƱo despuĆ©s, en 2017. LlegĆ³ a Bolivia a principios de 2020, en febrero. Antes estuvo en PerĆŗ, junto a su esposo, con una hija en la mano y otro en el vientre. AllĆ­ chocĆ³ por primera vez con un sistema sanitario distinto al que ella conocĆ­a en su paĆ­s natal.

ā€œPuso los ojos en blanco, hizo movimientos ciclotĆ³nicos, temblaba y brincaba, tenĆ­a los pies en puntilla, como bailarina. Cuando eso, yo estaba embarazada de Ć©l. Fue horribleā€, asĆ­ resume Jannis el episodio convulsivo de su hija.

Luego del susto, que durĆ³ apenas unos pocos minutos, sobrevino el peregrinaje a travĆ©s de centros mĆ©dicos y hospitales peruanos. Su hija tiene mĆ”s de cinco aƱos y, segĆŗn ella, elĀ Seguro Integral de SaludĀ (SIS) en ese paĆ­s pone ese lĆ­mite para la atenciĆ³n de menores.

SegĆŗn un estudio de 2018, solo uno de cada dos venezolanos en PerĆŗ acude a centros prestadores de salud. Diversos factores como la edad, la baja tasa de afiliaciĆ³n al SIS (por falta de documentos o informaciĆ³n inadecuada) o la saturaciĆ³n de los servicios mĆ©dicos, estarĆ­an dejando sin atenciĆ³n a los migrantes.Ā 

En los papeles, el SIS peruano ofrece Ā«un seguro de salud dirigido para todos los peruanos y extranjeros residentes en el PerĆŗ que no cuenten con otro seguro de salud vigenteĀ», y la franja etaria para menores de edad comprende a niƱos y adolescentes (hasta los 17 aƱos).Ā Ā 

ā€œCuando ella me convulsiona, en ningĆŗn hospital me la atienden porque tengo que pagarā€, lamenta Jannis. Entonces decidieron acudir a una mĆ©dica ā€œpaisanaā€, especialista en niƱos, quien les recomendĆ³ que visitaran a un neurĆ³logo pediĆ”trico.

Ā«Una hipoxia cerebral se refiere a un reducido suministro de oxĆ­geno al cerebroĀ»

Esa alternativa, razonable y urgente, representaba un gasto que la familia de Jannis no se podĆ­a permitir. En PerĆŗ, como en otros paĆ­ses de la regiĆ³n, el acceso a especialidades mĆ©dicas y sus estudios complementariosĀ tiene un costo demasiado elevado.

Por suerte, la dueƱa de casa en la que vivĆ­an Jannis y los suyos decidiĆ³ apoyarlos en la organizaciĆ³n de una ā€œpolladaā€, una feria solidaria que en Bolivia se conoce como kermĆ©s, donde consiguieron recaudar el dinero suficiente para cubrir la factura de la consulta neurolĆ³gica, ademĆ”s de un electroencefalograma y otros laboratorios.

Solo el primero de estos estudios costĆ³ mĆ”s de 100 dĆ³lares.

El cuadro no volviĆ³ a repetirse, ā€œdesapareciĆ³ā€. Lo atribuyeron a una hipoxia cerebral transitoria. El miedo a enfermarse, con todos los gastos que implica, permanece.

La Paz, plaza eguino

la historia de la burĆ³crata xenĆ³foba

ā€œEra grosera, pedante. Una le decĆ­a ā€˜buenos dĆ­asā€™ y ella respondĆ­a que no estaba atendiendoā€. La mujer a la que hace referencia Jannis es una funcionaria del centro de salud Juancito Pinto, cerca a la plaza Eguino, en la ciudad de La Paz.

