Son hijas de la bronca y se organizaron para tomar esos espacios asignados, bajo una lógica machista y sesgada, solo a los «varones». «A partir de la indignación salió la necesidad de intercambiar experiencias e ideas sobre el mundo del mural desde una perspectiva de género». Conocelas aquí.
Alejo Santander
La mayor parte de la bibliografía ubica el origen del arte urbano en las pinturas rupestres que están en la cueva española de Altamira. Siluetas de manos de colores grabadas sobre la roca, realizadas hace entre 12.000 y 40.000 años. Considerada la «Capilla Sixtina» del arte rupestre paleolítico y declarada Patrimonio de la Humanidad desde 1985, la caverna está detenida en el tiempo, cuidada celosamente, son limitados sus visitantes a cinco por día, 240 al año. Y sin embargo en 2013 volvió a ser noticia. Lo fue tras un descubrimiento que medios nacionales e internacionales calificaron en sus artículos de «sorprendente»: de 32 imágenes, 24 habían sido realizadas por mujeres. Sorprendente.
Hasta no hace mucho nadie hubiera puesto en entredicho quiénes realizaron los primeros grabados del mundo. El rol social de lo femenino en la prehistoria siempre se pensó junto a un prejuicio -más instalado popularmente que en académicos- que parte de la premisa de que los hombres eran los protagonistas. Y sin embargo el 75% de las expresiones más antiguas dejadas en el espacio público de las que se tiene registro, dicen otra cosa. Quizás lo sorprendente sea que haya sido necesario un estudio arqueológico reciente, precisiones científicas, mediciones y estadísticas a destiempo, para pensar que las cosas podían ser diferentes.
Las diferencias entre hombres y mujeres en el mundo del arte no son nuevas. La discusión tuvo su apogeo en las décadas del 60, 70, 80 y no son pocos los que sostienen que «es una cuestióna superada» y que «las mujeres hoy son tan reconocidas como los hombres». Quizás sea justamente por eso que esta semana para darse a conocer, las más de 170 artistas detrás de la Agrupación de Mujeres Muralistas Argentinas (AMMurA), eligieron datos duros para mostrar que no es así.
AMMurA es en parte hija de la bronca. En marzo pasado a varias de las artistas que la integran las convocaron para participar de un evento en el que no solo les ofrecían precarias condiciones laborales, sino además la mitad del presupuesto por pintora, que en la edición anterior se había destinado a los participantes hombres. Las integrantes del colectivo coinciden en que ese momento fue el detonante o al menos lo que las hizo tomar la decisión de empezar a juntarse.
«A partir de la indignación salió la necesidad de intercambiar experiencias e ideas sobre el mundo del mural desde una perspectiva de género», explicaron en diálogo con Infobae Cultura las artistas, que no quisieron responder a las preguntas a partir de nombres propios, de la diferencia, sino todas juntas, desde eso que las hizo juntarse, como si fueran una sola, como AMMurA.