ā€œĀ”No querĆ­a darme el SUS (Sistema ƚnico de Salud)! (ā€¦) Por ser extranjera no querĆ­a registrarme al niƱoā€, protesta y cuenta cĆ³mo la burĆ³crata encargada de inscribir a su hijo en el Sistema ƚnico de Salud inventaba cada dĆ­a un nuevo pretexto para negarle un derecho consagrado en la ley 1152.

ā€œCon ella no pude ni entrar, no pude pasar la puerta. Nadaā€

ā€œNo estamos registrando en el SUSā€, ā€œno hay sistemaā€, ā€œaquĆ­ no realizamos este trĆ”miteā€, ā€œaquĆ­ no le correspondeā€, fueron algunas de las evasivas que recibiĆ³ Jannis. ā€œIncluso me preguntaron si era peruanaā€, relata todavĆ­a extraƱada.

ā€œNosotras insistimos, porque sabĆ­amos que habĆ­a otra persona allĆ­ que podĆ­a realizar el trĆ”miteā€, explica Jannis y menciona a otro funcionario que sĆ­ tuvo la predisposiciĆ³n para cumplir con sus funciones.

Cuando todo estaba listo y solo debĆ­an recoger una certificaciĆ³n, ante el reclamo de Jannis y una comparaciĆ³n con el segundo funcionario, la mujer del principio le dijo ā€œentonces ven cuando estĆ© Ć©lĀ».

ā€œMe dijeron que como era venezolana iban a inscribirme, si era peruana noā€.

ā€œEso estĆ” muy mal, porque es personal de salud. Porque cuando uno va enfermo o requiere (atenciĆ³n en) salud, uno va vulnerable, entonces si tĆŗ lo tratas mal, la persona se pone peor, se siente peorā€, reflexiona Jannis y recuerda cuando le tocĆ³ ejercer como enfermera.

Para Jannis, desde su experiencia profesional, cualquier persona que trabaje en un servicio de salud debe ser ā€œhumanaā€ y debe saber ponerse en el lugar del otro.

falta de informaciĆ³n y documentos

Ese Ćŗltimo criterio es compartido por el director del Hospital del TĆ³rax, Marco Antonio GarcĆ­a, en la misma sede de Gobierno. ā€œNo se los puede rechazar (a los migrantes), por ejemplo, si llega un paciente con su salud o vida en peligro. Cualquier centro de salud tiene la obligaciĆ³n de atenderloā€, detalla el mĆ©dico.

ā€œSi es que hubiese una emergencia, si es que necesitaran de atenciĆ³n urgente en cualquier centro hospitalario, no tendrĆ­a que negĆ”rselesā€

No obstante, matiza diciendo que estos son casos excepcionales y, en lo posible, las personas con otras nacionalidades en Bolivia deben tratar de reunir todos los requisitos para ser atendidas.

Estos requisitos, segĆŗn explica GarcĆ­a, son sencillos: documentos de identidad y certificaciones que avalen un ingreso legal al paĆ­s, ā€œa travĆ©s de sus visas o pasaportesā€, segĆŗn corresponda.


AdemĆ”s, deben estar dentro las poblaciones que se detalla en la norma (ley 1152) y deben acudir a las oficinas del SUS para su registro. Estos despachos estĆ”n instalados en todos los hospitales y postas del sistema de salud pĆŗblico boliviano.

ā€œEs ahĆ­ donde deben ser anotados, no importa la ciudadanĆ­a, la nacionalidad. SegĆŗn las nuevas normativas se les debe brindar esta colaboraciĆ³nā€, dice GarcĆ­a.

Pero, por las condiciones en las que se ven obligados a migrar, un requisito tan sencillo como un documento de identidad puede representar una limitaciĆ³n.


La coordinadora de VenMundo en Bolivia, Mary Molina, explica que uno de los principales problemas es que muchos de sus compatriotas no ingresan al paĆ­s de manera ā€œregularā€ y otros solo llegan con copias de su documento de identidad.

ā€œNo es que los mĆ©dicos se nieguen a darles atenciĆ³n, es porque no los pueden identificarā€, resalta Mary y reitera que estĆ” falta de documentaciĆ³n hace muy difĆ­cil el acceso a servicios de salud para los venezolanos.

Ante esta situaciĆ³n, el Gobierno boliviano, a travĆ©s de la DirecciĆ³n General de MigraciĆ³n,Ā aprobĆ³ tres resoluciones administrativasĀ con las que acepta la fotocopia simple del certificado, del registro o de la partida de nacimiento para la regularizaciĆ³n de menores de 18 aƱos.

AdemƔs, se reconoce como documento vƔlido el pasaporte, documento nacional de identidad y cualquier documento de viaje caduco de ciudadanos extranjeros venezolanos para el ingreso regular a Bolivia. Finalmente, se autoriza la permanencia transitoria por dos meses a las familias con hijos menores de edad.


Luego del Ā«exabruptoĀ» en el registro de su hijo menor, que extendiĆ³ por casi una semana un trĆ”mite que normalmente toma de dos a diez minutos, Jannis consiguiĆ³ la atenciĆ³n mĆ©dica gratuita a la que cualquier menor de cinco aƱos, sin importar su origen, tiene el derecho de acceder dentro el territorio boliviano.

ā€œMonetariamente no nos costĆ³ nada inscribir al niƱo al Sistema ƚnico de Saludā€

ā€œLe colocaron su vacuna. Le dieron complemento de hierro, vitaminas y el antiparasitarioā€, detalla y explica que pronto esperan poder conseguir un empleo que les permita acceder a un seguro mĆ©dico mĆ”s completo.

El SUS, con sus limitaciones, tambiĆ©n incluye entre sus beneficiarias a personas mayores de 60 aƱos, personas con discapacidades, mujeres embarazadas (desde el inicio de la gestaciĆ³n y hasta los seis meses posteriores al parto) y mujeres de todas las edades con requerimientos en salud sexual y reproductiva.

Venezuela-Ecuador-perĆŗ-bolivia

JĆ³venes y sin anticoncepciĆ³n

No todas las migrantes venezolanas saben que en Bolivia las asiste el derecho a recibir atenciĆ³n mĆ©dica y tratamientos referidos a la salud sexual y reproductiva.

Jannis, por ejemplo, lleva mĆ”s de un aƱo sin realizarse la prueba de Papanicolau, un control de prevenciĆ³n del cĆ”ncer cervicouterino que debe hacerse toda mujer anualmente

Otra de sus conocidas tiene cinco hijos y tuvo un aborto en Bolivia. ā€œElla no estĆ” esterilizadaā€, lamenta Jannis y relata que la embajada de su paĆ­s se hizo cargo de esa atenciĆ³n mĆ©dica, que concluyĆ³ en un legrado.

El 63% de las personas entre 18 y 59 aƱos atendidas por la ACNUR en el primer semestre de 2020 en Bolivia eran mujeres.


SegĆŗnĀ un reporte sobre el estado de la salud sexual y reproductivaĀ de las migrantes venezolanas en Colombia, en Ā«contextos de emergencia humanitaria se materializa en el incremento de violencias de gĆ©nero, especialmente la violencia sexual, embarazos no deseados, aumento de muertes maternas y neonatales, asĆ­ como los Ć­ndices de infecciones de transmisiĆ³n sexual incluido el VIHĀ».

ā€œHe visto a muchas que quedaron embarazadas porque no tienen acceso a anticonceptivosā€, cuenta Jannis y admite que aquellas compatriotas que la conocen como enfermera le solicitan que les administre inyecciones anticonceptivas.

ā€œMuchas paisanas estĆ”n embarazadasā€, insiste Jannis y apunta que, en su entorno, la gran mayorĆ­a son jĆ³venes que no cuentan con orientaciĆ³n suficiente en educaciĆ³n y salud sexual.

ā€œLas que no tienen alguien que pueda hacerles ese favor, ĀæquĆ© hacen? ĀæCĆ³mo se cuidan? No hay manera de que se cuidenā€

Esta afirmaciĆ³n se condice con las de Marcela Bacarreza, quien trabaja en la Pastoral Social CĆ”ritas. Bacarreza explica que muchos migrantes venezolanos que llegan a Bolivia en el Ćŗltimo aƱo son parejas y familias jĆ³venes que se han ido formando a lo largo del camino que recorren desde Venezuela.

ā€œLlegan a Bolivia, aproximadamente, tres aƱos despuĆ©s de haber dejado su paĆ­sā€, detalla y cuenta que en su travesĆ­a forman familia. ā€œLos niƱos que llegan al paĆ­s tienen entre dos y tres aƱos. Aunque tienen padres venezolanos, muchos de ellos nacieron en Ecuador o PerĆŗā€.

Jannis explica que son sus mismas amigas y conocidas quienes compran los anticonceptivos, en un intento por cuidarse, y que no recurren a los hospitales pĆŗblicos bolivianos.Ā 

ā€œInyectĆ© a una que tiene 20 aƱos, es una niƱa, pero ya tiene un hijoā€, cuenta la enfermera venezolana.

AsĆ­, el problema de laĀ falta de acceso a anticoncepciĆ³nĀ en poblaciones migrantes venezolanas en LatinoamĆ©rica parece tener una extensiĆ³n regional.

Cuarentena

sin techo y con hambre

Desde CĆ”ritas, Bacarreza recuerda el dĆ­a en el que la expresidenta Jeanine ƁƱez declarĆ³ la imposiciĆ³n de la cuarentena rĆ­gida y el cierre de fronteras. Aquel 23 de marzo sus lĆ­neas telefĆ³nicas y todos sus canales de comunicaciĆ³n colapsaron.

ā€œĀæQuĆ© voy a hacer? ĀæDĆ³nde voy a dormir? No tengo donde quedarmeā€, les repetĆ­an con insistencia muchos venezolanos que habĆ­an llegado a Bolivia de paso. Estaban camino a Chile, Argentina, Brasil o Paraguay. Bacarreza explica que entonces, desde su organizaciĆ³n, reaccionaron rĆ”pido para resolver el tema del alojamiento.

AdemĆ”s de su casa de acogida, con capacidad solo para 40 personas, se vieron obligados a realizar contratos con hostales. RĆ”pidamente, con el respaldo de ACNUR, relevaron listas y aseguraron el techo para cientos de familias venezolanas. Esta asistencia se extendiĆ³ por mĆ”s de cuatro meses en seis ciudades bolivianas.

A finales de marzo, solo en La Paz,Ā CĆ”ritas reportĆ³Ā unas 500 personas acogidas y calculaba unas 700 en todo el paĆ­s.

Pero, con el paso de los dĆ­as, surgiĆ³ otro problema aĆŗn mĆ”s complejo: el hambre.

ā€œEllos se sostienen al dĆ­a, con algunos trabajos esporĆ”dicos, a veces limpian ventanas o se dedican a la mendicidad. Como todo esto fue truncado por la cuarentena no tenĆ­an un ingreso (econĆ³mico) como para sustentar sus alimentosā€, explica Bacarreza.

CaritĆ”s intentĆ³ cubrir tambiĆ©n esta demanda. En primera instancia entregaron ā€œkitsā€ de alimentos diarios. Luego optaron por entregar lotes con una gran cantidad de productos, para que sean los mismos migrantes quienes preparen sus comidas diarias. Esta colaboraciĆ³n, como la del alojamiento, tenĆ­a una condiciĆ³n: no abandonar, por ningĆŗn motivo, los improvisados centros de acogida.

Este requisito omitĆ­a una realidad compleja. Muchos venezolanos no trabajan a diario soloĀ  para tener un techo y las tres comidas diarias, sino que deben trabajar para ahorrar lo suficiente para alcanzar su destino final, reunir dinero para el envĆ­o de remesas a sus familiares en Venezuela o, sencillamente, la dotaciĆ³n no alcanza y su reparticiĆ³n se torna problemĆ”tica.

ā€œNosotros renunciamos a la ayuda del pago de CĆ”ritas y nos desaprovechamos esa oportunidadā€, dice Jannis, pero se justifica de inmediato explicando que se veĆ­an obligados a salir a las calles porque sentĆ­an la necesidad de mandar dinero hasta Venezuela y porque, a veces, debĆ­an comprar pollo, huevos, leche o carne de res.

ā€œFue parte eso y (tambiĆ©n) el hacinamiento por lo que renunciamos al convenioā€, lamenta y aƱade que la suya no fue la Ćŗnica familia que tuvo que optar por romper el trato con CĆ”ritas.

Un informe global de OXFAMĀ alerta sobre el Ā«virus del hambreĀ» y anota a Venezuela en el cuarto lugar entre los diez Ā«puntos crĆ­ticosĀ» del hambre extrema. Pero esta situaciĆ³n desborda las fronteras del paĆ­s gobernado por NicolĆ”s Maduro.


Como ejemplo, la misma OXFAM reportĆ³Ā queĀ unĀ 42% de los 1,6 millones de venezolanos que han emigrado a Colombia podrĆ­a haber perdido su trabajo y un cuarto carecer de recursos con los que adquirir alimentos.

El hambre entre los venezolanos no es un problema desatado por la pandemia. En 2019Ā la FundaciĆ³n Bengoa dijoĀ que el 30% de los niƱos entre 7 y 12 aƱos, evaluados en cuatro Estados venezolanos, sufrĆ­a desnutriciĆ³n crĆ³nica.

SegĆŗn comenta la representante de VenMundo, Mary Molina, este tambiĆ©n es un problema recurrente entre sus compatriotas que llegan a Bolivia, mĆ”s allĆ” de su edad. Ā«Muchos de ellos presentan complicaciones gastrointestinales y cuadros de desnutriciĆ³nĀ», comenta.

ā€œFalta de vitaminas, falta de proteĆ­nas, especialmente en niƱos, pero tambiĆ©n en los adultosā€, agrega Molina con pesar.

COVID-19

Sin cifras,
sin diagnĆ³stico

ā€œHay mucha gente. Entra y sale mucha genteā€, cuenta Jannis sobre los hostales en los que la comunidad venezolana busca refugio en La Paz. Pese a que intentaron rehuir de este hacinamiento, la profesional en enfermerĆ­a estĆ” segura que toda su familia se contagiĆ³ con la COVID-19.

Desde CĆ”ritas informan que solo presentaron un incidente por una supuesta infecciĆ³n por el Sars-CoV-2, que, finalmente, fue descartada. Bacarreza asegura que desde entonces no se supo de otro caso. Aunque la susceptibilidad entre los migrantes estĆ” siempre presente. A la fecha no se tienen cifras oficiales sobre venezolanos en Bolivia que hayan contraĆ­do la COVID-19.

ā€œTuvimos pĆ©rdida del olfato y del gusto (…) Todos los paisanos tenĆ­an los mismos sĆ­ntomas, mi hermana, mis vecinosā€. Por fortuna, dice Jannis, no sufrieron complicaciones respiratorias ni de ningĆŗn tipo, ā€œsolo dolores muscularesā€. Su esposo agrega que combatieron las molestias con hierbas locales y la orientaciĆ³n de ā€œlas caseritasā€.

Las presunciones de Jannis eran las mismas que tenĆ­a MayerlĆ­n. Sin embargo, ella sĆ­ pudo confirmarlas al cruzar la frontera hacia Chile, donde le realizaron una prueba serolĆ³gica que revelĆ³ inmunoglobulinas del tipo G (IgG).Ā 

Toda su familia obtuvo el mismo resultado. Es decir, todos, excepto su esposo, habĆ­an sufrido la infecciĆ³n en algĆŗn momento.

MayerlĆ­n confirma que el caso de su familia es similar al de muchas otras que viajaron hacia territorio chileno junto a ella, una gran mayorĆ­a de los estudios reportaba antĆ­genos contra el nuevo coronavirus.Ā 

Su caso fue mĆ”s complejo que el de Jannis: sufriĆ³ sĆ­ntomas de gravedad que atribuyĆ³ a la entrada del frente frĆ­o y los efectos de la altura. Pero ahora sabe que era el Sars-CoV-2.

ā€œMe dio una cosa espantosa, yo me sentĆ­a muy mal, me ahogaba, (tenĆ­a) escalofrĆ­os, me dolĆ­an los huesosā€, relata MayerlĆ­n.Ā 

Para combatir las molestias ella utilizĆ³ los medicamentos que le habĆ­an sobrado de la internaciĆ³n de su hija menor. Cada tanto usaba las ā€œbombas de salbutamolā€ y tomaba varias dosis de paracetamol al dĆ­a. La automedicaciĆ³n fue su primera opciĆ³n.

TambiĆ©n recibiĆ³ atenciĆ³n mĆ©dica por parte de la Cruz Roja, una de las agencias de cooperaciĆ³n socias del ACNUR, que trabajĆ³ en coordinaciĆ³n directa con CĆ”ritas. Este servicio mĆ©dico se diligenciĆ³ a travĆ©s de brigadas que visitaron los hostales semanal y quincenalmente.Ā 

ā€œTodos pasaron por la enfermedadā€, insiste MayerlĆ­n y celebra que sus pequeƱos la experimentaron como una ā€œgripecita normalā€.

no es suficiente

En 2018, 163 Estados firmaron el Pacto Mundial para la MigraciĆ³n Segura, Ordenada y Regular, entre ellos 10 paĆ­ses de la regiĆ³n (a excepciĆ³n de Chile y Brasil, que evalĆŗa abandonar el tratado).Ā 

Este documento insta a las naciones firmantes a ā€œincorporar las necesidades sanitarias de los migrantes en las polĆ­ticas y los planes de salud nacionales y localesā€, haciendo especial hincapiĆ© en reforzar la capacidad de las prestaciones, facilitar el acceso (sin discriminaciĆ³n) y reducir las barreras de comunicaciĆ³n.Ā 

AdemĆ”s, pide formar ā€œa los proveedores de atenciĆ³n sanitaria para que presten servicios teniendo en cuenta las diferencias culturalesā€.

Los sistemas de salud pĆŗblicos en AmĆ©rica Latina son precarios y, muchas veces, de difĆ­cil acceso. Esta realidad es aĆŗn mĆ”s cruda cuando quien demanda sus servicios es migrante, no cuenta con informaciĆ³n suficiente, le es imposible regularizar su documentaciĆ³n, los trĆ”mites le resultan demasiado complejos o, en el peor de los casos, es vĆ­ctima de xenofobĆ­a y discriminaciĆ³n.Ā 

Los gobiernos latinoamericanos no estĆ”n haciendo lo suficiente para atender los requerimientos de una poblaciĆ³n vulnerable y en constante movimiento.

Textos, ediciĆ³n y diseƱo: Mijail Miranda Zapata

ReporterĆ­a: Esther Mamani

Agradecimientos: Michelle Nogales, Yolvik ChacĆ³n, Familia Cova RodrĆ­guez

Ilustraciones: UnoPrint

Revista
muy waso

Esta publicaciĆ³n fue realizada en el marco del proyecto Puentes de ComunicaciĆ³n, impulsado por Efecto Cocuyo y DW Akademie, y cuenta con el apoyo financiero del Ministerio Federal de Asuntos Exteriores de Alemania.

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